El color importa
Precisamente en el instante de mayor gloria, tras la conquista de dos Eurocopas y un Mundial y ante el fabuloso reto de triunfar en Brasil, va la Selección nacional y se cambia el uniforme. Ahora resulta que vestimos totalmente de rojo. Quizá se pueda argumentar que el fútbol es un juego y que no es para tanto.
Usted se puede clarear los ojos. Desde hace años existe una técnica láser correctiva del color del iris ideada para resolver problemas de heterocromía (un ojo de cada tonalidad). Sin embargo ahora este avance también se ofrece para azular la mirada con propósitos estéticos. ¿Le parece una aberración? ¿Le resulta una magnífica idea? En cualquier caso es inquietante que alguien al que hemos conocido con un determinado color de ojos aparezca un día en el trabajo, en la barra del bar o en el sofá de casa con el iris insólitamente transparente.
En muchas ocasiones la belleza no debería suplantar a la originalidad. Lo auténtico posee un atractivo imbatible, superior a cualquier canon establecido. "No hay hombre más seductor que aquel seguro de sí mismo", confiesan muchas mujeres en las revistas, "Sé tú mismo", oímos al padre aconsejarle al hijo en el momento clave de la película. Permanecer fiel a unos ideales, a una espiritualidad, a un amor e incluso a un look a pesar de ser o sentirnos cuestionados por el entorno o por algún acontecimiento adverso es el reto, el triunfo.
Pero lo verdaderamente absurdo y desconcertante es alterar esa identidad cuando se revela exitosa, cuando nos ha proporcionado alegrías, cuando es admirada por el mundo entero. Pues eso ha hecho la Selección Española de fútbol. Precisamente en el instante de mayor gloria, tras la conquista de dos Eurocopas y un Mundial y ante el fabuloso reto de triunfar en Brasil, va y se cambia el uniforme. Ahora resulta que vestimos totalmente de rojo. Los porteros lo hacen de azul quizá queriendo compensar esa ausencia o reproduciendo en todo el equipo el bicolorismo anteriormente representado en cada jugador. La Federación ha aplicado una especie de láser en el pantalón transformando el añil en un bermellón parecido al de la camisola. ¿Es más bonita esta indumentaria que la tradicional o es más sosa y vulgar? Esa no es la cuestión. El problema es que hay ciertas cosas que no se deben cambiar. No soy un fanático de la tradición ni un férreo inmovilista. Simplemente me gusta mirar a mi madre y ver siempre sus ojos verdes y a mi selección de fútbol y encontrarla vestida de la misma forma en que la aprendí a querer.
Quizá se pueda argumentar que el fútbol es un juego y que no es para tanto, pues, malabar con los colores. Pero resulta que la estampa de los equipos y más aún la de las selecciones nacionales procede de las banderas de sus países y trilar con las enseñas patrias es delicado. Es cierto que el azul de nuestra clásica vestimenta no se hereda de la bandera, pero apareció en el pantalón de España en 1921. Noventa y dos años vistiendo un calzón azulón y ahora desaparece. ¿Por qué? Además, es precisamente jugando de azul en las finales como conseguimos los más preciados botines: la Eurocopa de 1964 y el Mundial de Sudáfrica.
La Selección de Brasil también realizó una dramática mutación en su traje. Desde su nacimiento vistió toda de blanco. Sin embargo sufrió un traumático acontecimiento que la mancharía para siempre. Los brasileños se enfrentaron a Uruguay en la final del Mundial de 1950 en Río de Janeiro. Los periódicos ya tenían confeccionadas las portadas reflejando el triunfo local y el presidente de la FIFA, el francés Jules Rimet, había ensayado el discurso de felicitación en portugués. El recién inaugurado estadio de Maracaná estaba decorado con pancartas rezando: "Brasil Campeao 1950", las autoridades políticas habían acuñado monedas conmemorativas con los nombres de los futbolistas brasileros y a la banda de música del estadio, con instrucciones de tocar el himno del campeón, ni siquiera se le habían dado la partitura charrúa.
Brasil venía de endosarle siete goles a Suecia y seis a España, los uruguayos, sin embargo, no habían pasado de empatar a dos con el equipo de Zarra y Ramallets y de vencer por la mínima a los suecos. Es más, a Brasil le bastaba el empate para proclamarse campeón, pues la final no era tal, sino un último partido entre los dos equipos con más puntos de un grupo de cuatro selecciones.
173.850 personas jalearon el primer gol del brasileño Friaça nada más comenzar la segunda parte. A los veinte minutos empató Uruguay. A falta de diez para el final Ghiggia anotó el tanto de la victoria visitante. En un estadio enmudecido atronó el pitido final. Años después Ghiggia volvió a Brasil y dijo: "Sólo tres personas fuimos capaces de silenciar Maracaná: el Papa Juan Pablo II, Frank Sinatra y yo".
Tras el Maracanazo la selección de Brasil optó por cambiar su profanada equipación blanca. Se abrió un concurso organizado por el diario Correio da Manha de Río y por la Confederación Brasileña de Deportes al que se presentaron 301 participantes. La única condición, incluir las cuatro tonalidades de la bandera (amarilla, azul, blanca y verde). Ganó el diseño de un caricaturista de prensa de 19 años, Aldyr García Schlee. Así Brasil exorcizó su desgracia. A partir de entonces conquistaría cinco Mundiales, más que ninguna otra selección.
España, sin embargo, ha hecho todo lo contrario: desfigurar su imagen en su mejor momento. Hace veinte años perdió definitivamente las clásicas medias negras con la bandera española y ahora se desprende del pantalón azul. El reiterado apelativo de La Roja quizá para evitar la, para algunos, incómoda palabra España, ha llevado a la Federación a abusar de ese color. Cuando parecía que finalmente habíamos encontrado nuestra esencia, una estética distintiva, la desteñimos. Quizá está en el carácter español no aceptarnos tal cual somos, padecer un incurable inconformismo e inseguridad, un complejo de inferioridad patológico, una eterna búsqueda de identidad, una interna pugna de personalidades, un inespantable pesimismo noventaiochesco. Hoy somos la mejor selección nacional de la historia del fútbol y parece que eso nos sonroja.