El prestigio de ser pobre en política

El prestigio de ser pobre en política

Es interesante cómo en España se considera una buena credencial, toda una garantía, que la gente que se dedica a la política tenga poco patrimonio. La política americana es muy distinta. La credencial de cualquier político que se presente a nivel local o nacional es haber tenido éxito en el sector privado. Resulta complicado labrarse una reputación si uno ha cobrado siempre del estado o no ha ejercido una actividad profesional.

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Foto: EFE

Es interesante cómo en España se considera una buena credencial, toda una garantía, que la gente que se dedica a la política tenga poco patrimonio y, a ser posible, haya ganado poco dinero en su vida profesional.

En la entrevista que Bertín Osborne hizo a Pedro Sánchez en su programa, Sánchez, que al igual que su consorte proceden de familias bien acomodadas, se hartó de repetir que había estado en el paro hacía poco.

Cuando el Ayuntamiento de Madrid ha publicado las declaraciones de bienes y actividades de sus concejales hace pocos días, varios de ellos, como Guillermo Zapata y Nacho Murgui, se enorgullecían de su escaso patrimonio y de no tener ni cuenta corriente. Prueba de su inocencia, dirán algunos.

La política americana es muy distinta. La credencial de cualquier político que se presente a nivel local o nacional es haber tenido éxito en el sector privado. Resulta complicado labrarse una reputación si uno ha cobrado siempre del estado o no ha ejercido una actividad profesional.

En España se critica con frecuencia que uno tenga que ser millonario para presentarse a presidente de los Estados Unidos por el alto coste que conlleva. Y tienen cierta razón. Pero de lo que no se habla es que haber tenido éxito en los negocios y una independencia financiera se considera la prueba del algodón de que alguien está capacitado, tiene la vida solucionada y no ha llegado a la política para medrar. No es nada infrecuente el caso de gente que se dedica a la política ocho o diez años y vuelve a los negocios. Hay una cierta idea de que la política es un servicio.

Alguien con escaso patrimonio, que no haya hecho nada destacable en el mundo privado, tiene muy pocas posibilidades de dedicarse a la política americana de alto nivel, que se supone es un coto reservado a los mejores, como por ejemplo Hillary Clinton, Mitt Romney o el detestable Donald Trump. Resultaría inconcebible un concejal de Chicago diciendo que no tiene cuenta corriente, y crearía sospechas acerca de su capacitación profesional. Todo político norteamericano que se precie puede esgrimir un success story que le otorga una cierta credibilidad de partida.

En España, un candidato a la Presidencia del Gobierno se siente, sin embargo, cómodo diciendo que hace poco tiempo estaba en el paro o presumiendo de haber sido un buen opositor como Mariano Rajoy.

Puede que algunos lo consideren darwinista, pero a mí me gusta que se dediquen a la política gente de mérito y que estén muy bien pagados. Gente que, si no se dedicara a la política, serían excelentes empresarios o profesionales.

No hay otra manera. Si se quiere atraer al mundo de la política a los mejores, el problema de fondo al fin y al cabo, nadie debería tener que avergonzarse de tener dinero y patrimonio siempre que haya sido ganado honradamente. Si no, seguiremos condenados a que nuestros gobernantes sean opositores o gente de aparato.