Las chicas chin-chin
Fueron el rostro luminoso de un país filtrado en una televisión color blanco y negro. Y comprada a plazos. Un país que se homogeneizaba con el mapa meteorológico y el toque de queda de La Familia Telerín.
Fueron el rostro luminoso de un país filtrado en una televisión color blanco y negro. Y comprada a plazos. Un país que se homogeneizaba con el mapa meteorológico y el toque de queda de La Familia Telerín. Las chicas chin-chin, como el sonido alegre de las copas al chocar, como la onomatopeya escapada de un tebeo, se nos aparecían ante nuestros ojos infantiles sin inhibiciones ni censura. Embajadoras del culto a lo nuevo y heroínas modernas del spot televisivo. Las chicas chin-chin igual nos anunciaban las ventajas de las medias que llegaban hasta la cintura que el coñac que era cosa de hombres. Un mensaje de fortaleza viril ahora que los caballeros empezaban a dejarse sospechosamente el cabello por encima de las orejas y a mostrar cierta ambigüedad sexual por culpa del color equívoco de sus camisas. Los más osados hasta se atrevieron con unas camisas floreadas que había puesto de moda el cantante francés Antoine que nos llegaba con sus extravagantes baladas contestatarias. Nosotros teníamos nuestro propio cantante contestatario y rebelde que se llamaba Raimon pero ni llevaba camisa de flores ni podía salir por la tele.
En los primeros lugares de la lista chin-chin estaba Teresa Gimpera que igual servía para anunciar un bote de fabada asturiana que la última gama de electrodomésticos. Fue nuestro primer mito televisivo y le enviaban montones de cartas, unas, de señores pidiéndole matrimonio, y otras, de niñas que querían ser como ella. Rubias, simpáticas y ligeramente sexis. Un día apareció la noticia de que estaba casada y tenía tres hijos pero siguió siendo el rostro más internacional y deseado que había producido España desde los últimos de Filipinas y la Generación del 98.
La modelo Teresa Gimpera protagonista de uno de los anuncios creados por el fotógrafo Leopoldo Pomés. Foto: Archivo Leopoldo Pomés.
Las chicas chin-chin formaban parte de un mundo nuevo, efervescente y ligero, lleno de fantasía y con escala en hi-fi. Eran nuestro frente de modernidad y producto manufacturado con destino a un Mercado Común, ilustrado y de estética op-art. Con forma de viñeta de comic y poster central de revista juvenil. Un universo con música de rockola y poesía pop de Hit-Parade. La go-go es el símbolo de los tiempos modernos que traduce con el movimiento de su cuerpo los nuevos lenguajes en la cima del pódium. En el exterior centellean las primeras top-models, Twiggy, Jean Shrimpton, las princesas de la corte ye-yé, Françoise Hardy y Sylvie Vartan, y las chicas voluptuosas: Brigitte Bardot en bikini y una larga descendencia de rubias coloreadas: Elke Sommer, Catherine Spaak, Catherine Deneuve, Britt Ekland...
Margaret Peters, uno de los rostros más conocidos de la publicidad española de la década de los sesenta.
Mientras media España cantaba El Porompopero y la otra media, bailaba La Yenka, las chicas chin-chin anunciaban la velocidad del tubo catódico como la modelo Romy, que en realidad se llamaba Carmen Romero y que fue el rostro del spot del vermut Cinzano mientras repetía aquello de Chin-chi-ne-ando. Y también desfiló para la casa Dior. Sobre la pasarela descienden las modelos extraterrestres, Montse Ribas, "la maniquí psicodélica" y en la banda musical, la modernidad se la reparte el neo-existencialismo pop de Massiel y la rebeldía chic de Guillermina Motta cantando "no puc dormir soleta" o lo que es lo mismo, que acompañada se duerme más a gusto.
La modelo Susan Holmquist desfilando en la discoteca Bocaccio en los años sesenta. Fotografía de Gianni Ruggiero.
Algunas nos llegaron desde el otro lado de los Pirineos como Margaret Peters -Jenny piernas largas- Patty Shepard, la chica Fundador con su deliciosa dentadura de conejito infantil o Susan Holmquist que fue Miss Naciones Unidas y que acabaría protagonizando la canción Conillet de vellut de Serrat, quizás la mejor banda sonora de La Gauche Divine. Una buena parte de estos inventos televisivos tenían responsable, un fotógrafo y publicitario llamado Leopoldo Pomés que cada temporada creaba un personaje de moda en la publicidad televisiva. Un día se le ocurrió subir a una modelo a lomos de un caballo blanco adelantándose casi medio siglo al futuro spot cinematográfico. Como protagonistas, una modelo alemana, Nico, que acabaría siendo una de las musas de la Factory de Andy Warhol y una rubia holandesa llamada Margit Kocsis que nos alegraba las navidades con su erotismo flou.
Nico, modelo, actriz y cantante, fotografiada por Leopoldo Pomés para la campaña publicitaria del coñac Terry. Foto: Archivo Leopoldo Pomés.
Las chicas chin-chin fueron el triunfo de la semántica de lo mini. En minifalda o al volante de un Mini Cooper. Con la minipimer o en minipull. Fueron el sueño escapado del objetivo de una Nikon en color kodak mientras el cometa ye-yé cruzaba victorioso la península ibérica. El rostro más deseable de nuestros años despreocupados, si se les puede llamar así, donde el adjetivo joven se convertía en el nuevo talismán, que fijaba un estilo y nuevas modas e imágenes para consumir. El país ya estaba preparado para pasar de la mantilla y peineta -con permiso de la presidenta de Castilla-La Mancha- al traje pantalón de Yves Saint Laurent.