Una herramienta que vale 5.000 millones
Doce meses después, sin que ningún gobierno haya tenido que recurrir a esta herramienta, se acepta que la aprobación de las OMT (Operaciones Monetarias de Compraventa) ha sido la mejor decisión para aplazar el riesgo de ruptura de la Unión Monetaria Europea. Sí, para aplazar, porque no creo que el riesgo se haya eliminado del todo.
En estos momentos, los economistas tenemos varios temas de debate favoritos entre los que están el ajuste fiscal, la sostenibilidad del crecimiento de los países emergentes, qué tratamiento aplicar a los bancos con problemas o el diseño de la Unión Monetaria Europa (UME). Sin embargo, hay uno que nos divide especialmente y es el papel que han estado desempeñando los bancos centrales durante los últimos años. Porque, al final, en cualquiera de los demás aparece un argumento a favor o en contra de las políticas no convencionales desarrolladas por las principales autoridades monetarias.
Vaya por delante que soy de los que valoran positivamente la labor de los bancos centrales y la heterodoxia practicada en estos años. Es más: siempre he defendido la capacidad innovadora, la anticipación, el atrevimiento y la habilidad para la comunicación de la Reserva Federal y en especial de su presidente, Ben Bernanke, incluso aunque no comparta la última ronda de inyección de liquidez (quantitative easing) decidida hace un año, precisamente porque EEUU está creciendo a tasas de entre el 1,5% y el 2,0%.
En mi opinión, es el Banco Central Europeo (BCE) el que más fallos acumula: las subidas de tipos de interés de verano de 2008 o de abril y julio de 2011, la escasa magnitud de programas de compras de bonos respaldados como el CBPP (60.000 millones de EUR) o la dilación en implantar el programa de compra de activos SMP (para Italia y España, verano de 2011). Con todo, estos errores se pueden ver compensados por la aprobación, hace ahora un año, de una nueva herramienta de política monetaria: las Operaciones Monetarias de Compraventa (OMT, por sus siglas en inglés). Porque se da la circunstancia de que su mero anuncio ya sirvió para marcar un punto de inflexión en la evolución de la prima por riesgo. Y que doce meses después, sin que ningún gobierno haya tenido que recurrir a esta herramienta, se acepta que ha sido la mejor decisión para aplazar el riesgo de ruptura de la UME. Sí, para aplazar, porque no creo que el riesgo se haya eliminado del todo. Para eso es necesario que se avance hacia una mayor integración en aspectos como la posición cíclica de los países, la unión bancaria o la unión fiscal. Y si la red de protección que supone la OMT del BCE ha servido para ello, bienvenida sea la heterodoxia, sobre todo si no conlleva daños colaterales. Porque, ¿qué implicaciones negativas ha tenido la OMT? ¿Que algún gobierno haya relajado el proceso de reducción del déficit público? No lo creo, y si así ha sido, creo que debe valorarse de forma positiva (no hay más que ver la evolución del PIB español en la primera mitad de 2013).
Si al principio valoraba el papel personal de Bernanke, creo que se debe reconocer lo mismo en Mario Draghi ("Super Mario"). De sus comparecencias se desprende una enorme capacitación técnica, no solo en materia de política monetaria sino también sobre el funcionamiento de los mercados financieros, sin olvidar su extraordinaria capacidad de comunicación, sin duda es uno de los atributos que están ganando protagonismo entre los banqueros centrales. Y, por último, seguro que no fue fácil para un italiano imponer una medida que los más halcones en el seno del BCE rechazaban.
En conclusión, un año después de su anuncio se debe valorar muy positivamente la OMT, la herramienta que más ha hecho por aplazar el riesgo de ruptura de la UME y que más ha favorecido la reducción de los tipos de interés. De los 5.000 millones de euros que, según las estimaciones actuales, nos vamos a ahorrar en España en intereses de la deuda pública (respecto a lo recogido en los Presupuestos Generales del Estado), una gran parte se debe vincular a la OMT. A esta cifra habría que sumar el efecto arrastre que ha supuesto sobre el coste de financiación de agentes españoles, especialmente empresas.