Emprender no es fácil
En España hoy existen menos empresas que en 2007. Además, las que nacen en esta época lo hacen con menor capacidad de resistencia y sobreviven menos años que las que lo hicieron antes de la emergencia de la crisis. Y sin una ampliación del censo empresarial es difícil aumentar la inversión, el crecimiento potencial de la economía y, en definitiva, del empleo.
España no está precisamente entre las economías que facilitan más las cosas a las empresas: a las que viven y a las que quieren nacer. En esa suerte de liga global que organiza el Banco Mundial, de 185 países, España se encuentra este año en la posición 44ª. Se trata del informe "Doing Business", en su edición correspondiente a 2013, que da cobertura a los doce meses que concluyeron el pasado junio. Es la décima edición de ese informe. Y esta continuidad le concede un mayor interés a la clasificación. Es verdad que este tipo de "rankings" tiene una significación relativa, pero de forma creciente investigadores la toman como referencia en sus trabajos empíricos, ya sea la clasificación general o algunos de los indicadores parciales. Su mayor utilidad es para valorar tendencias, los avances a lo largo de esa década en los indicadores parciales con los que se trata de medir el grado de facilidad para las actividades empresariales; fundamentalmente las regulaciones de todo tipo, desde el mero nacimiento de empresas, hasta los obstáculos para su liquidación, pasando, claro está, por el acceso a la financiación o el grado de cumplimiento de los contratos.
Desde su nacimiento me ha interesado de forma particular la evolución de España en el apartado concreto sobre la facilidad para crear nuevas empresas: número de trámites necesarios y número de días consumidos en ellos, además del capital necesario. En el cuadro adjunto se reflejan las posiciones de España al respecto. No son muy favorables. Existen 135 países en los que es más fácil crear una empresa que en España. El número de trámites y los días que se consumen son todavía de los más elevados. Disuasorios, en muchos casos.
En las circunstancias actuales, la importancia de esos indicadores es mayor. La particularización de la crisis económica en la eurozona está determinando una tasa de mortalidad de empresas muy elevada. Además de la debilidad de la demanda, sobre las empresas de la eurozona y de forma particular las españolas incide de forma diferencial la asfixia financiera, el racionamiento crediticio de estos últimos años. El resultado es que la tasa de natalidad neta es demasiado reducida.
En España hoy existen menos empresas que en 2007. Además, las que nacen en esta época lo hacen con menor capacidad de resistencia y sobreviven menos años que las que lo hicieron antes de la emergencia de la crisis, como se ilustra en un informe que el área de economía aplicada de Afi ha elaborado para la Fundación Mapfre. En realidad, la tasa de supervivencia correspondiente a los primeros años de vida de la empresa ha disminuido de forma creciente a medida que la crisis se extendía.
Son datos que aunque no aparecen entre la batería de indicadores macroeconómicos usuales deberían merecer una atención preferente, en mi opinión. De ellos no se puede aspirar a la reproducción de esa dinámica de "destrucción creativa" de las que nos hablaba J.A. Schumpeter, asociada a la regeneración empresarial, y fundamento de la intensidad innovadora. El problema es más elemental: sin una ampliación del censo empresarial es difícil aumentar la inversión, el crecimiento potencial de la economía y, en definitiva, del empleo.