10 claves para convertir a los niños en lectores

10 claves para convertir a los niños en lectores

No seleccionéis los libros en función de vuestros gustos o del mensaje que trasmiten. Elegid aquellos que creéis que se puedan adaptar a los gustos y personalidad de vuestros hijos. La clave principal para formar lectores es iniciarse en la lectura divirtiéndose. Ya tendrán tiempo más adelante para acudir a libros que les aporten otros valores y conocimientos más allá del puro placer.

En un artículo anterior, reflexionaba sobre cómo las prácticas del sistema educativo no sólo no conseguían crear lectores, sino que ejercían el efecto contrario y contribuían a que muchos alumnos que sólo han conocido esta vía para acercarse a los libros, acaben por aborrecer la lectura.

Me mostraba convencida de que existían vías alternativas a la obligatoriedad que practica la escuela para lograr construir lectores. Voy a intentar exponer algunas de las claves que he ido ideando, probando y poniendo en práctica durante mis casi quince años como madre y que me han funcionado con mis hijos. Dos niños muy distintos: en género, personalidad, gustos e incluso funcionalidad.

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1) ARGUMENTOS

Elegid el libro que les guste a vuestros hijos, no el que os guste a vosotros o el que quisierais que les gustara.

No seleccionéis los libros en función de vuestros gustos o del mensaje que trasmiten. Elegid aquellos que creéis que se puedan adaptar a los gustos y personalidad de vuestros hijos. La clave principal para formar lectores es iniciarse en la lectura divirtiéndose. De lo contrario, sólo conseguiremos que la aborrezcan. Ya tendrán tiempo más adelante para acudir a libros que les aporten otros valores y conocimientos más allá del puro placer.

No os fiéis ciegamente de las recomendaciones de otros, por muy expertos que sean. Nadie conoce a vuestros hijos mejor que vosotros. La mayoría de libros que le apasionaban a mi hija mayor cuando se inició en la lectura en solitario, a su hermano pequeño no le dicen nada. He tenido que volver a salir a la búsqueda de nuevos temas y colecciones que en nada se parecen a lo que atraía a su hermana.

Pero sí hubo algo común a ambos: los dos detestaban aquellos libros para mí tan originales y que con tanto empeño traté de introducirles en los primeros tiempos. Cuando mi hija era pequeña y empecé a comprarle libros infantiles, me atraían esos libros tan innovadores que las editoriales orientadas a este público han venido publicando en los últimos años. A ella, sin embargo, no le gustaban demasiado, y todas las semanas salíamos de la biblioteca con un lote de los clásicos de toda la vida bajo el brazo, escogidos por ella. Me harté de las aventuras de Caperucita, La Bella Durmiente, Garbancito, Ricitos de Oro, Pinocho, Los tres cerditos y similares. Llegamos a pasar tres meses leyendo a diario Blancanieves... Por suerte, logró superar esta etapa y pasar a otro tipo de historias donde siempre tenía que estar presente la magia y la fantasía.

Con el enano pasó tres cuartos de lo mismo, y fue imposible introducirle esos cuentos de última generación que con tanta ilusión había comprado para su hermana. Cuando dejó atrás la etapa de los clásicos, no se inclinó como su hermana por la fantasía, sino que se decantó por cuentos con personajes convencionales que narraran historias cotidianas y habituales para un niño. Imprescindibles en su biblioteca: Teo y Os Bolechas, sobre todo estos últimos. Llevo años leyendo las peripecias de estos seis hermanos y su perro. Cuando la mayor tuvo edad para dejarlos atrás, enlacé con el pequeño, así que me he convertido en una auténtica experta en Bolechología.

Como digo, durante años me había empeñado en comprarles aquellos cuentos maravillosos que para mí eran originales y diferentes. Pero lo eran desde mi perspectiva de adulto que ya ha vivido un tiempo y que está hastiado de lobos, caperucitas, princesas y zapatos de cristal. Se nos suele olvidar que los niños acaban de aterrizar en el mundo, y que todo resulta novedoso para ellos: eso incluye también el universo que puebla los clásicos de Perrault, Andersen o los Grimm. No entiendo cómo me costó tanto tiempo darme cuenta de algo tan simple y evidente.

Cuando empezaron a leer, fui aún más consciente de lo mal diseñados que estaban aquellos libros que tanto me gustaban a mí, que me habían entrado por los ojos: sus rebuscadas tipografías, complicadas muchas veces con tintas de mil colores, resultaban imposibles de leer para niños que se estaban iniciando en la lecto-escritura.

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Es importante también que el vocabulario se adapte al que los niños dominan. Claro está que uno de los mayores beneficios de la lectura es que facilita la ampliación del vocabulario, pero si de cada 10 palabras que leen, desconocen el significado de 5, no servirá para incrementar su léxico, sino para que abandonen el libro. Las editoriales suelen utilizar unos códigos que los clasifican por edades, pero no son muy fiables, porque de nuevo se vuelve a considerar a los niños de una misma edad como un todo homogéneo, y esto no es en absoluto así. Nosotros somos los únicos que conocemos a la perfección las palabras que dominan nuestros hijos, así que, lo que yo suelo hacer es leer las primeras páginas, y eso ya me daba la pista del tono del resto del libro. No sólo en cuanto a vocabulario, sino también respecto a la tipografía y al tamaño de la letra, que también son factores muy importantes para facilitar la lectura. Como comentaba antes, huid de las tipografías innovadoras y las tintas de colores (con la excepción de Junie B. Jones, donde cada título tiene un color distinto pero es un tono muy suave y se aplica al texto completo).

2) LLEVA A TUS HIJOS A LA BIBLIOTECA

A Antón, como a su hermana (y como imagino que a la mayoría de los niños a quienes se les da la oportunidad), le apasionan las bibliotecas. Son su lugar preferido del mundo. Con permiso de las salas donde se represente teatro, títeres, magia o actúen orquestas, bandas de música, grupos folk o cualquier otra cosa que se ejecute sobre un escenario.

Como comentaba, mientras a Amara le ha gustado desde siempre la fantasía, Antón se decantó por historias con los pies pegados a la tierra. Lo que han tenido en común los dos es que les han gustado los cuentos clásicos, y eso que yo los aborrecía por lo que ciertos estudiosos sesudos interpretaban en ellos. Pasado el tiempo y ganada experiencia, la verdad es que me doy cuenta de que era una soberana tontería. Fueron mi hijos los que me hicieron llegar hasta aquí, de ahí la importancia de que vayan con regularidad a la biblioteca y pasen en ella mucho tiempo. Allí tendrán a su alcance infinidad de libros, y es la forma de que ellos elijan sus propias lecturas. No he conocido ni a un solo niño al que no le guste ir a la biblioteca: a algunos no se les podrá sacar de allí, y otros se cansarán antes, pero lo que es seguro es que ninguno rechazará la oferta si se le propone.

Muchos padres premian a sus hijos ofreciéndoles ir al McDonald's. Bien, yo he sustituido la cadena de comida con juguetitos por la biblioteca con el mismo éxito. Si mi hija se comprometía a tirar el chupete, a andar sin tener que llevarla en brazos, a recoger sus juguetes, a probar una nueva comida o hacer los deberes sola, yo prometía llevarla a la biblioteca. Y lo mismo con Antón. Se tiene más éxito cuando se utilizan los libros como premio que como castigo (y la obligación no deja de ser un castigo).

Un punto importante a este respecto es: lleva a tu hijo a bibliotecas infantiles donde pueda explorar y jugar con los libros al principio, y concentrarse en ellos después, sin importar lo que se mueva o el ruido que haga.

Señores gestores públicos: hagan el favor de habilitar bibliotecas infantiles, pero de verdad. En mi pueblo tenemos (o teníamos, porque ahora nos han exiliado al hall de entrada) una biblioteca infantil que era una pesadilla: no se podía, no digo ya hablar, sino siquiera susurrar, sin que apareciera la bibliotecaria para llamarnos la atención. ¡Así no se pueden crear lectores!

A ver, los niños tardan en aprender a leer, y así debe ser. Tenemos y debemos leerles los libros y, a poder ser, dramatizando: poniendo voces y haciendo gestos, sí, convirtiéndonos en actores (con el tiempo, ellos mismos aprenderán a recrear esas voces y gestos en su cabeza). En definitiva: tenemos que hacer ruido. Y esto es incompatible con una biblioteca al uso. Al lumbreras que diseñó la biblioteca infantil de mi pueblo, no se le ocurrió nada mejor que reservar un pequeño espacio (en realidad minúsculo, y sí, los niños también necesitan espacio para moverse, tumbarse, etc.) separado por un cristal (!) de la biblioteca de adultos. Biblioteca de adultos a donde acuden los usuarios a estudiar; y claro, por mucho que lo intentemos, leer con niños implica un mínimo ruido.

Y este es otro punto que me revienta de nuestro país: hemos convertido las bibliotecas en salas de estudio, y a ver si nos damos cuenta de una vez que son dos conceptos diferentes. Si lo que de verdad necesitamos son salas de estudio, creémoslas (que además resulta más barato, sólo requiere de mesas y sillas), pero no deformemos la función de una biblioteca pública, que es la de contener libros y ponerlos a disposición del usuario. He tenido que sufrir esta distorsión en los años en que trabajaba como documentalista y debía buscar información por las bibliotecas. Fueron incontables las veces en que tuve que consultar libros de pie o en el suelo porque la biblioteca estaba copada por estudiantes u opositores (presentes y ausentes, debido también a esa mala costumbre de ocupar las mesas con libros y apuntes aunque uno se largue durante horas). Años más tarde, y por esta misma razón, tampoco he podido leerles a mis hijos sin recibir una reprimenda cada diez minutos.

Por suerte, vivimos cerca de una ciudad grande con varias bibliotecas infantiles de las de verdad, que han permitido a mis hijos disfrutar de esta experiencia, pero es triste que, habiéndose gastado recursos públicos en la biblioteca que tenemos a 500 metros de casa, tengamos que coger el coche y hacer 20 kilómetros de ida y otros 20 de vuelta (más la minuta del párking) para disfrutar de esa experiencia en condiciones.

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3) PROTAGONISTA

A Antón no le importa demasiado el género del protagonista, pero para Amara era muy importante que la historia estuviera protagonizada por una niña y, a poder ser, de su misma edad. Así que, a medida que ella iba creciendo, también los personajes de sus libros cumplían años.

Recuerdo que hace tiempo, cuando aún era muy pequeña y estaba todavía lejos de leer sola, nuestra librera de referencia me comentaba indignada cómo una de sus clientas había rechazado su recomendación de Kika Superbruja porque el regalo iba destinado a un niño. A mí, entonces, me pareció tan sexista como a ella, pero a medida que mi hija creció y se fueron perfilando sus preferencias, me di cuenta de que necesitaba sentirse proyectada en el protagonista y que el género concordara con el suyo, ayudaba mucho a ello. Desconozco las razones de aquella clienta al rechazar el libro por el género del personaje, pero debo decir que, con el tiempo, yo también busqué protagonistas femeninas en los libros infantiles que iban destinados a mi hija. De hecho, echando la vista atrás, me di cuenta de que mis lecturas infantiles y juveniles favoritas también habían estado protagonizadas por personajes con los que me identificaba: la Esther de Purita Campos, la Jorge de Enid Blyton, la Puck de Lisbeth Werner o las Alba Trueba e Irene Beltrán de Isabel Allende.

A Antón, más que el género, lo que le importa es que los personajes sean muchos y variados, que no superen los diez años; y si aparecen abuelos, todavía mejor. Las pandillas (Teo y sus amigos) y las familias (Os Bolechas) están entre sus preferidos.

Los autores especializados en literatura infantil deben saber bien de esto, y seguramente por esta razón, en sus libros abundan más los grupos de amigos que los personajes en solitario. Si nos detenemos a analizarlos, cada uno responde a un cliché, a un tipo de personalidad que busca que cada lector pueda encontrar su referente.

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4) AUTOR

Si encontráis un libro que les guste mucho, mucho a vuestros hijos, existen bastantes posibilidades de que otros títulos de ese mismo autor lleguen a tener el mismo éxito. Y si recurren con frecuencia al mismo escritor, puede que, incluso, acaben interesándose por la persona que existe tras ese nombre: si es un autor del pasado o vive en el mismo tiempo que ellos, si es extranjero (y entonces seguramente se interesen por localizar su país en un mapa), si tiene hijos y de qué edades, el nombre de su mascota, si le gusta el chocolate... se interesarán por las cuestiones más sorprendentes.

Cuando mi hija se enganchaba de alguna trilogía, serie o saga, siempre acababa interesándose por su autor, y si resultaba que era una autora, aún se emocionaba más. Yo le ayudaba entonces a buscar información en la red sobre ese escritor/a y a ponerle cara. La mayoría de autores especializados en este público tienen webs específicas que suelen incluir información e imágenes que responden a las curiosidades que suelen suscitar entre su público.

Amara tenía 9 años cuando leyó una serie titulada La jirafa blanca (de Salamandra, no me pagan por hacerles publicidad pero de verdad os aseguro que, cada vez que he visto el sello de esta editorial en el lomo de un libro, he sabido al instante que era garantía de éxito). Cuando completó el tercer título, se empeñó en localizar y escribir a su autora, Lauren St John. Le habían fascinado esas historias y se sentía tan identificada con aquella atmósfera que conjugaba fantasía y amor por la naturaleza (algo que no podía describir mejor la fase vital que atravesaba en ese momento), que estaba convencida de que la autora y ella tenían, por fuerza, que compartir una conexión muy especial.

Averiguamos su dirección de correo electrónico y traduje la (larguísima) carta que escribió para ella. Lo más emocionante de todo es que Lauren St John ¡le contestó! Aquella contestación le hizo flotar durante semanas y escribir con más ganas y durante más tiempo del que ya lo hacía (porque los niños que aman la lectura, suelen sentirse también atraídos por la escritura). Cada día me venía con el papel arrugado donde estaba impreso el correo-e y me pedía que volviera a traducirle el último párrafo: «Suerte con tus escritos. Por lo que cuentas, estoy convencida de que tienes una carrera muy prometedora ante ti».

Qué importante es mantener esa tradición que lleva a los escritores a visitar centros educativos y charlar con sus lectores personalmente. Imagino que será enormemente enriquecedor en ambos sentidos.

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5) FUERA PREJUICIOS

Busca una lectura que le guste a tu hij@ y no te preocupes por otras connotaciones. No os creáis a quienes afirman que toda influencia a estas edades va a ser definitiva en su personalidad futura. A mi hija, de pequeña, le encantaba algo tan abominable y machista como Shin-chan, y ahora, con casi 15 años, es una abanderada del feminismo y le resulta sexista hasta la más mínima tontería.

Da igual que una lectura sea comercial o minoritaria, de prestigio o desprestigiada. Además, ¿quién decide eso? A mí me encanta leer y, de verdad, lo que me importa es disfrutar leyendo. Si luego me aporta otras cosas, pues genial, pero si un libro no te hace disfrutar, no te podrá aportar nada. Me encantan García Márquez, Ramón J. Sender y Torrente Ballester, me apasiona John Irving, he llorado con el Quijote, pero es que también he disfrutado muchísimo con la saga de Harry Potter, con los libros de Maeve Binchy y hasta con Manolito Gafotas (que creo que son de los que más y mayores carcajadas me han sacado). Y sí, también leí 50 sombras de Grey; en realidad lo intenté, porque fui incapaz de acabarlo; me pareció un coñazo absoluto.

Lo que quiero decir es que la lectura tiene que estar desprovista de prejuicios. Es terrible esa idea de que existan libros de cuya lectura se puede presumir en público y otros que haya que ocultar. Yo creo firmemente que debemos desterrar los prejuicios de la lectura, y si esto es válido para los adultos, cuando hablamos de niños hay que elevarlo al infinito. Los lectores y las lecturas van madurando con el tiempo, y eso tampoco implica que, cuando uno esté preparado para leer a Cervantes, Delibes o Saramago, no pueda alternarlo con Ken Follet, Michael Crichton o María Dueñas. Repito: lo importante es entretenerse y evadirse por un rato.

Mi hija y sus amigos adolescentes utilizan mucho la expresión "postureo", y no encuentro otra definición mejor para esa actitud. Si el postureo es abominable en cualquier faceta de la vida, en el tema de la lectura resulta, además, dañino y pernicioso. Así que: fuera postureo y fuera prejuicios.

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6) MOMENTO (y lugar)

Mi hija ha sido desde siempre muy mala dormidora. Así que, lo transformé en ventaja y aproveché esa reticencia congénita a cerrar la luz y dormir para la causa de la lectura. Pero siempre, siempre, siempre aplicando la psicología invertida: "¡Apaga la luz yaaaaa!" (acompañada de cara de enfado y desesperación lo mejor fingida posible, porque en realidad estaba encantada de verle pasar páginas sin hacerme ni caso).

Creo que, seguramente, constituyó el principal factor que la convirtió en lectora, porque aunque tengamos seguros todos los parámetros que he citado hasta ahora, de nada sirve si el niño no supera ese primer escollo que supone el esfuerzo inicial que hay que realizar para empezar un libro. El resto es necesario para que le enganche y no quiera ya soltarlo de las manos hasta acabarlo, viene rodado, pero ese primer paso, el de coger el libro y leer las primeras líneas es, sin duda, el más difícil de todos. Y quienes leéis esto, como padres, tenéis que saber analizar y evaluar cómo, cuándo y de qué modo hacerlo, pero siempre teniendo en cuenta que NO SE PUEDE OBLIGAR A LEER. Nunca jamás.

He asistido a escenas increíbles. En una de ellas, un miembro de mi familia le retaba a su hijo a una partida en la Play. Si perdía, y en pago a su derrota, debía leer durante media hora. Esto no es exactamente obligar ni castigar, pero se le parece mucho. Y aunque un padre sea un avezado jugador de videojuegos, jamás va a conseguir por esta vía convertir a su hijo en lector.

Como estoy fascinada por la metodología educativa de los países nórdicos, últimamente leo mucho sobre el tema, y una de las cosas que más me fascinan de esos artículos son las imágenes que los acompañan. Especialmente, esas escenas donde aparecen niños de las escuelas de Finlandia tirados por el suelo con un libro entre las manos. A lo mejor, esto resulta una mayor y mejor oportunidad para facilitar la lectura. Con casi total seguridad, si a la mayoría de nuestros niños se les diera a elegir entre corregir ejercicios en clase o leer un rato, escogerían la segunda opción. Es tan solo una hipótesis porque no he tenido oportunidad de experimentarlo.

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7) ILUSTRACIONES

Los libros destinados a primeros lectores deben tener muchas más ilustraciones que texto, porque al principio, y hasta que no han conseguido una cierta soltura, los niños leen las imágenes. Poco a poco se van introduciendo lecturas donde aumente la proporción de texto y disminuya la de imágenes, hasta que ya se encuentre preparado para leer libros sin dibujos.

En nuestra época, nos iniciamos con los tebeos (eso que hoy se llama cómic). Mis primeros pasos fueron Zipi y Zape o Mortadelo y Filemón, para después pasar a Esther y su mundo (que ya tenía una lectura algo más compleja que los anteriores). El primer libro solo de letras que leí fue Los cinco van de cámping, y lo hice por un motivo completamente estúpido. Intercambiaba tebeos de Esther con mi amiga Inés y en una ocasión, en lugar de traerme el número que me había prometido (su hermana se lo había prestado a una amiga), por no venir con las manos vacías apareció con aquel libro de Los Cinco.

Yo tenía 9 años y cuando vi todas aquellas páginas llenas de letras, casi me dio vértigo. Pero, como me daba vergüenza devolverle el libro a Inés sin haberlo leído, pues lo intenté. Empecé a leerlo por ese motivo tan absurdo, y no sólo lo acabé, sino que me atrapó y después ya no paré hasta devorar la colección completa de Enid Blyton. En aquella época no eran frecuentes los libros en las casas, al menos en el barrio obrero donde yo vivía, y todavía no se había creado la red de bibliotecas públicas que hoy existe, pero yo tuve la suerte de disponer de una excelente biblioteca en mi colegio que me permitió pasar de Los Cinco a Los Hollister y a Puck, hasta llegar a Salgari, Verne o Mark Twain.

De esta forma tan tonta, me inicié en la lectura. Claro que hay que tener en cuenta que en aquella época no había videojuegos, ni Twitter ni Instagram, la televisión tenía un sólo canal, funcionaba un par de horas cada tarde, y lo que nos ofrecía era Un globo, dos globos, tres globos.... Desde luego, teníamos otro tipo de entretenimiento y pasar horas y horas en la calle era uno de ellos pero hasta en eso los astros se confabularon a mi favor o, más bien, en favor de la lectura (porque a mí entonces no me parecía una suerte ni de lejos): y es que mis padres tenían un negocio familiar en el que yo pasé infinitas horas (sí, incluso con 9 años) porque ellos tenían que compatibilizarlo con otros trabajos necesarios para llegar a fin de mes o con las tareas de casa. Y esa tienda que yo tanto abominaba, seguramente fue la responsable de mi pasión por la lectura como la dificultad para conciliar el sueño lo fue para mi hija (y aquí volvemos al punto nº 6: Momento y Lugar).

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8) ACOMPAÑARLES EN EL PROCESO

Este es seguramente el punto más difícil y más pesado porque, por más que nos inunden de tiernas imágenes de padres leyendo a sus retoños acompañadas de frases maravillosas, a ver.... casi siempre es un coñazo. Lo digo yo que llevo catorce (¡catorce!) años haciéndolo. Esto es algo que, como no se lo he escuchado reconocer en público a nadie (yo la primera), siempre he tenido la sensación de que sólo me pasa a mí pero, como otras muchas cosas que nos avergüenza reconocer en público (como lo largo y pesado que se hace el puñetero embarazo), estoy convencida de que esto le ocurre a muchos, muchísimos padres.

No vamos a engañarnos, todo lo que se hace repetitivo y se convierte en una obligación, se acaba volviendo pesado. Quizás sea bonito leer a tu hijo si lo haces una vez al mes, o incluso a la semana, pero cuando es a diario... Porque, aunque es cierto que se les puede leer en cualquier momento del día, el más conveniente es por la noche, antes de dormir: no sólo les ayuda a relajarse, sino que al niño le apetecerá: casi ninguno quiere irse a la cama voluntariamente, y el momento-cuento resulta una forma de alargar el día (revísese el párrafo donde hablaba de mi hija, el sueño y la lectura).

Es, por tanto, el momento en que nuestros hijos están más receptivos a la lectura. Si lo intentamos de tarde, quizás les apetezca más ver Bob Esponja, jugar a la Play, ver vídeos en el iPad o subirse a un árbol. Por la noche, con tal de retrasar el momento-sueño serían capaces de hacer raíces cuadradas. Es el mejor momento para ellos, peeeero el peor para nosotros. Con diferencia. Además de estar cansados hasta la extenuación, seguramente tengamos pendiente colgar esa colada que lleva arrugándose en la lavadora desde hace horas, preparar ropas, carteras y meriendas para el cole, poner las lentejas al fuego para tener algo que comer al día siguiente, terminar ese informe energético que hay que entregar mañana o redactar esta entrada porque es el único momento del día en que en casa reina la suficiente tranquilidad para escribir con calma. Y cuando no hay nada pendiente ni urgente, lo que nos pide el cuerpo es tirarnos en el sofá a ver El intermedio, la nueva temporada de The Good Wife o las mejores jugadas de los partidos de esa jornada. Lógico, es que además de padres somos humanos.

Pero sí, si queremos que nuestros hijos lean, debemos acompañarles en el proceso hasta que sean capaces de disfrutar leyendo solos. La duración de este proceso depende de cada niño, mi hija ya leía sola y para dentro antes de los 7 años. Su hermano tiene ahora 10 y aunque ya hemos superado esa etapa en que sólo leía yo, todavía estamos en esa otra de tú-una-página-y-yo-otra. Y me parece que aún va a tardar en llegar al leer para dentro y solo. Con Antón todas las etapas, y en todas las facetas, duran más. Mucho, mucho más.

Y mientras ese momento de leer para dentro llega, tenemos que estar allí junto a ellos en su cama, leyendo a veces las mismas historias por días y semanas consecutivos. Cuando mi hija tenía dos o tres años, tuve que esconder el libro de La vaca gorda después de tres meses leyéndolo todas las noches (y cuando digo todas, eran todas), por temor a acabar teniendo un brote psicótico una de aquellas noches. En otra ocasión, fue Blancanieves, que le obsesionó hasta tal punto que en una de nuestras sesiones cuento llegué a decirle: "Hija, estoy de Blancanieves hasta los cojones" (lo sé, no es una expresión muy apta para el contexto y receptor del mensaje, pero fue fruto de mi desesperación). Al día siguiente, cuando fui a recogerla a la guardería, su profesora me dijo entre risitas: "Ya me ha dicho Amara que estás un poco harta de Blancanieves". La madre que parió a la niña...

Pues eso, que sí, que es muy bonito leer con nuestros hijos la mayoría de las veces pero hay temporadas en que se hace muy pesado y días en los que lo que de verdad estás deseando es acostarlos y que se duerman de una puñetera vez, para dejar de ser padre y poder ser tú aunque sea sólo por un ratito.

Y he aquí otro de los peligros: no se pueden hacer excepciones. Y esta es una regla de oro. Por muy tentador que sea saltarse el cuento un día y por muchas excusas que encontréis para hacerlo, no lo hagáis. Nunca. La lectura es un hábito (como comer, dormir o cepillarse los dientes) y requiere de una rutina. Es al menos mi experiencia: si te lo saltas un día, es bastante probable que se conviertan en varios seguidos, que el niño se habitúe y hasta a él mismo le cueste retomarlo porque seguramente haya encontrado otras alternativas al momento-cuento. Es mi humilde consejo.

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9) UTILIZA EL LIBRO COMO RECOMPENSA

¿Qué es primero, el huevo o la gallina? ¿Les gusta que les regales libros porque les gusta leer o leen porque les regalas libros? Ni idea, pero funciona.

Durante más de un año, mi hija sufrió ese horror llamado ortodoncia. Creo que ahora puede recordarlo hasta con cierto cariño, porque cada revisión se completaba con una visita a la Fnac donde, después de inspeccionar y rebuscar entre las estanterías, elegía el libro que quería comprar. Era un ritual que se repetía una vez al mes (y si se soltaba algún bracket inesperadamente, podían caer dos).

A veces, yo aprovechaba para hacer recados por la zona y la dejaba allí: no es la primera vez que se leía en ese rato algún libro, así que salíamos con uno en la bolsa y dos o tres más leídos. Y no, la Fnac nunca salió perdiendo porque también más de una vez me la encontré asesorando a padres, abuelos o tíos que buscaban muy perdidos algún libro para regalar a sus niños. Puedo garantizar que ha sido la mejor prescriptora de literatura infantil y juvenil que ha tenido nunca la Fnac de A Coruña. Y gratis.

Y más de una vez también se empeñó en que le comprara alguno de los libros que había tenido tiempo de leer allí. Y yo se lo compraba claro, porque yo también he necesitado poseer los libros que me han ganado y que había leído prestados.

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10) NO OBLIGAR NUNCA A LEER

JAMÁS

Y aunque la coloque en último lugar, esta debe ser la regla número 1 de este decálogo.

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¡FELIZ LECTURA!

Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora