Ni alubias, ni arroz en Tolosa: está devastada
Desde Tacloban hacia el puente de San Juanico aun hay muertos a los lados de la carretera y ya han pasado diez días, coches apilados unos encima de otros, humaredas por doquier. De la carretera de hacia Olmok se suceden como un rosario poblaciones devastadas como San Joaquín, Santo Niño y Tolosa.
Han pasado ya más de diez días desde que el tifón Yolanda tocase tierra a 300km/h y la primera ciudad en encararse con él, Tacloban, comienza lentamente a recuperar el pulso de la vida diaria. Sin duda, gracias al empuje de la ayuda internacional que alivia la ausencia de absolutamente todo, especialmente cobijo, agua y comida. Los repartos hace días que funcionan a diversas escalas y en diferentes puntos de la ciudad. Una vida diaria de una ciudad hecha literalmente añicos.
Los síntomas de esa recuperación al ralentí son esos primeros puestos de refrescos, comida y algo de verdura fresca que se empieza a ver en la calle, apenas unas mesitas con un puñado de productos. También se venden mandarinas liliputienses del tamaño de una cabecita de ajo y los primeros taxis comienzan a funcionar a pedales: unos pequeños triciclos que aun a precios desorbitados transportan a los vecinos de la ciudad, que cada vez tiene menos escombros.
Incluso el Ayuntamiento de Tacloban reclama su propio espacio, antes inundado en el 50% del edificio y okupado en la otra mitad por periodistas que dormían entre cartones o en el suelo mismo de los pasillos. Sin embargo, a partir de las seis de la tarde la ciudad vuelve a estar a oscuras, ni el agua ni la luz están en absoluto restablecidas. Y conforme se levantan los escombros el Gobierno local de Tacloban sigue recuperando un centenar de nuevos cadáveres por día. El jueves fueron 86, que se suman a la cifra oficial de 1.678 solo en esta ciudad. Un número que según el alcalde, Alfred Romualdez, hasta hace unos días se actualizaba cada media hora. Los desaparecidos son miles también.
Habría que levantar un monumento a la tenacidad de todos aquellos que se levantan cada mañana en mitad de este gigantesco vertedero en el que se ha convertido Tacloban, y en medio del caos se arremangan la camisa, agarran un martillo o un serrucho y comienzan a enderezar chapas, levantar vigas de madera, clavar remaches o lo que sea: tratando de poner algo en pie.
No obstante, esto es Tacloban. Y la recuperación tiene un cruel anverso: La herida del tifón en Filipinas se está curando de dentro hacia fuera. Cada paso que uno da para alejarse del centro de la ciudad es un retroceso en la postal de la destrucción. Algunos barrios, los más alejados y afectados, aún ni siquiera han recibido repartos de comida o asistencia. Y la situación en las zonas rurales aún es más terrible.
Desde Tacloban hacia el puente de San Juanico aun hay muertos a los lados de la carretera y ya han pasado diez días, coches apilados unos encima de otros, humaredas por doquier. De la carretera de Tacloban hacia Olmok se suceden como un rosario poblaciones devastadas como San Joaquín, Santo Niño y Tolosa. Acción contra el Hambre recorrió todas estas poblaciones para hacer una primera evaluación de las necesidades con el fin de hacer una intervención inmediata en las áreas de las afueras de Tacloban.
FOTO: DANIEL BURGUI/ACCIÓN CONTRA EL HAMBRE.
En Santo Niño, Ray, un joven profesor de educación primaria de una escuela local nos muestra su casa y su vecindario. El área en la que vive parece un cestero gigantesco: una de esas cestas de mimbre de color ocre que elaboran en algunos lugares hilando la paja o el esparto. Aquí, muchas de la casas eran pequeñas chabolas de labradores y campesinos hechas con bambú y hojas de palmera, también con chapa. Han quedado aplastadas, rasuradas, como si una guadaña hubiese cortado todo al mismo nivel.
Todas las palmeras están desmochadas, decapitadas o cortadas de cuajo. Y las que siguen en pie están podridas, por lo tanto nunca podrán ser recuperadas. Así la basura del escombro tiene aquí un tono amarillento de hoja seca. Hay cocos esparcidos por todos los lados: señal de otra batalla. Los cocos de los palmerales durante las tormentas tropicales salen disparados como proyectiles con gran velocidad y fuerza. Auténticas balas de cañón que impactan en los edificios y en las personas. Además el cultivo de la palma de coco es una de las principales fuentes de sustento aquí, también las bananas. No solo se ha perdido todo ahora, sino que las consecuencias se dilatarán en el tiempo: para que estas palmeras alcancen la altura necesaria para dar buenos frutos son necesarios hasta siete años.
Ray avanza sobre el páramo pisoteado en el que estaba su casa, señala una gran colina a lo lejos: "Ves aquella montaña, se llama Adil, antes era imposible verla desde aquí, el bosque y los palmerales eran tan densos que nunca se veía". Ahora solo un par de palmeras como palillos tapan el cielo.
Cada kilómetro que se avanza dejando atrás Tacloban aumenta la desesperación, conforme nos acercamos a Tolosa en la carretera los vecinos van pintando señales sobre la carretera que gritan con letras blancas "HELP, WE NEED FOOD!" ("Ayuda, necesitamos comida"). Un hombre ha instalado una lona gigantesca de color azul y la trata de poner encima de lo que una vez fue su casa con idéntico mensaje con la esperanza de que lean su mensaje desde el aire.
FOTO: DANIEL BURGUI/ACCIÓN CONTRA EL HAMBRE.
Los helicópteros revolotean la zona y parece que algunos de vez en cuando lanzan tremendos palés con víveres. Pero la mayoría de las distribuciones en los pueblos anteriores a este como San Joaquín se hacen en triciclo, dos hombres del Gobierno local recorren en bicicleta el vecindario cargando con 15 kilos de arroz, llevan una pequeña lista con los apellidos de las familias y reparten lo que pueden. Como hormiguitas. Una tarea demasiado pequeña.
Pero nada de eso ha llegado a Tolosa. "Estamos asustados y desesperados, no podemos conseguir absolutamente nada", dice Raquel Laure, una joven que trabajaba como asistente de servicios al cliente en una empresa de Cebú. "Mi familia es humilde, pero tampoco pobre, son campesinos y vivíamos de la cosecha de arroz", relata mientras señala al terreno baldío que están detrás de los escombros de las casas. La próxima cosecha del arroz debía ser en diciembre y no solo será imposible recuperarla, sino que la mayoría de los campos han sido salinizados, bien por el agua marina que penetró con las olas de hasta cinco metros o bien por la evaporación de las aguas que saturaron la tierra.
Raquel estudió Ciencias de la Información en la universidad: "Como digo, somos una familia humilde pero dentro de lo estándar, ni nos sobraba ni nos faltaba de nada. Mis padres hicieron muchos esfuerzos para que yo estudiase, llevábamos una vida sencilla pero con las comodidades que tiene la mayoría de la gente. Ahora somos miserables, no tenemos absolutamente nada. Hace tres días que no tenemos qué comer", afirma.
Raquel viajó desde Cebú para tratar de encontrar a su familia y llenó todas las maletas que pudo con comida. "Además de no tener alimento, tampoco tenemos seguridad, en esta zona el Ejército está más preocupado por los rebeldes y los prisioneros que se escaparon de la prisión de Palo, que fue destruida durante el tifón y muchos de los reclusos se escaparon, que por nosotros", dice la joven. Es cierto que en esta región operaba una guerrilla comunista de baja intensidad, el Nuevo Ejército Popular (NPA). Aunque tampoco es probable que hagan mucho más que antes, ya que desde hace días los rebeldes están tan desesperados como el resto por conseguir comida. Y nunca se les ha visto por aquí.
Mientras charlamos, pasa un coche privado a toda velocidad y arroja galletas y caramelos sobre la carretera: niños y adultos se abalanzan sobre el automóvil. "Así no se puede repartir comida, tampoco cuando nos la tiran por helicóptero, es peligroso. Van a atropellar a alguien o tener un accidente", dice con sensatez la joven. "Necesitamos urgentemente ayuda del exterior, nosotros nos levantamos cada mañana tratamos de conseguir agua, arreglar nuestra casa, ayudar a nuestros vecinos, pero solos no podemos", detalla Raquel.
Más allá de esta región de campesinos, hay lugares donde la destrucción se ha cebado hasta convertirse en una broma pesada: en una pequeña municipalidad de la isla de Panay -al oeste de Tacloban y Leyte- el tifón destruyó 670 barcos de los 671 que tenían censados los habitantes. Solo dejó uno intacto. Es por eso que durante estos días las comunicaciones marítimas entre estos desmenuzados archipiélagos han sido casi imposibles. Y más allá de estas islas, está la nada.
FOTO: DANIEL BURGUI/ACCIÓN CONTRA EL HAMBRE.
Hay pequeños islotes en la provincia de Panay, que aún a día de hoy siguen sin contactar. Pequeñas poblaciones que están aisladas, sin comida, sin forma alguna de pescar, ni de conseguir alimento, y con toda la flota destruida, de forma que no puede salir de la isla. Allí, Acción contra el Hambre ha establecido otra base de operaciones, en Capiz.
El final del término municipal de Tolosa está rematado por una elevación de unos 400 metros que llamaron la colina de la victoria. Es el lugar donde el comandante Douglas MacArthur, que lideraba la campaña en el Pacífico Sur durante la II Guerra Mundial, alzó en octubre de 1944 la primera bandera norteamericana en suelo filipino, dando un giro definitivo a la guerra.
Trepamos hasta lo alto de este promontorio y nos encontramos un hito conmemorativo de aquella gesta: unas esculturas de dos soldados estadounidenses. Uno de ellos ha quedado casi decapitado por Yolanda, descuajeringado, le cuelga la cabeza. Desde aquí, se ve toda la región: Tolosa está devastada.