Pepe Mujica, el mensaje
El presidente de uno de los países más pequeños e "insignificantes" habló ante la ONU. Quedaban solo unos pocos oyentes, pero el discurso ha sido trending topic. ¿Qué tiene este discurso, aparte de ideales románticos, buenismo y una patada en la espinilla del capitalismo egoísta y salvaje?
El presidente de uno de los países más pequeños e "insignificantes" de la tierra habló ante la Asamblea General de Naciones Unidas. En la sala quedaban desperdigados solo unos pocos oyentes, pero el discurso de José Pepe Mujica ha sido trending topic en las redes sociales. ¿Por qué? ¿Qué tiene este discurso del presidente más improbable, como le llamó mi amigo Luis Arroyo, aparte de ideales románticos, cierto buenismo y una patada fuerte en la espinilla del capitalismo egoísta y salvaje?
Vis comunicativa
Comunicar, ¿qué otra cosa empuja a alguien a un estrado con un discurso de 43 minutos? Sí, de acuerdo, algunos discursos políticos pretenden aburrir, enredar, ocultar...
Pepe Mujica busca comunicar. Y comunica. Él no es de esos políticos que leen su discurso moviendo los labios al tiempo que sus ojos recorren las líneas que forman las palabras, una tras otra, en folios y folios escritos por no se sabe quién -y no miro a nadie-, mientras sus pulmones exhalan el aire suficiente para mover sus pliegues vocales.
Mujica está implicado en su comunicación: su cuerpo y su mente trabajan mientras su boca y su laringe pronuncian, una tras otra, sin prisa, deleitándose en ellas y defendiéndolas todas, las palabras de su discurso. Su fonética varía con las ideas porque cada idea aporta su propia fonética. En algunas partes del texto la voz es tensa, irritada [audio], la indignación le aprieta la garganta. En otras partes es cálida, solo un susurro casi derrotado [audio].
Comunicar es un proceso, igual que montar en bicicleta. En el tren bala se llega en un momento, es verdad, pero uno se pierde el aroma de la lavanda fresca, el canto de un pájaro carpintero a lo lejos. Cuesta, pero se disfruta más. El presidente de Uruguay se esfuerza por hacer que se comprendan las imágenes con las que construye la narrativa de su mensaje. Algunos enunciados, la mayoría, son cortos, de entre dos y cinco palabras, enmarcados por pausas de duración desigual. Otros, de no más de 9 o 10 palabras, los pronuncia deprisa, con más intensidad y un tono más agudo.
Cuando el ritmo de la declamación -con suerte- o de la mera lectura de un discurso es demasiado estable y regular, cuando todos los enunciados tienen duración y entonación similares, el hablante proyecta una imagen de neutralidad frente a su mensaje. Es como si su cerebro hubiera adoptado la velocidad de crucero y no le hiciera falta implicarse más para dar el parte o leer el informe.
Sin embargo, el hablante implicado en sus palabras acelera, reduce, frena. Como Mujica: su velocidad de articulación es muy cambiante, desde las 91 palabras por minuto [audio], hasta las 212 palabras por minuto [audio], pasando por velocidades medias de alrededor de 170 palabras por minuto [audio]. E incluso varía en el interior de algunos enunciados [audio]. Pero en todo momento el habla de Mujica conserva el ritmo pausado y cadencioso [audio] de la nostalgia.
Valiente
Pocos mandatarios internacionales se quedaron a escuchar al presidente de Uruguay, y él, con su camisa de cuadros sin corbata, se dirigió como pudo al auditorio medio vacío. Su articulación es imprecisa, mala, floja. Pero Mujica hilvana las ideas que le mueven, comparte las emociones que le provoca el mundo. Pasión. Muestra a los oyentes la energía que aún le queda: a pesar de su voz grave, muy grave -35 Hz de frecuencia mínima- y cansada, este orador se lanza hasta los 245 Hz si la idea lo merece.
Su voz suena tensa e irritada cuando habla de cosas que le indignan, pero no arenga. Él se ha subido a ese estrado para compartir su opinión, para exponer lo que siente cuando ve las injusticias a las que ha llegado el ser humano a base de codicia, pero no es su intención convencer, y mucho menos a la fuerza. Por eso al final de algunos enunciados su voz queda casi en silencio, áfona, y las [s] finales suenan indeterminadas como una silla vacía en una reunión [audio].
Una de las mayores muestras de seguridad que puede dar un orador frente a un auditorio es permanecer en silencio, ¿saben lo difícil que resulta eso? Las pausas del presidente de Uruguay son abundantes y muy largas, algunas duran más de 5 segundos [audio].
Orgánico
Los buenos actores son el personaje y los buenos directores buscan la verdad, una verdad que venga del cuerpo y no de la mente. Los discursos llenos de imágenes poéticas, esos discursos enrevesados y muy intelectuales tienen el peligro de convertirse en algo etéreo, sin los pies bien apoyados en el suelo, palabras huecas que suenan bien y que el orador dice porque las ve escritas en sus folios.
Pepe Mujica es el discurso que pronuncia, lo haya escrito él o no. Las pausas con las que ayuda al oyente a comprender su mensaje no vienen forzadas, nadie se las ha marcado en el papel con una raya roja. Son sus pausas, y son parte de la construcción del discurso. Le sirven a él para procesar lo que acaba de decir o lo que dirá a continuación y de paso el oyente tiene tiempo para digerir, decidir, para pensar, como dice la canción. Son silencios cargados [audio].
El resultado es un discurso político que uno podría escuchar en un teatro, la envidia de cualquier director de escena: el actor es el texto, le da la vida y lo defiende. Mujica no pretende convencer, tan solo colabora con el oyente para que entienda la armazón de su discurso. Pero lo habla con los defectos propios de las personas de carne y hueso [audio]. En las comisuras de sus labios de mucha edad se acumula saliva, su lengua no vibra lo suficiente al pronunciar la [r] [audio], su voz tiene poco fuelle, y sus enunciados son demasiado cortos.
Pero Pepe Mujica es su mensaje, esa es su estrategia. Su fuerza.