8M, también en la calle
Cuando somos las mujeres las que queremos expresarnos, empieza una campaña de la derecha en contra.
La pandemia ha demostrado que tiene género y no me refiero en términos de afectación a la salud, sino en términos de igualdad real, un camino que el coronavirus ha hecho aún más empinado.
Los datos estadísticos e informes de distintas entidades son contundentes: el número de mujeres expulsadas al paro durante esta crisis casi duplica el de hombres. Lo que es peor, muchas de las que han perdido sus empleos dejan de ser población activa con vocación de reintegrarse en el mercado laboral y pasan a ser trabajadoras de su propio hogar, que es un trabajo, sí, al que las mujeres dedican muchas horas al mes, pero sin contrato, sin salario y que no genera derechos.
Casi podemos decir que nos enfrentamos a una involución porque, pese a los avances de la lucha feminista, los roles siguen en plena vigencia y nos asignan el papel de cuidadoras, de tal modo que, en cuanto vienen mal dadas, las costuras se abren y la brecha de la desigualdad se agranda, dejando en evidencia que ante una crisis somos nosotras las que volvemos a casa. Y eso que el papel de la mujer ha sido esencial contra la pandemia, pues los trabajos más feminizados resultaron ser imprescindibles en lo peor de la crisis.
Han sido las trabajadoras de las residencias, las enfermeras, las médicas, las limpiadoras, las cajeras del supermercado, las docentes, las cuidadoras a domicilio, en las guarderías y tantas y tantas otras las que han estado en primera línea, a veces incluso arriesgando su salud. La realidad es que la mayoría de estas mujeres tienen trabajos precarios, mal pagados, invisibilizados y escasamente valorados.
Por eso, el BNG dedica su campaña de este 8M, bajo el lema Sostemos o presente, cambiemos o futuro, a homenajear a todas esas mujeres y a reivindicar unas condiciones laborales a la altura de lo que aportan a la sociedad. ¡Se merecen el aplauso, claro! Pero, sobre todo, se merecen estabilidad laboral y una nómina que les permita llegar a fin de mes.
La pandemia también parece tener género en lo que se refiere a nuestro derecho a manifestarnos este 8M para reivindicar la igualdad real y todo aquello que consideremos de justicia. Obviamente, siendo conscientes de las limitaciones que impone el virus, sabiendo que no es posible tomar las calles como masivamente hizo el movimiento feminista gallego en los últimos años, convirtiéndose en un referente en todo el Estado.
Pero pasma e indigna a partes iguales ver la rapidez con la que han surgido voces, en particular en las filas de la derecha y de la extrema derecha, cuestionando nuestro derecho a salir a la calle en esta fecha emblemática. A lo largo de este último año hemos visto movilizaciones, concentraciones y manifestaciones de todo tipo sin que nadie emprendiese cruzada alguna en contra, y eso que todas tenemos en la retina escenas impropias en este contexto pandémico.
Pero ahora que llega el 8M, que somos las mujeres las que queremos expresarnos en la calle, empieza una campaña en contra que mismo pone en tela de juicio nuestra responsabilidad como ciudadanas. Hasta parece que desde esa derecha y extrema derecha se busca abonar el terreno para culparnos de una eventual cuarta ola, como hicieron hace un año. Esa mentira repetida mil veces, que sigue siendo la madre de todas las mentiras en este tiempo de fakenews.
En el fondo, no es nada más que el patriarcado de siempre, el machismo de siempre bramando contra nuestras ansias de igualdad y de libertad, criminalizando al movimiento feminista, intentando por todos los medios impedir el avance de nuestros derechos, porque saben que ese avance equivale al retroceso de sus privilegios.
Advertidos quedan: no van a amedrentarnos, no van a impedir que alcemos la voz, no vamos a quedarnos en casa esperando permiso de nadie y menos de la caverna de siempre. Saldremos a manifestarnos como cada 8M, con seguridad y con responsabilidad, pero con las mismas ansias de libertad y de igualdad que las que mostraron tantas que nos precedieron y que muestran, a nuestro lado, esas generaciones más jóvenes que nos confirman que el feminismo, fue, es y será un arma cargada de futuro.