Barroso: un enemigo de Europa
Nuestra Europa tiene al frente a un hombre cínico, deshonesto y despectivo, que perjudica los intereses europeos. El presidente de la Comisión, muy aficionado a decir que es amigo de los artistas, es el mismo que ha decidido sacrificar la diversidad cultural en nombre de supuestos intereses comerciales.
Lista completa de firmantes: Costa-Gavras, Bérénice Béjo, Daniele Luchetti, Radu Mihaileanu y Dariusz Jabłoński.
Nuestra Europa tiene al frente a un hombre cínico, deshonesto y despectivo, que perjudica los intereses europeos.
Esta es la afirmación lapidaria que hacemos después de pasar una jornada en el Parlamento Europeo, donde nos hemos codeado con lo mejor -el entusiasmo de los representantes del pueblo europeo en favor de la cultura- y lo peor: el encuentro con un presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, que se empeña en hacer oídos sordos a la necesidad de defender el derecho de los europeos a sostener y promover su cultura.
Hace tres meses que están en movilización permanente miles de profesionales del sector y todos los cineastas del continente europeo para exigir que se excluyan los medios audiovisuales y el cine de las futuras negociaciones comerciales entre Europa y Estados Unidos.
Esta movilización se corresponde con el sentimiento de traición que han sentido todos los cineastas al leer el proyecto de mandato de negociación presentado por la Comisión Europea, que convierte la cultura, nuestra cultura europea, en simple moneda de cambio en las negociaciones comerciales.
El presidente de la Comisión, muy aficionado a decir que es amigo de los artistas, es el mismo que ha decidido sacrificar la diversidad cultural en nombre de supuestos intereses comerciales. Es más probable que lo que quiera proteger sea su propio interés y el de su futura trayectoria profesional, en la que podrá recojer los frutos de un acuerdo comercial con Estados Unidos.
Veinte años después del reconocimiento de la excepción cultural con ocasión de los acuerdos del GATS, seis años después de que la Unión Europea ratificara la Convención de la UNESCO sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales, no podíamos imaginar que la Comisión europea renegaría de todos sus compromisos y renunciaría a defender el derecho de que cada pueblo del continente europeo promueva sus creaciones.
¡Qué decepción! Pero no hay nada de asombro ni ingenuidad por nuestra parte, ante una Comisión que está arreglándoselas para destruir, desde hace varios años, muchos de los dispositivos que permiten que la cultura europea sea como es, variada, dinámica y ambiciosa.
Al señor Barroso le gusta vernos como si fuéramos unos niños grandes, aún llenos de ilusiones y romanticismo, que no hemos comprendido aún que todo lo hace por nuestro bien. Se equivoca, porque, seamos claros, el hombre con el que hablamos el otro día no nos convenció, sino que nos preocupó y nos desilusionó. Pero, al mismo tiempo, nos fortaleció en nuestra convicción de no ceder jamás en la defensa de la excepción cultural; más aún, en la defensa de Europa.
El hombre al que vimos es un hombre tenso y sin garra, con un discurso prefabricado que sus equipos machacan desde hace semanas. Las imprecisiones han ido sucedidas de falsedades, cuando no han dejado su sitio a silencios culpables.
¿Y ahora nos proponen unas líneas rojas para defender a toda costa la excepción cultural? Es la Comisión la que reinventa unas líneas Maginot que no garantizan en absoluto la posibilidad de conservar el derecho a defender la cultura en la era digital. Porque esas líneas rojas no pretenden más que consolidar la situación existente y prever un futuro incierto, que además habrá que someter a una dura negociación con los estadounidenses.
Nos prometen, con aire de sinceridad, que no se negociará la excepción cultural, pero se niegan a excluir lo audiovisual del mandato de las negociaciones. ¿Por qué motivo? Porque el mandato debe ser lo más amplio posible y no dejar nada fuera, nos dicen. Y, sin embargo, los norteamericanos ya han hecho saber que van a excluir sectores que ellos consideran estratégicos, en particular el sector bancario. Es decir, nos abstenemos de defender la cultura pero no vemos ningún inconveniente en que Estados Unidos defienda a sus bancos. Con tales negociadores, podemos temernos lo peor.
Nos anuncian que en el sector audiovisual hay intereses ofensivos. Nos dicen, incluso, que son numerosos. ¿Pero cuáles? Aparte de una norma sobre la propiedad de medios, que es idéntica en Europa, no hay ninguno.
La vaciedad de los argumentos utilizados por la Comisión no es nada al lado del ejercicio de comunicación indecente del que hizo gala el presidente Barroso a la salida de la reunión. No dudó en hacer público un comunicado en el que se felicitaba por haber tranquilizado a los cineastas, cuando, unos minutos antes, había declarado delante de las cámaras que temía no habernos convencido.
Esta maniobra miserable no es digna de una persona de la que se podía esperar amplitud de miras y un sentido del interés general del que está claro que se ha distanciado.
Al final, ha mostrado su desprecio por la delegación de cineastas de la que formábamos parte como portavoces de una Europa orgullosa de su cultura y su identidad y confiada en su capacidad de sostener su creación en la era digital.
Muestra su desprecio por el Parlamento Europeo, la única institución europea elegida democráticamente, que aprobó hace 15 dias, por mayoría aplastante, una resolución que exigía la exclusión de los servicios audiovisuales y cinematográficos del mandato de negociación. El otro día hablamos con hombres y mujeres formidables, militantes de la diversidad cultural, que están indignados por esa burocracia sorda y ciega de Bruselas.
Y muestra asimismo su desprecio por el futuro, incluso lo insulta. Nosotros somos europeos convencidos. Pero queremos una Europa que prepare el futuro, que constriuye esa diversidad cultural digital si es necesario. No hay motivo para que los gigantes de la red, con frecuencia estadounidenses y siempre expertos en tener lograr las máximas ventajas fiscales en territorio europeo, queden eternamente exentos de todas las obligaciones con respecto a la creación, su difusión y su financiación. Nada justifica que Europa se convierta en un grifo por el que dar salida exclusivamente a las reservas de productos de Estados Unidos. Nos gusta el cine norteamericano. Ha dado obras maestras inolvidables, y continúa inventando, emocionando y enriqueciendo el cine mundial. Pero también queremos que el cine europeo, el africano, el asiático, sigan desarrollándose.
El señor Barroso no tiene remedio. Por consiguiente, apelamos a los Estados miembros de la Unión, que tienen la pesada responsabilidad, el 14 de junio, de decir si Europa es todavía capaz, o no, de poseer dignidad y ambición.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia