Riccardo Muti en Madrid: Rigor, profundidad y delirio
Muti dirigió el Réquiem de Giuseppe Verdi con aparente tranquilidad. Parecía que el sonido fluía sin esfuerzo. Sin embargo, la precisión era altísima.
Un marciano que hubiese aterrizado en Madrid con una entrada (probablemente de reventa) lo hubiera tenido crudo para decidir si lo que hizo Riccardo Muti este lunes en el Teatro Real fue "simplemente agitar la batuta" o, por el contrario, sacar "sentimientos de las almas de los músicos" y ponerlos al servicio de una interpretación para la posteridad.
Cuando en 2010 recibió el premio Músico del Año de Musical America, Muti dio un discurso en el que decía estar a medio camino entre una cosa y otra. Por una parte, ser director de orquesta puede ser muy sencillo. Los músicos hacen todo el trabajo mientras uno "marca los tiempos", bromeaba. Pero según le dijo Vittorio Gui, el fundador del festival Maggio Musicale de Florencia, dirigir una orquesta es el oficio "más difícil del mundo" por la complejidad de ordenar tantos sonidos.
Muti dirigió el Réquiem de Giuseppe Verdi con aparente tranquilidad. Parecía que el sonido fluía sin esfuerzo. Sin embargo, la precisión era altísima pese a que en el escenario se fundían músicos de cuatro formaciones: la orquesta titular del Teatro Real, la orquesta Giovanile Luigi Cherubini (fundada por Muti en Plasencia, Italia) y el coro titular del coliseo y el de la Comunidad de Madrid. Muti resolvió brillantemente ese ensamblaje que, para otro director, habría sido una pesadilla. A mayores, cuatro cantantes, la soprano Tatjana Serjan, la mezzo Ekaterina Gubanova, el tenor Francesco Meli y el bajo Ildar Abdrazakov, que demostraron solvencia y oficio.
En la presentación del concierto, que además de por el Real pasó por la catedral de Toledo con motivo del año dedicado a El Greco, Muti apostaba por la sobriedad. Verdi fue escrupuloso y metódico, no buscó la estridencia ni la sobreactuación de sus obras, un mal extendido sobre todo en sus óperas, sino que pretendió lograr momentos sublimes que la tradición católica española, como la italiana, puede entender bien.
El Dies Irae, el Libera me, dos momentos álgidos de una misa de funeral quien algunos consideran "la mejor ópera de Verdi", muestran bien esa interpretación reivindicada por Muti. No se trata de mirar a Dios con respeto y distancia sino de exigirle el descanso eterno con dignidad, pero también pavor. "El acercamiento germánico es distante, respetuoso... nosotros, en cambio, le hablamos Dios como si fuera uno de nosotros. 'Me has creado y me debes dar el reposo eterno'. 'Si existo me debes dar el reposo eterno'", explicaba, según recoge El País.
Muti sabe crear esos momentos de tensión, es exquisito con las articulaciones y el fraseo y el resultado final es profundo y conmovedor.
Es cierto que el público ya ovacionó a Muti antes incluso de que levantase la batuta, al salir al escenario. El mito precede al músico. Pero al final, el teatro enloqueció con más de nueve minutos de aplausos, de hombres y mujeres jóvenes o ancianos que se dejaban la voz para brindarle un "bravo". Él recibió ese torrente de aprecio siempre con los directores de los coros y los cuatro cantantes, pero nunca en solitario.
La impresión del público es que su interpretación superó la hecha el año pasado por el griego Teodor Currentzis y que el italiano se superó a sí mismo en el teatro, donde ya había dirigido I due Figaro, de Saverio Mercadante, y Don Pasquale, de Gaetano Donizetti.
Con media sonrisa, los talones de los pies muy juntos y varias veces un paso por detrás de los solistas, Muti asistió al delirio de un Teatro Real que supo agradecer (y sabrá recordar) el intento del director por perseguir tan concienzudamente lo que hay "tras las notas", donde -según él- "habita el infinito".