Recordando a Sergio Vieira de Mello a diez años del atentado a la ONU en Bagdad

Recordando a Sergio Vieira de Mello a diez años del atentado a la ONU en Bagdad

Resulta sorprendente la pasividad de la comunidad internacional -en particular, Estados Unidos- y la propia ONU con respecto a hechos de tamaña magnitud. Dado el carácter inusitado y la gravedad del atentado, lo esperable hubiese sido investigar y promover actividades en torno al esclarecimiento; sin embargo, primó la inacción, y los escasos rastros que surgían sobre los autores fueron ignorados o saboteados.

El 19 de agosto marca el décimo aniversario del asesinato de Sergio Vieira de Mello, alto comisionado de los Derechos Humanos, y representante especial del secretario-general de las Naciones Unidas en Irak. De Mello, considerado por muchos como el más idóneo sucesor de Kofi Annan, fue víctima del ataque terrorista contra nuestra misión política en Bagdad en el primero -y hasta ahora más serio- ataque contra la ONU desde su fundación en 1945. Veintiún otros murieron, y hubo más de 200 heridos. Como sobreviviente del atentado y compañera de Sergio Vieira de Mello, puedo decir que hasta hoy ninguno de nosotros ha comprendido por qué nunca se hizo una rigurosa investigación sobre el atentado de tamaña dimensiones. En lugar de eso, se enterraron las circunstancias del incidente con bustos y discursos conmemorativos.

Este aniversario sirve para reflexionar sobre la vida de una diplomático verdaderamente comprometido con los ideales y principios de la paz, pero también para demandar una investigación independiente que haga justicia a la memoria de quienes entregaron su vida aquel 19 de agosto en Bagdad.

La trayectoria de Sergio fue amplia, intensa y en ella se reflejan los episodios más resonantes de los últimos 40 años. Así, por ejemplo, su mediación tras las hostilidades en Oriente Próximo en 1982; la repatriación de 400 mil refugiados camboyanos en los años noventa; y sus esfuerzos para negociar un fin a la masacre en Bosnia.

Tuvo el privilegio de emprender la más difícil, pero finalmente exitosa, de las experiencias de la ONU: liderar, junto con los patriotas timorenses, el proceso de independencia de Timor-Leste. Por primera vez la Organización concretaba el sueño, plasmado en su carta fundacional de 1945, de construir desde cero la institucionalidad de un país. En este caso, un país que había sido ocupado y devastado por las tropas colonialistas de Indonesia.

En el momento de su muerte, Sergio Vieira de Mello era alto comisionado de las Naciones Unidas para Derechos Humanos -la entidad que muchos identifican como la "conciencia del mundo"-; había sucedido en el cargo a Mary Robinson, expresidenta de Irlanda, que durante su gestión marcó el papel trascendental de la Organización. Mientras se desempeñaba como alto comisionado, fue designado representante especial del secretario-general de Naciones Unidas para Irak, residente en Bagdad. La simultaneidad de ambas funciones demuestra la convicción de muchos actores de la vida internacional: Sergio Vieira de Mello era uno de los que tenían más posibilidades de suceder a Kofi Annan en el cargo de secretario-general de la ONU.

Por todo esto, resulta sorprendente la pasividad de la comunidad internacional -en particular, Estados Unidos- y la propia ONU con respecto a hechos de tamaña magnitud. Dado el carácter inusitado y la gravedad del atentado, lo esperable hubiese sido investigar y promover actividades en torno al esclarecimiento; sin embargo, primó la inacción, y los escasos rastros que surgían sobre los autores fueron ignorados o saboteados. Awraz Andel Aziz Majmoud Said estaba dispuesto a revelar su participación en el hecho, pero, no obstante las múltiples peticiones internacionales -en particular, los del relator especial sobre la Independencia de Jueces y Abogados-, fue ejecutado antes de prestar declaración ante la justicia.

Tampoco se construyó, desde la organización, un mensaje de repudio a semejante acto de violencia contra los que trabajaban y arriesgaban su vida por la humanidad. Kofi Annan se limitó a realizar diplomáticos y formales actos de contención de los familiares de las víctimas, pero en ningún momento promovió y construyó un discurso institucional de vigoroso rechazo al atentado. Ni lo que es más importante, promovió una investigación a fondo del hecho. De haberlo hecho, habría encabezado a una verdadera toma de conciencia universal sobre lo inaceptable.

Lo cierto es que, diez años más tarde, víctimas, sobrevivientes, familiares, amigos, y millares de funcionarios de la casa aún desconocemos las circunstancias precisas del atentado, los móviles de los autores y la responsabilidad penal y moral que les cabe a quienes permitieron y posibilitaron la agresión, como punto de partida para cicatrizar heridas. En vez de medallas, lo que todos esperamos es en primer lugar la verdad, y el firme compromiso de la Organización en averiguarla.

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Fui víctima de aquella tragedia. Pero, pese a mi estatus como funcionaria de la ONU, nunca encontré el más mínimo gesto de reparación y amparo en la organización que me había confiado, en agosto de 2003, la tarea de representarla en Bagdad, el rincón más caliente del planeta.

En el momento del atentado, yo era la compañera de Sergio Vieira de Mello. Vivíamos una relación afectiva tan profunda como solidaria, pues nació en los primeros años de la reconstrucción de Timor-Leste, en condiciones de gran adversidad, en un territorio devastado por una guerra de ocupación que le costó a ese pueblo casi la mitad de sus habitantes.

Luego de la exitosa misión de Sergio en Timor, regresamos a Nueva York, donde nuestra vida se desarrolló con relativa serenidad.

Fue allí donde Sergio recibió la noticia de su designación como alto comisionado de los Derechos Humanos. Y a los pocos meses de ocupar ese cargo en Ginebra, fue nombrado para Irak. Por ello es fácilmente comprensible que el escenario de nuestros afectos siempre haya estado dominado por la precariedad, el riesgo y la incertidumbre. Pero más allá de los fantasmas del odio y la tragedia que poblaban el cielo de Bagdad, nuestra relación se fortaleció, y juntos transitamos con intensidad los últimos instantes de su existencia.

Sin embargo, no fueron los terroristas de Irak los únicos que desgarraron mi vida. También lo hicieron las instrucciones que llegaban de los principales jerarcas de la ONU y EEUU, que cubrieron con un manto de silencio las circunstancias del atentado, e intentaron tergiversar y reescribir la historia de Sergio, nuestra relación, y el absurdo abandono en que el murió.

En este contexto, sé que hay una sola voz que puede levantarse para reivindicar la historia de uno de los hombres más importantes y prestigiosos de nuestra época: la del Brasil, su país al que amaba y con el que se identificaba profundamente, a pesar de, o precisamente por, su intensa vida internacional y la necesidad de lazos de afecto existenciales.

Celso Amorim, hoy ministro de Defensa del Brasil, y que durante casi una década llevó adelante la cartera de Relaciones Exteriores brasileña, ha dado el paso inicial. Por primera vez, alguien de la poderosa Itamaraty cuestiona: "No soy proclive a teorías conspirativas, pero es difícil recordar ese episodio sin preguntarme si el punto débil, desde la óptica de la seguridad, no fue debilitado deliberadamente, acaso para desviar los eventuales ataques al blanco más buscado, la administración militar norteamericana". Resulta llamativo que esa reflexión la haga alguien que proviene de la diplomacia, diez años más tarde.

Dos meses antes del atentado, Sergio le había confesado a Amorim que la situación en Irak era dramática, que estaba muy preocupado, que cada día tenía más problemas con los norteamericanos, y que con ayuda del Brasil podría darle una dimensión multilateral. Este fue el último encuentro de Amorim con Sergio, durante la conferencia del Foro Económico Mundial (Davos World Economic Forum), que ese año tuvo lugar en el Mar Muerto de Jordania, el 21 y el 22 de junio de 2003.

Una década más tarde, tengo la seguridad de que éste es, por fin, el comienzo. Y que esta nueva etapa de mayor transparencia para todas las víctimas de la tragedia no podía tener lugar si no la emprendía el propio Brasil.

Esto lo digo hoy, desde mi profundo amor a Sergio, y lo hago con el propósito de destacar la lucha que él encarnó en un mundo que tanto la necesita y sin embargo, persiste en negarla.

Al cumplir 10 anos, EEUU y la ONU deben emprender acciones efectivas y conducentes al esclarecimiento y de reparación para que las víctimas tengamos finalmente acceso al derecho de la verdad al que hemos sido privados desde ya una década.