UE: cuando el acierto desmonta al populismo
¿Qué hay más fácil que criticar a la Unión Europea como la madrastra de todas las crisis? ¿Qué hay más sencillo que afirmar que la UE es una suerte de marioneta de Alemania? ¿Qué hay más simple que gritar que Bruselas es la sede de una conspiración contra la soberanía nacional de tal o cual estado miembro?
¿Qué hay más fácil que criticar a la Unión Europea como la madrastra de todas las crisis? ¿Qué hay más sencillo que afirmar que la UE es una suerte de marioneta de Alemania? ¿Qué hay más simple que gritar que Bruselas es la sede de una conspiración contra la soberanía nacional de tal o cual estado miembro?
A fuerza de repetirlos sin coste, esos tres mensajes han calado tanto en las opiniones públicas que hasta parecía haberse perdido el coraje de rebatirlos por parte del pensamiento europeísta, que ha contemplado estupefacto cómo algunos de los peores males del continente (la demagogia y el nacionalismo, por ejemplo) volvían no ya por la ventana, sino por la puerta grande.
Afortunadamente, obras son amores y no buenas razones, también en la UE. Y tres de las principales decisiones adoptadas en los últimos tiempos se están encargando de empezar a desmontar el argumentarlo populista que desde Francia y Grecia a Holanda y Finlandia, pasando por España e Italia, ha ocupado el liderazgo de las ideas.
La adopción del Plan Europeo de Inversiones Estratégicas lanzado por la Comisión Europea, con el que se pretenden movilizar unos 315.000 millones de euros, devuelve a la Unión su vena keynesiana, esa que estuvo en el origen y el éxito de la política de cohesión económica, social y territorial.
La flexibilidad acordada con Francia e Italia para cumplir los objetivos de déficit certifica la capacidad para interpretar las normas establecidas de acuerdo con el ciclo económico nacional y europeo, porque a nadie se le escapa que ambos países representan cerca del 40 % del PIB comunitario.
Y la masiva compra de deuda pública acordada por el Banco Central Europeo, a razón de 60.000 millones de euros al menos hasta septiembre de 2016, ha acabado con las primas de riesgo, sacará a la Eurozona de la deflación, promoverá el mercado bursátil y mantendrá en niveles racionales el tipo de cambio del euro.
Con esas tres decisiones, la UE demuestra su capacidad para actuar como gobierno económico europeo, que el BCE tiene el mismo poder de maniobra que la FED norteamericana y, ante todo, que la política de austeridad a ultranza ha cubierto su ciclo y comienza a ser sustituida por una estrategia que privilegia el crecimiento y la creación de empleo.
Con esos mimbres, sostener que la UE hace única y exclusivamente lo que Alemania ordena es bastante difícil. Puede que aún siga siendo rentable electoralmente para los populistas, pero es men-ti-ra. Que Berlín es un socio clave de la Unión es innegable. Pero también lo es que la Europa unida tiene una dinámica propia de una unión política (aún imperfecta) en la que las instituciones ejercen su independencia (como han hecho la Comisión y el BCE), los países negocian para buscar acuerdos y las fuerzas políticas representativas hacen sentir su peso, derivado directamente de las urnas.
Tsipras no quería entenderlo hasta que ha tenido que renunciar a las partes más demagógicas de su programa, respetar los términos del rescate europeo y presentar un catálogo de medidas que deberá cumplir escrupulosamente. Claro que ha tratado de ocultar su fracaso culpando a terceros de múltiples conspiraciones, aunque mejor haría en defender el interés de los griegos buscando alianzas y soluciones realistas y eficaces, porque el tiempo corre en contra de lo que fue su campaña electoral.
La UE sigue avanzando y, como siempre ha ocurrido desde su creación, cada paso que da muestra la necesidad de culminar la unión política federal, incluyendo una unión económica que la dote de un presupuesto suficiente, un Tesoro propio, la mutualización de la deuda y, desde luego, una Europa social a la altura del mercado único. Para conseguirlo es por lo que deben apostar unidos en su diversidad (que esa es la esencia de la UE) los europeístas, demostrando sin complejos la falsedad de los discursos que prometen volver a una supuesta soberanía nacional que, paradójicamente, solo garantiza una UE cada vez más fuerte.