Consoladores
El Consolador es quien mira a las personas como sujetos y no como objetos. Quien acaricia y no golpea. Quien acoge y no excluye. Quien defiende y no agrede. Quien se indigna ante la injusticia y lucha contra ella. Quien actúa localmente y piensa globalmente. Quien actúa globalmente y piensa localmente. Quien sabe que la solidaridad es la ternura de los pueblos.
El mundo se divide en dos grupos. Quienes al leer la palabra "consolador" piensan en la primera acepción del diccionario, "que consuela". Y quienes piensan en la segunda acepción: "aparato, generalmente en forma de pene, utilizado para la estimulación sexual". Siguiendo con la simplificación (sí, ya sé que estoy simplificando), me atrevería a decir el primer grupo es más pequeño y está formado sobre todo por cristianos y otras personas con sensibilidad espiritual, quizá de edad más avanzada; el segundo grupo, creo que mayoritario, sería más joven, más secular y, quizá, más hedonista.
Resulta que esto del consolador es un tema muy propio de los cristianos, especialmente en este tiempo de Resurrección y de Pentecostés que ahora celebramos. Pondré solo dos ejemplos. En el evangelio, Jesús llama al Espíritu Santo "el Consolador", que el Padre enviará en Pentecostés y será quien enseñará todas las cosas a los discípulos (Juan 14, 26). San Ignacio de Loyola, por su parte, pide que nos fijemos en "el oficio de consolar" que trae el Resucitado (Ejercicios Espirituales, número 224). Pero me parece que, a la mayor parte de la gente de hoy, todo esto le sonará a chino. Más exótico que las bolas chinas.
Recuerdo que, hace un par de años, hubo una polémica en París a propósito de la escultura del autor norteamericano Paul McCarthy, titulada Árbol, que se situó en la plaza Vendôme. La pieza jugaba explícitamente con la ambigüedad de la forma escultórica, que algunos interpretaban como un árbol de Navidad, mientras que otras personas veían como un gran juguete sexual. Como en casi todo, podemos quedarnos en la polémica, oponiendo unas visiones a otras. Pero también podemos buscar la complementariedad. Yendo ahora de lo anecdótico a lo más profundo, quiero compartir un par de reflexiones al respecto.
Hablando de objetos y de objetos sexuales, es importante recordar que ninguna persona debe ser tratada como un objeto. En el reciente documento del papa Francisco sobre el amor en la familia, Amoris Laetitia, se insiste en este punto: de ningún modo debemos "permitir que nos traten como objetos" (AL 92). El Papa pide una educación sexual que oriente a la persona y "evita ser convertida en un puro objeto" (AL 282). Si esto no se da, a veces se alienta a "utilizar a otra persona como objeto de búsquedas compensatorias" (AL 283). Además de las situaciones cotidianas que podemos vivir o sufrir, tenemos otros casos dramáticos que hay que desenmascarar y denunciar con contundencia: niños y mujeres utilizados como esclavos sexuales, pederastia, trata de personas con fines de explotación sexual, uso de la violación como arma de guerra y otras mil formas de violencia de género...
Y hablando de consolar, debemos recordar que consoladores son quienes acarician, quienes defienden, quienes protestan, quienes planifican, quienes acompañan, quienes legislan, quienes educan, quienes animan, quienes previenen, quienes actúan, quienes se comprometen... desde la perspectiva de las personas más débiles y vulnerables. La ética del cuidado y la ética de la justicia se exigen y se complementan mutuamente. En términos religiosos, podemos recordar la voz profética que grita en contextos de opresión: "¡Consolad, consolad a mi pueblo!" (Isaías 40, 1). La experiencia de San Pablo es clara: el Dios consolador nos consuela para que así, podamos consolar a los que pasan cualquier dificultad (cf. 2Corintios 1, 3-4). Algo parecido decía el papa Francisco en un tuit reciente: "El Señor nos consuela. Estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas".
El Consolador, por tanto, es quien mira a las personas como sujetos y no como objetos. El Consolador es quien acaricia y no golpea. Quien acoge y no excluye. Quien defiende y no agrede. Quien atiende a las heridas y elimina las causas que las provocan. Quien se indigna ante la injusticia y lucha contra ella. Quien actúa localmente y piensa globalmente. Quien actúa globalmente y piensa localmente. Quien sabe que la solidaridad es la ternura de los pueblos.
Ante el drama de los refugiados, por ejemplo, la cosa es clara. Necesitamos consoladores que hagan real y concreta la ternura. Y necesitamos consoladores que defiendan la justicia, los derechos humanos y la legalidad internacional. "¡Ven, Espíritu, Consolador!", podemos gritar en este tiempo de Pentecostés.
Y es que, efectivamente, el mundo se divide en dos grupos: consoladores y desoladores; quienes causan desolación y quienes, de diversos modos, impulsan la consolación.