Hice cinco mil fotos de mi hijo durante su primer año de vida y ahora me arrepiento
A los bebés les da igual si les compras ropa bonita o juguetes caros, y seguro que las fotos tampoco les quitan el sueño. Lo único que quieren es tu cariño y tu atención y, para dárselos en condiciones, mejor que no sea con un teléfono en la mano. Disfruta de verdad y sin intermediarios.
Como científico que soy, me encanta recopilar datos; cuanta más información, mejor. Me nutre, por así decirlo; y junto a la buena orientación de un mentor académico, esta hambre de datos me ha ayudado a resolver complejos problemas y a hacer que mi carrera prospere. Así que cuando nació mi hijo hará un año ahora, quise compilar tanta información como pudiera sobre él.
Le hice unas cinco mil fotos con mi smartphone.
Pensaba que esta tarea era de gran ayuda y que, de paso, podría hacer algo de ciencia al documentar los cambios en el crecimiento mi hijo, su desarrollo y su personalidad (además de lo bonito que es). Aunque sigo apreciando el valor de las fotos, recientemente me he dado cuenta de que he tenido que pagar un alto precio para hacerlas: yo no estaba siendo partícipe de su crecimiento. Le veía crecer a través de la pantalla del teléfono.
Mi historia no es sólo desde la perspectiva de un científico. Mi madre tuvo seis hijos en diez años y yo fui el sexto. Las primeras fotos que se conservan de mí son de cuando tenía cuatro o cinco años. Durante las primeras semanas después del nacimiento de mi hijo, la familia y los amigos siempre quieren comparar al bebé con otras fotos de la familia, lo típico, para ver a quién se parece y cómo está mejorando la especie. Mi esposa era una criatura preciosa, pero la primera imagen de mí era la de un chico con la cara sucia y la expresión arrugada con unos atuendos de 1970. Me dolió no disponer de nada más.
No quedan registros sobre hermosas historias en mi familia. No es culpa de mis padres, estaban muy ocupados y hacer fotos no era tan fácil por aquel entonces. Probablemente el que hiciera cinco mil fotos se debió a que quería tuviera lo que yo no tuve: la posibilidad de, algún día en el futuro, poder mostrar a sus hijos cómo era él de pequeño.
Pero mi locura no se detuvo en las cinco mil fotos. Comencé a preparar la foto del día para mandarla a la familia. La NASA lo hace, ¿por qué no iba a hacerlo yo? A mi familia le encantaba, pero unos meses más tarde empezó a parecer como algo rutinario y, sinceramente, clasificar tantísimas fotos era una pérdida de tiempo.
Si a las cuatro de la tarde no había mandado la foto del día, empezaba a estresarme.
Y fue entonces cuando me di cuenta. Estaba tomando tantas fotos de mi hijo por un montón de razones incorrectas: tratar a mi hijo como un experimento, superar traumas de la infancia e intentar conseguir la foto más linda todos los días.
Decidí no obsesionarme. Si surgía alguna oportunidad de hacer una buena foto, la haría (y luego tal vez la mandaría por teléfono o mail a los seres queridos). Una foto al día es mucho más de lo que podían hacer mis padres y la verdad es que disfruto haciéndolas. Así me convertí en el tipo de padre más atento y participativo que quería ser.
Es curioso, porque me dieron un consejo parecido en 2010 cuando fui a ver el portaaviones USS Nimitz. Tuve la oportunidad de permanecer a sólo unos metros de distancia de un F-18 que estaba a punto de ser catapultado para su despegue. No era muy diferente de la peli de Top Gun, pero era mucho más imponente escuchar de cerca el rugido de los reactores, sentir las vibraciones del suelo en cubierta durante cada despegue y ver la elegante coreografía de la tripulación que dirige en cubierta los lanzamientos. Por supuesto, yo tenía mi teléfono pegado a la cara durante los primeros lanzamientos, porque no quería perderme nada. Llegó un momento en que uno de los marineros me llevó a un lado y me dijo: "Ya has hecho bastantes fotos, ahora déjalo y disfruta del espectáculo". Y eso hice. Sigo guardando los vídeos y las fotos de aquel día, pero también tengo muy buenos recuerdos de haber estado, simplemente, admirando boquiabierto los despegues.
¿Dónde estaba el equivalente de aquel marinero cuando yo le hacía tantas fotos a mi hijo? Por supuesto mi persistencia fotográfica pasó a ser una broma recurrente en la familia. Tal vez fueron demasiado educados como para decírmelo de otra forma o yo era demasiado terco como para reconocer los indicios de que me estaba obsesionando con las fotos.
Además, como científico, empiezo a reconocer que tal vez esté compilando más información de la necesaria.
A los bebés les da igual si les compras ropa bonita o juguetes caros, y seguro que las fotos tampoco les quitan el sueño. Lo único que quieren es tu cariño y tu atención y, para dárselos en condiciones, mejor que no sea con un teléfono en la mano. Disfruta del espectáculo real y sin intermediarios: escucha el sonido de la risa de tus hijos, mirálos menear su cuerpecillos al bailar y pásalo en grande viéndoles andar como si fueran borrachos. Créeme, vivir de verdad el momento es la mejor forma de capturar el recuerdo en tu memoria.
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Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno