No sólo de pechuga de pavo vive el hombre
Pues claro que uno ama el sitio de donde es más que cualquier otro, pero no a costa de todo. Que sí, que nosotros con tres longanizas y un chato de vino nos apañamos, pero bueno, al menos enciéndeme la luz que estoy de comerme el chorizo a oscuras hasta los mismísimos.
Etílicamente intoxicada de tanto celebrar nosemuybienqué y bajo el influjo directo del anuncio de Forsman & Bodenfors de UNICEF, me invade estos días la necesidad de obsequiar con cheques-regalo de Iberdrola que, sin duda, harán las delicias de mis seres más queridos, porque como dice Gonzalo de Miguel Renedo: "Hay luz al final del túnel, pero más cara". Una iniciativa decididamente "acertada" para acabar de darnos la puntilla.
Mandela se marchó. El recuerdo de su figura y todo el tinglado alrededor de su entierro suscitó un cierto debate y una conmoción de la conciencia popular durante diez días, a golpe de chupito mediático. Pero no nos engañemos, aunque con él desaparezca un modelo de valentía y profundos valores -casi convertidos en marca por parte de la oficialidad porque en Occidente, como bien sabemos, todo puede ser susceptible de tornarse campaña de márketing- el español de a pie no lo va a echar de menos. Mientras tanto y después de esa pequeña dosis de esperanzada creencia en la raza humana y otro tanto de moral demagógica los pueblos y ciudades siguen su curso, asomándose a este triste teatro de nuestra ética social que lo mismo abandera al gran líder del apartheid que nos muestra la vergonzante posible subida de la luz, los ganadores de últimas ediciones de concursos mainstream o el adelanto de las rebajas en Murcia, por poner un ejemplo. Auténtico y genuino cambalache. Eso sí, siempre nos quedará el anuncio de la lotería para hacernos reír, difundirlo hasta la extenuación y llevarnos a creer que si nos toca, no todo está perdido. Más de lo mismo.
Andamos como hamsters dando vueltas a una rueda que no controlamos y los que deciden por el resto no padecen sus decisiones. Ellos no bajan de escalafón social ni gastan sus ahorros en nuevos proyectos como última baza ante semejante panorama, ni tienen que pedir dinero prestado a sus familiares ni tirar p'alante con hijos que no pueden mantener. Ellos viven en su burbuja. Hemos cedido nuestra libertad a cambio de una supuesta seguridad. Pero ¡¿qué tipo de seguridad es esa?! A mí que me lo expliquen.
Los políticos asumen que ese gen familiar español, por cierto en peligro de extinción no sólo por la individualidad imperante sino porque una gran parte de la generación trabajadora anda perdida por el mundo, es el que acaba asumiendo los gastos de los que no pueden pagar, lo que viene a ser la solidaridad de la sangre. Vamos, que la macroeconomía de España se ha convertido en un asunto de familia.
Y ahí es cuando llega Campofrío y nos arrulla con sus pechugas de pavo y sus salchichones. El ciudadano quiere creer y no le dejan. Pues claro que uno ama el sitio de donde es más que cualquier otro, pero no a costa de todo. Que sí, que nosotros con tres longanizas y un chato de vino nos apañamos, pero bueno, al menos enciéndeme la luz que estoy de comerme el chorizo a oscuras hasta los mismísimos.