"A la sociedad le falta munición para defenderse de las ideas económicas de la derecha"
El economista Eduardo Garzón publica 'Desmontando los mitos económicos de la derecha', guía, dice, para que no te la den con queso.
Solo con mirarle la cara, ves a su hermano. Alberto y Eduardo Garzón son como dos gotas de agua. Física, pero también ideológicamente. Economistas de formación y de un marcado perfil de izquierdas, que ha mecido al primero hasta el puesto de coordinador federal de Izquierda Unida y al segundo a contrarrestar los postulados económicos de la derecha en su blog, la prensa, la televisión y, ahora también, en formato libro. Solo tres años de edad distancian al primero del segundo de los dos hijos de un profesor malagueño y una farmacéutica riojana, pero sin embargo en apariencia es notorio que Eduardo es el más joven de los dos.
Asesor en el Ayuntamiento de Madrid, bajo el mando de Manuela Carmena donde está flanqueado, cuenta, de economistas tanto de izquierda como de derechas, dice de sus compañeros de la corriente ideológica contraria que también han leído su libro con profusión e interés, Eduardo Garzón (Logroño, 1988) publica Desmontando los mitos económicos de la derecha. Guía para que no te la den con queso (Ediciones Península, 2015).
El pequeño de los Garzón habla de mitos y de miedos. Los primeros derivan en los segundos, asegura. Fábulas y pavores contra los que ha escrito su primer volumen con la finalidad de ofrecer "a la gente común", a la sociedad, "munición para defenderse de las ideas económicas de la derecha", en lugares tan dispares como "la barra de un bar, una comida familiar o un foro académico, por poner unos ejemplos cotidianos".
"Este es también un libro", explica, "para aquellos progresistas que, cuando piden más justicia social, a través de una mayor redistribución de la renta y la riqueza, están hartos de oír 'Ojalá, pero no se puede'. Y de no saber qué responder".
Eduardo Garzón clasifica mentalmente el contenido de este libro y dice que el mito de la derecha que más daño ha hecho es aquel que asegura que lo público chupa de lo privado, pero tiene unas decenas de mitos más, hasta llenar las 285 páginas de este Desmontando los mitos económicos de la derecha.
El mito de lo público y lo privado.
Pensar que lo público depende de lo privado es uno de los mitos económicos de la derecha que más daño han hecho. Los ideólogos de aquella corriente han hecho una importante propaganda para dar a entender a la sociedad que la renta y la riqueza se generan en el ambiente privado, mientras que lo público no hace más que expoliar y extraer recursos de lo privado. Pero esto no es así. Podemos pensar en multitud de sociedades que funcionan de otro modo. De hecho, todas las no capitalistas se gestionan de manera diferente.
En la aldea de Asterix, no hay ningún sector público extrayendo dinero de los empresarios para financiar políticas públicas. Tampoco sucede así en ninguna sociedad feudal. Mucho menos en sociedades de tipo comunista como la antigua Unión Soviética o el actual modelo cubano. Estos ejemplos, aunque lejanos, desmontan el "No es posible". Porque finalmente los euros que maneja una empresa privada proceden en primera instancia de una institución pública como es el Banco Central Europeo. Por lo cual, lo público no extrae de lo privado, sino que lo privado se nutre de lo público.
El sistema publico de Sanidad la gente cree que esta utilizando dinero del sector privado, pero eso es simplemente un círculo cerrado y además confuso. Cualquier estado que tenga la capacidad de crear dinero, por ejemplo Reino Unido crea las libras y Estados Unidos crea los dólares. Puede financiar cualquier tipo de políticas públicas sin necesidad de recurrir al sector privado.
El mito de que lo público no genera empleo.
Los mitos referentes al trabajo terminan por paralizar a la gente. En la calle se dice de forma velada y en la facultades de Economía, con todas las letras. "Hay un trade-off entre mercado de trabajo e inflación y eso obliga a contener el mercado de trabajo porque una situación de pleno empleo dispararía los precios. Pero es falso. A la clase empresarial le interesa que haya paro, más o menos, porque reduce a la baja los salarios. Cuatro millones de trabajadores llamando a la puerta de los empresarios abarata la mano de obra. Por eso no hay decisión política para combatir el desempleo.
Pero las políticas públicas de empleo horadan en el mismo agujero negro: priman a los empresarios para favorecer la contratación y esto no sirve para nada.
De ahí, el mito de la reforma laboral.
Las reformas laborales no crean empleo. Desde 1980 ha habido 52 reformas laborales y ninguna ha creado empleo. Reducir los salarios, que es lo que nos vienen a trasladar las reformas laborales, no hizo que España saliera de la crisis. Y de aquí surge otro mito, aquel mensaje deshonesto que convirtió los españoles en culpables de la crisis por haber vivido, decían, por encima de sus posibilidades. No tiene ningún sentido. Cuando la evolución salarial en España es mucho inferior a cualquiera de los países de su entorno, antes, durante y también después de la crisis.
Mitos de la crisis hay muchos, como aquel de que con exportaciones salimos de la crisis.
Vinieron a decirnos que había que bajar los precios para ser competitivos fuera y que para eso, como les pareció lógico, era también necesario bajar los salarios. Esto también es falso. Alemania exporta mucho y no porque sea barata sino por la calidad de sus productos. Un chino no compra tecnología alemana porque sea, precisamente, económica. Los salarios de los trabajadores alemanes de la industria sin embargo han crecido muchísimo más que los de los españoles y ese aumento no ha resentido las exportaciones.
El peor mito de la crisis es el que dice que no hay empleo.
Que hoy día no haya empleo no quiere decir que no haya trabajo. Trabajo hay, y mucho, pero si no está remunerado no se considera empleo.
Ese es el mito del paro.
El miedo a perder el empleo empuja a los trabajadores a hacer concesiones salariales y de cualquier otro tipo a sus empleados con el objetivo de no ser despedidos. Concesiones que los empleadores desean como agua de mayo, ya que para triunfar o sobrevivir en un mercado competitivo necesitan reducir las condiciones de trabajo de sus empleados, sobre todo las salariales, para ofrecer un precio relativamente más atractivo que el de sus competidores.
En las economías no capitalistas nadie tiene interés en que haya parados y, por lo tanto, el nivel y la calidad del empleo dependerán de las decisiones políticas adoptadas, mientras que el bienestar de los trabajadores dependerá de la riqueza material y económica de su economía. En cambio, en las economías capitalistas, los empleadores tienen interés en que el nivel de paro para poder pagar menos a sus trabajadores y aumentar sus beneficios: por lo que el nivel y la calidad del empleo dependerán tanto de las posibilidades de obtener ganancia privada como de la tasa de paro, que a su vez dependerá de la riqueza material y tecnológica de su economía.
El mito del trabajo, otra vez.
Del trabajo garantizado, que no del empleo garantizado. Trabajo no es lo mismo que empleo. Hoy en día en nuestras sociedades se lleva a cabo muchísimo trabajo que no es remunerado y que por lo tanto no es empleo, como el cuidado de niños o de personas dependientes en el hogar. Que haya desempleo no quiere decir que no haya trabajo. En España, por ejemplo, hay hoy día varios millones de desempleados según las estadísticas oficiales pero esto no quiere decir que no estén llevando a cabo ningún tipo de trabajo útil y valioso. Muchas de esas personas realizan tareas de cuidado a otras, colaboran en proyectos de ayuda a colectivos necesitados, retiran residuos del medio ambiente, aportan nuevas ideas, escriben, interpretan... y, a pesar de ello, son ignoradas por la economía convencional y la sociedad en general, pues desgraciadamente impera la idea de que si alguien no recibe un pago por la actividad que hace, esta no es útil ni valorable.
El problema no es de los parados, el problema es que no hay empleos.
El mito de que el parado no encuentra trabajo porque no quiere.
¿O porque no puede? Esos puestos de trabajo no existen. Podemos gastarnos miles de millones en formar a los parados, en darles facilidades para que se muden e incentivarlos para que acepten determinados empleos pero si esos puestos de trabajo no existen, no habrá nada que hacer.
El mito de que no se puede crear más empleo.
Hoy día hay millones de personas que quieren y pueden trabajar a cambio de una renta y, al mismo tiempo, hay mucho trabajo que ya se está haciendo pero que no se remunera y mucho trabajo por hacer que no se está haciendo: mejorar servicios de educación, de sanidad, de cuidado de niños y ancianos, de cuidado medioambiental y de espacios, de ocio y cultura... El gobernante tiene que conectar a esas personas con esos empleos en lugar de gastar millones de euros de dinero público en incentivos, formación y subvenciones al emprendimiento que luego no servirán para incrementar el empleo.
Lo que hay que hacer es crear trabajo garantizado, entendido como la política económica encaminada a que lo público garantice un puesto de trabajo en condiciones dignas y de carácter indefinido.
El mito de que el pleno empleo no existe.
Pero el objetivo de las políticas de trabajo garantizado es precisamente el pleno empleo. ¿Posible? Sí, claro.
Por un lado se trata de remunerar, visibilizar, dignificar y repartir buena parte de todo el trabajo invisible no pagado que repartir buena parte de todo el trabajo invisible no pagado que hoy día se realiza y que es absolutamente crucial para el desarrollo social, económico y humano de nuestras comunidades.
La idea no es remunerar un trabajo realizado mayoritariamente por las mujeres para que lo sigan haciendo ellas, sino trasladar al ámbito público un trabajo que se lleva en el ámbito privado de manera que se puedan repartir de manera solidaria entre hombres y mujeres todas esas actividades. Así, el trabajo garantizado servirá para dos cosas importantes.
Por un lado, visibilizar, remunerar y dignificar un trabajo que hoy día es subestimado e invisible, para liberar total o parcialmente a quienes dedican cantidades de horas a los cuidados del hogar y de sus dependientes, lo que permitiría avanzar en la reducción de las desigualdades de género. Esto es, al fin y al cabo, el reparto del tiempo de trabajo.
Por otro, se trata de crear puestos de trabajo en actividades que nos den utilidad, que nos permitan vivir mejor, que nos hagan más felices. En la actualidad necesitamos que cuiden de nuestros mayores, adultos dependientes, de nuestros hijos y de nuestros enfermos, que aumenten los servicios de apoyo psicológico, que se cuide la fauna y la flora, que reforesten los bosques, que se retiren residuos, que se habiliten edificios para que sean más eficientes energéticamente y reciclaje, que se inicien proyectos ecológicos de siembra y riego, que se rehabiliten viviendas... Un sinfín de actividades.
Si tienes un dependiente en tu familia, podrías trasladar esa carga al resto de la sociedad. En vez de quedarte tú a cuidarle, podrías llevarle una residencia habilitada y cualificada. Todo eso se puede hacer con trabajo garantizado: incrementas el empleo público y el problema de la financiación no tendría por qué darse.
El mito del endeudamiento planea sobre esta última idea.
Las finanzas de un Estado no funcionan como la economía de una familia. No tienen nada que ver. El mito que más nos afecta es aquel del endeudamiento porque, con la excusa manida de que hay que contener el déficit por debajo del 3% del PIB, se recorta y se grava con más impuestos a los trabajadores.
El listón del 3% se lo inventaron en una hora, sin ningún tipo de criterio científico y técnico, pero ha terminado por imponerse como una regla sagrada. Y es absurdo.
El déficit depende de la actividad económica. Si la economía está en recesión es normal que esté alto y bajo cuando las cosas van bien. Como en el año 2006, cuando gastábamos más que ahora y llegamos a tener superávit.
Lo coherente es dejarlo fluctuar, el déficit no debe controlarse pues resulta contraproducente. Reduces gasto público y haces que los ciudadanos tengan menos dinero en los bolsillos y, por lo tanto, gasten menos y muevan menos la economía. Pero el Estado tiene otra manera distinta de inyectar dinero en la economía, que es a través del crédito que concede la banca privada. Así se aumenta el dinero en circulación, pero solo favorece a la banca. Por eso digo que esta es una decisión es ideológica
Como además se reduce el gasto público, con la reducción del déficit se deteriora el estado de bienestar y todos los servicios públicos, dando alas a los beneficios del sector privado.
Países como Japón y Estados Unidos han demostrado que un alto endeudamiento no es incoherente con la búsqueda de financiación y el crecimiento. Japón es la segunda economía más rica del planeta, con un déficit del 5% y una deuda pública que roza el 300%.
La deuda y el déficit público son solo herramientas de política económica disponibles para utilizar cuando sean necesarias: crear empleo o mejorar las condiciones de vida de la gente.
Este es uno de los mitos de Europa, pero uno de los mitos del futuro son los robots.
El mito de que la automatización destruirá puestos de trabajo es falso. Unos desaparecerán, al tiempo que se crearán otros nuevos.
El mercado laboral futuro será muy distinto. Y es muy distinto. Pero hay muchas fórmulas, muchas alternativas, podrías repartir el trabajo que hoy día existe. En España estamos en torno a una media de 1.600 horas por cada trabajador, mientras que en Holanda y Alemania la media es de 1.200 horas por trabajador. Si trabajásemos lo mismo que cada trabajador holandés, tendríamos una tasa de paro del 3%, solo repartiendo el trabajo que ya hoy día realizamos. Y, si hiciéramos las horas de los alemanes, nos faltaría gente.
El futuro pasa por combinar reparto del trabajo, trabajo garantizado y renta básica. Pero más que renta básica yo preferiría que fuera un pago en especie. Igual que tenemos sanidad y educación pública, podría hacerse lo mismo con alimentación, el transporte, la energía y, ¿por qué no?, incluso telecomunicaciones.
Estamos tardando mucho en llegar a algo nuevo en materia de empleo porque lo que hay beneficia a los empresarios. Eso no quiere decir que los empresarios sean buenas o malas personas, solo que a su negocio le va bien.