Europa: una mala salud de hierro
Los españoles siguen considerando a la Unión como algo más positivo que negativo, quieren seguir en el euro, no culpan a Europa de la política de austeridad -sino a Gobiernos como el alemán o el nacional- y se sienten tan españoles como europeos. Desconfían de la UE, pero lo mismo dirían, acrecentado, de cualquier institución.
Una mala salud de hierro: no hay mejor frase para definir la capacidad de resistencia que la UE está demostrando frente a la crisis y sus consecuencias. Puede ser positivo, pero también negativo. Veamos.
Desde el lejano inicio de la crisis (solo han pasado cinco años, pero cada instante dura mucho más que lo que señala el reloj), al euro se le ha administrado la extremaunción en varias ocasiones. Y con el euro, a la UE en su conjunto. De la mano de Grecia, de Irlanda, de Portugal, de España o de Italia (salvando las distancias en cada caso), a cada repunte grave de la crisis de la deuda -prima de riesgo mediante- o en todos los desacuerdos y dilaciones en y del Consejo Europeo, no faltaban voces que situaban a la Unión a punto de colapsar primero y disgregarse después.
Ni faltaban ni faltan razones para pensar así, aunque los análisis se confundieran a menudo con los deseos de que el vaticinio se hiciera realidad. Ahí están los grandes especuladores como el mejor ejemplo posible de quienes, además, han hecho todo lo posible para que sus profecías fueran autocumplidas. Al final, la realidad ha sido más tozuda que la imaginación, de forma que la UE, aún a trancas y barrancas, ha sido capaz de construir en tiempo real parte de lo que, con su carencia, había provocado muchos problemas: los instrumentos imprescindibles de una unión económica en la que enmarcar la moneda única.
Aún queda mucho camino por recorrer hasta que la UE sea una unión política y cuente con un Tesoro comunitario, un presupuesto suficiente y una completa unión económica y social con ingresos propios de carácter progresivo, armonización fiscal y salario mínimo europeo. Pero los pasos dados ya no tienen marcha atrás. Ahora hay, sin embargo, algo mucho más urgente por hacer: reorientar la política de austeridad hacia una de crecimiento con la que afrontar el principal problema de la Unión, que no es otro que reducir el desempleo.
Cualquiera diría que, en el marco de la crisis, la UE habría sufrido un desgaste brutal entre la opinión ciudadana. Pues nada más lejos de la realidad, a tenor de las últimas encuestas. Tomemos como ejemplo a los españoles, que siguen considerando a la Unión como algo más positivo que negativo, quieren seguir en el euro, no culpan a Europa de la política de austeridad -sino a Gobiernos como el alemán o el nacional- y se sienten tan españoles como europeos. Desconfían de la UE cuando se les pregunta de ese modo, pero lo mismo dirían, acrecentado, de cualquier institución: preguntemos por las del nivel nacional y comparemos.
En todo caso, lo dicho puede administrarse de dos maneras opuestas: para empecinarse en la política de recortes y dormirse en los laureles o para apostar de nuevo por Keynes y proponerse recuperar la confianza perdida. Por eso decía que la resistencia de la UE podía ser negativa o positiva, dependiendo de cómo se entienda.
En mi opinión, hacer lo primero se traduciría en terminar convirtiendo en realidad los sueños de los enemigos de Europa, mientras que apostar por lo segundo es lo que los ciudadanos nos piden con su europeísmo. Conviene no equivocarse.