La guerra a la vuelta de la esquina
A nadie le interesa hablar de la posibilidad real de que llegue la guerra a sus vidas. No me refiero a una guerra en el lejano o cercano Oriente, de las que ahora se pueden incluso librar con un joystick desde casa a través de aviones no tripulados. Me refiero a una guerra de las que desplazan a tu familia, salta por los aires tu cocina y la vida o la muerte te cambia para siempre. Pido disculpas de antemano por si amargo el día a algún lector.
A nadie le interesa hablar de la posibilidad real de que llegue la guerra a sus vidas. No me refiero a una guerra en el lejano o cercano Oriente, de las que ahora se pueden incluso librar con un joystick desde casa a través de aviones no tripulados. Me refiero a una guerra de las que desplazan a tu familia, salta por los aires tu cocina y la vida o la muerte te cambia para siempre. Tragar saliva y cambiar de tema es muy humano, como lo es buscar la luz en la oscuridad o seguir con esperanza las corrientes marinas en busca de tierra tras un naufragio. Pido disculpas de antemano por si amargo el día a algún lector.
A estas alturas nadie debería ser tan ingenuo como para pensar que la política exterior es un asunto de elites cuyos efectos no se expanden sobre los mortales. Incluso en la Unión Europea puede saltar por los aires el experimento de paz entre antiguos enemigos más exitoso de la Historia. Pues bien, cuando hablemos de que la UE tiene nuevos miembros, debes prestar atención. ¿Por qué?
Nadie tiene ya dudas de que la ampliación de la Unión Europea es pura política exterior, cuya consecuencia más importante no son tanto los nuevos miembros como nuestros nuevos vecinos. Mirad bien el mapa de nuestra UE de 28 miembros. Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania hacen frontera con Rusia, mientras que Eslovaquia, Hungría y Rumanía lindan con Ucrania. Polonia hace frontera con ambos. De nuevo, como en la Guerra Fría y las guerras de Yugoslavia, Europa tiene un conflicto expansivo dando cabezazos en sus puertas. Cuando el combustible va impregnando todas las piezas, cualquier chispa es fatal.
Este verano, el centenario de la primera Guerra Mundial ha sido caliente. Aunque los europeos hayamos decidido actuar como si la guerra no fuera con nosotros, lo cierto es que se ha cobrado las primeras víctimas. No hablo de los miles de ucranianos, militares, rebeldes o civiles que han caído en combate. En julio pasado, un avión civil de Malaysia Airlines, que había despegado en el aeropuerto de Ámsterdam, fue derribado por un misil cuando estaba sobrevolando el espacio aéreo del este de nuestra vecina Ucrania. Murieron todos sus ocupantes, en su mayoría holandeses.
La guerra de la vuelta de la esquina deja de ser teórica cuando compras el billete de avión equivocado y te toca sufrir una suerte de 11-S. Con toda probabilidad, los responsables - rebeldes ucranianos, apoyados por militares rusos - quedarán impunes. Entre otras cosas, porque ellos mismos se encargaron de destruir pruebas mientras la diplomacia europea estaba ya de vacaciones. Tampoco sabremos cómo es posible que, dado el precedente de aviones militares derribados, los meses anteriores en esa misma zona, las autoridades europeas permitieran a las aerolíneas comerciales seguir haciéndolo para no desviarse y no gastar más combustible.
Donde sí que son conscientes de que la guerra está a la vuelta de la esquina es justamente en la esquina misma. Estonia, país báltico que perteneció a la Unión Soviética y que desde 2004 forma parte de la Unión Europea, sabe bien lo que nos jugamos estos días. Una cuarta parte de su población es rusa. Y me temo que no son veraneantes de los que vienen a España a hacer inversiones inmobiliarias. Son rusos que en su mayoría llevan décadas en Estonia y tienen bastantes problemas de integración. Algunos optan por la nacionalidad estona en un examen bastante complicado, otros mantienen la nacionalidad rusa y otros quedan en una suerte de limbo. La tensión sobre la manera de integrarles no es nueva, pero la creciente agresividad de la vecina Rusia, sí.
El detalle de la minoría rusa tiene especial importancia porque la protección de la "etnia rusa" más allá de las fronteras de Rusia fue la razón esgrimida por Putin para invadir Georgia en el verano de 2008 y tomar Crimea y partes de Ucrania durante las últimas semanas. El mismo argumento que empleó Adolf Hitler para su expansión territorial por los Sudetes, Checoslovaquia y Polonia.
Estonia es nuestro punto de máxima tensión, como lo fue en su día el Berlín partido en dos, que soportó dividido décadas entre dos mundos. Digo "nuestro", para que nadie se olvide de que Estonia es parte de la UE y miembro de la OTAN, también desde 2004. No es casual que Obama eligiera Tallin para hacer escala antes de asistir la semana pasada a la cumbre de la alianza en Cardiff y enfatizar que toda la fuerza de los 28 países que componen la OTAN caerá sobre quien ataque a uno de sus miembros. El artículo 5 sigue vivo, a pesar de la debilidad de Occidente. Esa es la teoría que, esperemos, no tenga que ser llevada a la práctica.
El viernes pasado, casi a la misma hora en que Obama marchaba hacia Gales, ocurrió un extraño incidente en la frontera con Rusia. Un policía estonio fue detenido por agentes rusos y trasladado después a Moscú para ser acusado de espionaje. Estonia, por su parte, sostiene que fue apresado en su territorio. Ya que, según Eerik Kross, ex jefe de la inteligencia estona, un grupo de rusos entraron y salieron por la frontera a la misma hora del secuestro.
Aunque parezca una contradicción, fueron las armas nucleares las que hicieron posible que no se produjera un enfrentamiento abierto entre la Unión Soviética y Occidente durante la Guerra Fría. Sencillamente, porque la "destrucción mutua asegurada" garantizaba que los costes de cualquier ataque serían siempre mayores que sus beneficios. Pero para que la disuasión funcione, debe haber credibilidad: es decir, certeza de que la otra parte va a apretar el gatillo en caso de que sea necesario. Eso convierte cualquiera ataque en un suicidio. No compensa.
¿Sería Putin capaz de utilizar sus armas nucleares? Andrei Piontkovsky, ex director de un importante think tank moscovita y comentarista de BBC World Service, cree que sí. Lo explica bien un artículo de Foreign Policy "Putin's Nuclear Option", en donde se cuestiona la posibilidad de que en la OTAN existan en la práctica aliados de primera y de segunda. ¿Cuántos miembros de la Alianza estarían dispuestos a morir para proteger, por ejemplo, Narva, una remota ciudad estona en la frontera rusa? Una encuesta muestra que el 70% de alemanes querrían permanecer neutrales si Estonia fuera atacada. Como dice gráficamente el artículo, en Estados Unidos muchos soldados le dirían a Obama: "we don't want to die for fucking Narva, Mr President".
En los libros de Historia se establecen con claridad los hechos que, por las consecuencias últimas que acarrean, marcan un nuevo tiempo. En caliente, el asesinato del archiduque Ferdinand en Sarajevo no era la indiscutible fecha de la Primera Guerra Mundial. Los líderes de la época pensaron, tras la invasión alemana de Polonia al final del verano en 1939, que el expansionismo de Hitler no sería tan consistente como ahora sabemos que fue. Tampoco los directivos de Lehman Brothers sabían que su derrumbe el 15 de septiembre de 2008 sería recordado como la fecha de inicio de la era post-americana.
¿Puede controlarse la expansión de la guerra en Ucrania? ¿O por el contrario ya hemos quizás vivido uno de esos episodios que anticipan la llegada de algo terrible y definitivo que quedará señalado en los libros de Historia? Larga vida a la paz.