Estoy cansada de que mi cuerpo sea algo más que un cuerpo
Estoy desnuda, mirándome al espejo, y me siento enfadada. Yo veo extremidades, piel y curvas. Pero para los políticos, mi cuerpo es sólo un posible voto. Para el colectivo provida, mi cuerpo es una máquina de hacer bebés. Para la religión, mi cuerpo es un templo. Para las empresas de publicidad, mi cuerpo es una herramienta de marketing.
Estoy desnuda, mirándome en el espejo del baño.
Este cuerpo ha caminado miles de kilómetros, ha hecho snowboard en montañas y ha nadado en océanos. Ha sufrido daños, ha experimentado placer y ha llegado a no sentir nada más que la inconsciencia de una noche de sueño profundo. Ha corrido kilómetros, ha llegado a su límite en varias ocasiones y ha trabajado con otros cuerpos para conseguir un objetivo en común. Ha rechazado un embarazo, ha dado a luz a un bebé y ha albergado la vida de otro ser humano. En algunas partes es suave; en otras, duro.
Estoy mirando a mi propio cuerpo. Las venas, los órganos, los tejidos, los tendones y los huesos que me hacen ser lo que todo el mundo ve, que me hacen ser algo que es capaz de querer, aprender, enseñar y crear. Este cuerpo es mi herramienta para expresarme, tengo que cuidarlo. Hay muchos como él, trabajando unos al lado de otros... a veces lo hacen juntos, viviendo una vida a la que todo el mundo tiene derecho.
Sin embargo, pocas son las veces en las que el cuerpo de una mujer se trata como un simple cuerpo. Pocas son las veces en las que el cuerpo de una mujer se ve como un instrumento tangible controlado por una persona, únicamente por una persona: la mujer que lleva dentro. Pocas son las veces en las que estos cuerpos son tratados con respeto, se les da un espacio o se les deja en paz.
Para los políticos, mi cuerpo es sólo un posible voto. Debatirán sobre él, darán argumentos a favor o en contra y decidirán qué puedo y qué no puedo hacer con él. Hablarán en mítines, utilizarán mi cuerpo como una mera estadística para enfatizar algo. Lo consideran un número que les puede ayudar a ganar terreno político.
Para los profesores y los directores de colegios, mi cuerpo es una distracción. No podía llevar faldas por encima de la rodilla ni tampoco podía llevar camisetas con las que se me vieran los hombros. No podía llevar pantalones de gimnasia demasiado cortos porque algunos de mis movimientos en clase de gimnasia podían calificarse como sugerentes. Mi cuerpo era una perturbación para los adolescentes y sus hormonas, y mi cuerpo era el culpable si ellos hacían algo inapropiado.
Para el colectivo provida, mi cuerpo es una máquina de hacer bebés. Yo no tengo el derecho a controlar mi capacidad de reproducción, por lo que, si me quedo embarazada, tengo que seguir embarazada. Aunque mi cerebro sepa que no podré hacerme cargo adecuadamente de un niño, mi cuerpo ni puede ni debe estar de acuerdo con mi cerebro. Si un embarazo es algo que yo -la mujer que controla su cuerpo- no quiero o no puedo pasar, sigue siendo algo que mi cuerpo sí ha hecho, así que tengo que cumplir con sus órdenes.
Para la religión, mi cuerpo es un templo. No debo dejar que entre demasiada gente, ni adornarlo con tatuajes o piercings ni usarlo para expresarme de una forma que otros no toleren. Existe alguien con un poder superior que tiene los derechos sobre mi cuerpo y si no lo utilizo para alabar a ese alguien o para darle gloria, no merezco mi cuerpo.
Para las empresas de publicidad, mi cuerpo es una herramienta de marketing. Mi cuerpo tiene que morirse de hambre, tiene que retocarse con Photoshop y tiene que utilizarse para decirle a otras mujeres que sus cuerpos no son lo suficientemente buenos o que necesitan un producto determinado. Se puede utilizar la sexualidad de mi cuerpo para vender zapatos y su atractivo puede vender hamburguesas, pero es inútil si no se puede utilizar para vender algo.
Los cuerpos de las mujeres se sexualizan, se reducen, se devalúan, se controlan, son atacados, son expuestos, son objeto de debate y se utilizan vengativamente para beneficio personal, político o religioso de otras personas.
Se han utilizado como símbolos del bien, del mal y de todo lo que no es ni bien ni mal. Se han utilizado con tanta retórica que la gente se olvida de que el cuerpo de una mujer es, principalmente y para siempre, un cuerpo humano.
Estoy desnuda, mirándome en el espejo del baño, y me siento enfadada, cansada y abrumada. Veo extremidades, piel y curvas. Veo un pecho, una marca de nacimiento y un rasguño justo por encima de la rodilla. No veo un voto, una distracción, una máquina, un templo o una herramienta de marketing.
Quiero que traten a mi cuerpo como lo que es: un cuerpo.
Quiero que el cuerpo de una mujer se vea como un cuerpo humano.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros