La Roja en Malabo: fútbol y dignidad
Con la visita de La Roja a Malabo para disputar un partido amistoso, nos encontramos con una oportunidad de oro para que nuestro país muestre su solidaridad con el pueblo de Guinea Ecuatorial frente a la dictadura de Teodoro Obiang. Y si la Federación no tiene un mínimo gesto de solidaridad con el pueblo de Guinea Ecuatorial, usted y yo, como espectadores, sí podemos tenerlo: apague el televisor para que luego se note en la audiencia que nosotros sí hemos sido coherentes.
Únicamente dos pueblos africanos hablan español: el del Sáhara Occidental y el de Guinea Ecuatorial. Y aunque solo fuera por eso, nuestro país tiene un compromiso ineludible con su presente y su futuro, condicionados por un pasado colonial en el que Madrid fue la capital de la metrópoli. En el primer caso, para que los saharauis puedan ejercer su derecho a la autodeterminación (por cierto, se acaba de cumplir el 28 aniversario de los vergonzosos Acuerdos Tripartitos de Madrid); en el segundo, para que los ecuatoguineanos puedan vivir en libertad y democracia. Sin embargo, poco han hecho los sucesivos gobiernos españoles desde junio de 1977 en ambos casos.
Ahora, con la visita de La Roja a Malabo para disputar un partido amistoso, nos encontramos con una oportunidad de oro para que nuestro país muestre su solidaridad con el pueblo de Guinea Ecuatorial frente a la dictadura de Teodoro Obiang, que ha convertido a un país con grandes potencialidades en un territorio de permanente y sistemática violación de los derechos humanos, en el que los beneficios de los enormes recursos naturales (petróleo, madera, etc.) no favorecen a una población que vive en la pobreza y el subdesarrollo, mientras una reducida élite lo hace a cuerpo de rey amasando cuantiosas fortunas.
Hubiera sido mejor que nuestro equipo no viajara a Malabo, sin duda. Así lo había pedido la oposición democrática, empezando por el principal partido de la misma, el socialdemócrata Convergencia para la Democracia Social (CPDS), coincidiendo, por cierto, con las principales organizaciones de defensa de los derechos humanos de escala internacional. Pero si el viaje va a tener lugar, puede aprovecharse la ocasión para que la Real Federación Española de Fútbol se pronuncie públicamente aquí y allí reiterando el compromiso de nuestros deportistas con la libertad y la democracia en todos los países del mundo sin excepción, Guinea Ecuatorial incluida, a lo que debería sumarse evitar cualquier saludo y, por tanto, todo testimonio gráfico que ponga en una misma imagen a personas que representan valores a exaltar (como el entrenador y los futbolistas de La Roja) con otras que encarnan conductas a rechazar (como Obiang y su Gobierno).
Hay quien podrá decir que eso sería mezclar deporte con política. Mi respuesta es que no: es juntar deporte con libertad sin poner en situaciones impropias a los que saltarán al terreno de juego o al banquillo en Malabo. Para eso están los directivos, empezando por el presidente de la Federación, que deben asumir sus responsabilidades. Creo que así los futboleros de Guinea Ecuatorial disfrutarán de un rato agradable viendo jugar a La Roja y esta saldrá con su dignidad intacta, como corresponde a un Campeón del Mundo y de Europa formado por deportistas admirables.
Visité Guinea Ecuatorial en el año 2000, para asistir al Congreso de CPDS. Fue una experiencia que nuca olvidaré. Allí reclamé alto y claro, ante el Gobierno, lo que debía: ¡libertad, democracia y derechos humanos ya! La gente de Obiang me llamó de todo, como cada vez (y fueron decenas) que intervine en el Parlamento Europeo para denunciar su dictadura. Pero volvimos con la cabeza alta. Al igual que debería poder hacer La Roja para jugar pocos días después en la Sudáfrica de Mandela que derrotó al apartheid, entre otras cosas, gracias al boicot internacional. ¿Se acuerdan?
Y si la Federación no tiene un mínimo gesto de solidaridad con el pueblo de Guinea Ecuatorial, usted y yo, como espectadores, sí podemos tenerlo: apague el televisor para que luego se note en la audiencia que nosotros sí hemos sido coherentes.