Volar protegidos de nosotros mismos
¿Es razonable que un solo piloto se quede a solas en la cabina, con la posibilidad de atrincherarse dentro y ser dueño absoluto del destino de todo el pasaje y miembros de la tripulación? Volar es cada vez más frecuente y más seguro, pero necesitamos tener la confianza de que lo vamos a hacer en las mayores condiciones que garanticen nuestra seguridad, incluso para ser protegidos frente a nosotros mismos, el hombre de carne y hueso.
Me gusta volar. Hace años que perdí el miedo. Fue el día en que pensé que si quería llevar el tipo de vida que me gusta no me compensaría tanto sufrimiento. Dejé el orfidal y empecé a elegir siempre ventana; demasiada belleza por los rincones de la tierra merece ser observada a vista de pájaro.
La contemplación aérea produce una sensación de paz difícil de explicar. Permite dar un paso atrás en medio de tanto ruido y observar, sin filtros de cámaras, el paisaje único de la tierra; la maravillosa sensación de vida y el privilegio de estar presente para dejarse atrapar por la naturaleza cambiante. Volar es probablemente el sueño más recurrente que ha acompañado al ser humano desde sus orígenes. Montarse en un avión es lo más cercano a alcanzar ese sueño.
Naturalmente, necesitamos confianza para disfrutar volando. Confianza en quienes dirigen la aeronave y quienes cuidan de ella. Confianza en las compañías que seleccionan a sus pilotos. Confianza en los controladores que vigilan el tráfico entre las nubes y aeropuertos. Confianza en quienes dictan las normas internacionales que permiten viajar seguros. Confianza en los fabricantes de los aviones... Confianza es el concepto que separa las sociedades habitables de las salvajes.
Se han producido dos accidentes aéreos en los últimos meses con origen en dos aeropuertos europeos, con el resultado de muerte para todos sus ocupantes. Me refiero al vuelo de Malaysia Airlines que partió de Ámsterdam camino de Kuala Lumpur el pasado 17 de julio y el de Germanwings que se estrelló el pasado martes tras despegar en Barcelona con destino Düseldorf.
Ambos desenlaces trágicos tienen un elemento común: fueron causados deliberadamente por personas y no por fallos mecánicos o elementos meteorológicos. Con bastante probabilidad, ambos podrían haber sido evitados si hubiéramos tenido normativas más exigentes para volar seguros, para proteger al ser humano de otros seres humanos. Veamos ambos casos.
El pasado 17 de julio las compañías aéreas que operaban vuelos entre Europa y Asia se enfrentaron a un dilema: ¿Es seguro sobrevolar el este de Ucrania, donde desde hace meses se libra un conflicto armado? La zona era de alto riesgo. Antes de esa fecha, los rebeldes ucranianos habían volado por los aires varias aeronaves. De hecho el día anterior, el 16 de julio, un avión militar fue derribado. Pues bien, una mirada al tráfico aéreo de ese día muestra que algunas compañías decidieron sobrevolar la zona y otras no. Por ejemplo, el vuelo British Airways 9 de Londres a Bangkok evitó Ucrania y voló sobre el Mar Negro. Lo mismo hizo el vuelo de Air France 166 entre París y la capital de Tailandia. En cambio, además del derribado vuelo de Malaysia Airlines 17, el vuelo de Lufthansa 772 entre Francfort y Bangkok tomó una ruta similar sobre Ucrania, al igual que el vuelo de KLM 809 entre Ámsterdam y Kuala Lumpur. La decisión de evitar tomar la ruta más corta tiene costes importantes, en forma de mayor tiempo de vuelo y combustible.
¿Es razonable que sean las compañías aéreas quienes decidan sobre los riesgos de sobre-volar zonas en las que se libra un conflicto? Un análisis de riesgo coordinado a nivel europeo hubiera indicado que no era razonablemente seguro sobre-volar el este de Ucrania esos días.
Vayamos ahora al reciente episodio trágico del avión de Germanwings. Las investigaciones apuntan a que el copiloto, Andreas Lubitz, de manera deliberada, estrelló el avión contra los Alpes franceses. Pudo cometer esta locura gracias a que estaba sólo en la cabina. Para lograrlo, aprovechó que el piloto salió de la cabina, y después accionó un mecanismo que bloquea la puerta, de forma que es imposible entrar. A continuación desactivó el piloto automático e inició el descenso hasta estrellarse en las montañas.
Tras el 11-S aumentaron considerablemente las medidas de seguridad en la aviación. Uno de los cambios más importantes se refiere a los blindajes de las cabinas de los pilotos, de forma que -para evitar que puedan acceder intrusos en pleno vuelo- se puedan convertir en una suerte de búnker. Accionado ese mecanismo de bloqueo, la persona que está dentro queda blindada y puede disponer del control absoluto sobre la cabina y, por tanto, sobre el destino del avión y sus pasajeros. Nadie pensaba entonces que el enemigo para la seguridad podría no estar en el pasaje sino en la propia cabina del avión.
¿Es razonable que un solo piloto se quede a solas en la cabina, con la posibilidad de atrincherarse dentro y ser dueño absoluto del destino de todo el pasaje y miembros de la tripulación?
En EEUU, es una obligación que siempre haya al menos dos personas en la cabina todo el tiempo, de forma que si durante el vuelo el piloto o copiloto desea salir para ir al servicio, por ejemplo, algún miembro de la tripulación debe permanecer dentro de la cabina ese tiempo. Es una medida razonable ya que -al margen de que tenga sentido por si de repente un piloto sufre un desvanecimiento- hay al menos dos precedentes de pilotos que han estrellado deliberadamente los aviones que lideraban cuando han estado solos en la cabina.
No me refiero a la primera historia de la excelente película Relatos Salvajes, sino al vuelo EgyptAir 990 que cubría de forma regular el trayecto entre Los Ángeles y El Cairo (vía Nueva York). El 31 de octubre de 1999, el avión cayó sobre el Atlántico y la investigación llevada a cabo por EEUU reveló que tras ausentarse el capitán para ir al servicio, el primer oficial desactivó el piloto automático para después precipitarse sobre el Océano.
De forma similar, el 29 de noviembre de 2013, el vuelo LAM Mozambique Airlines 470 se estrelló en Namibia cubriendo la ruta entre Maputo y Luanda. Las cajas negras indicaron que, de nuevo, el capitán alteró el piloto automático de forma deliberada para descender y aprovechó el momento en que el copiloto se ausentó de la cabina.
Merecemos una respuesta: ¿Por qué, dados estos precedentes, no obligamos, como lo hacen en EEUU, a que haya al menos dos personas siempre en la cabina? Algunas compañías anuncian ahora que adoptarán la norma de las dos personas en cabina.
Volar es cada vez más frecuente y más seguro, pero necesitamos tener la confianza de que lo vamos a hacer en las mayores condiciones que garanticen nuestra seguridad, incluso para ser protegidos frente a nosotros mismos. Tristemente, el hombre, en la peor versión de sí mismo, puede ser un lobo para el hombre.