Señor Rajoy, no acepto (no me trago) sus disculpas
Exponer las debilidades propias es un reto, no todo el mundo es capaz de hacerlo. Requiere una enorme valentía salir ahí y decir "me he equivocado". Rajoy no ha hecho tal cosa. ¿Cómo vamos a creernos un discurso en el que no escuchamos más que una retahíla de frases como si el hablante enumerara la alineación de un equipo de fútbol o las instrucciones de instalación del deuvedé?
Quien pide disculpas reconoce su error. Quien reconoce su error expone su vulnerabilidad. O su sorpresa. O su malestar. Una brecha en su coraza. Deja a la vista de todos la conciencia que tiene de haber obrado de forma inapropiada y que se siente como de pie sobre una balsa en medio del océano.
Vulnerable
La coraza del señor Rajoy es el papel que sostiene y del que lee su discurso maravillosamente escrito a no se sabe cuántas manos, ese discurso que proviene de la estrategia planeada por un gabinete de crisis.
La coraza del Señor Rajoy es la entonación de parte de guerra -"con la información que tenemos hasta el momento" -que usa para dictar los enunciados. Son esas frases de construcción perfecta para la vista pero imposibles para el oído. Son sus pulmones siempre llenos de aire mientras habla, su pecho y sus costillas bien arriba, y su tono suspendido en la octava planta de su rango vocal. Como si no quisiera gastar aire porque le diera miedo ahogarse. O como si le diera miedo que alguien notara que le da miedo ahogarse.
Valiente
Exponer las debilidades propias es un reto, no todo el mundo es capaz de hacerlo. Requiere una enorme valentía salir ahí y decir "me he equivocado". Rajoy no ha hecho tal cosa. Se ha limitado a decir "lamento la situación creada" y otras vaguedades, como siempre. Alguien de verdad afectado por la situación que le lleva a pedir disculpas podría, buscando un refugio retórico, recurrir a eufemismos y vaguedades, sí, bueno, tal vez, a evitar la primera persona y las construcciones directas. Pero de nuevo su entonación le aleja del mensaje, y por lo tanto de los oyentes -ciudadanos, votantes-. Sus pausas están en los lugares correctos, no hay atisbo de duda, no hay quiebros en el discurso. Solo cuando pronuncia "conduztas" en lugar "conductas" [audio] escuchamos una ligera hesitación al emitir el sonido 'r' de "resultan", una pausa inadecuada entre el verbo y el atributo, y un enronquecimiento de la última sílaba de la palabra "hirientes".
En resumen, el presidente se preocupa por haber pronunciado mal una consonante, ¡no vayamos a pensar que es un paleto inculto que no sabe cómo se dice la ce con la te, pero no muestra ninguna implicación emocional en el contenido de sus palabras.
Eso sí que es hiriente: tener un presidente de Gobierno que lee sus discursos de la misma forma que rezaba el rosario por obligación con sus tías en la sala de costura las tardes de verano, con la mente en otra parte.
Vigoroso
Presidente, tienes que mostrarte enérgico, le habrán dicho. Fuerte, que se te vea indignado. Y Mariano, sí, sí. Y a la hora de la verdad, lo de siempre: un discurso denso, con mucho significado, pero poca capacidad de comunicación. Un discurso que ha sido escrito teniendo como foco al hablante y no al oyente, un monólogo que no busca impactar sino solo cubrir el expediente. A ver, presidente, es la estrategia: tú pides perdón, te perdonan, y en el dos mil quince, como son tontos, te vuelven a votar.
Pero la entonación, una vez más, delata al señor Rajoy. Las frases que lee el presidente son demasiado largas, y todos los enunciados que las conforman acaban en alto excepto el último. Es la entonación de la enumeración cerrada: piensen en el ejemplo "En la cárcel han entrado Bárcenas, Granados, Blesa y Rodrigo Rato" (podría ser verdad). Todos los nombres, excepto el último, tienen entonación ascendente. ¿Cómo vamos a creernos un discurso en el que no escuchamos más que una retahíla de frases como si el hablante enumerara la alineación de un equipo de fútbol o las instrucciones de instalación del deuvedé?
Por todo eso, señor Rajoy, yo, como fonetista y como ciudadana, no me trago sus disculpas. Y se lo digo desde Nueva York, adonde me he expatriado por las mismas razones que lo hacen cada día tantas personas, igual que yo muy preparadas, mientras "quienes no eran dignos" y "en apariencia han abusado" de sus puestos siguen abusando del país.