'Seré frágil'
Escribí Seré frágil para mantener entre sus páginas el sufrimiento que vi y viví, y no dejar que nada ni nadie me hiciera sentir que no era válido. Para recordarme que el dolor de un trastorno de la conducta alimentaria no se mide en números. Y sobre todo, para que todos aquellos que, como yo, un día sintieron que estaban solos, que todo estaba perdido, vieran que se equivocan.
Estas son las palabras de Sofía en Seré frágil. También son mis palabras, y son las palabras que podían gritar todos los que padecen trastornos de la conducta alimentaria, un número cada vez mayor en España, cercano al medio millón de personas. Son las palabras de los que sufren, los que se han cansado de oír esos «yo te veo bien», «eso se cura con un buen plato de cocido», «sólo quieres llamar la atención», de los que sienten que los medios ignoran su enfermedad por no considerarse lo suficientemente grave o conocida, los que creen que no recibirán ayuda hasta que se encuentren al borde del abismo.
Porque es una realidad. Cuando hablan de números, hablan del menor peso alcanzado, como si fuera un logro, no de las noches que han pasado llorando por un mordisco de más. Cuando hablan de trastornos, hablan de los casos más críticos, y olvidan que la enfermedad es peligrosa y mortal desde el primer momento en el que se decide negarle alimento al cuerpo. Se habla de la autolesión sin hablar de los problemas que hay detrás, de todo el camino que lleva a esa desesperanza. Se habla de anorexia y bulimia, acompañándola de básculas y números y huesos, avivando la idea de que un trastorno mental es algo que se ve.
Un trastorno de la conducta alimentaria no se mide en los kilos que pierdas o en los días que pases sin comer. En la mayoría de los casos, se disfraza de odio a uno mismo, de culpa, de no sentirse suficiente. Afecta a niños, jóvenes y adultos; afecta a mujeres y a hombres, afecta a personas inteligentes, creativas, bellas, inseguras, perfeccionistas. Y a los que no lo son, también. Porque lo que la gente no llega a comprender todavía es que es una enfermedad, no una elección. No es una dieta. El cerebro enferma, igual que podría hacerlo cualquier otro órgano.
Pero, ¿cuántas veces nos han hablado de esto?
¿A cuántas personas les han dicho que no les pasaba nada simplemente por no cumplir unos síntomas, por no perder unos kilos? ¿Cuántas se han negado a sí misma estar enfermas, a pesar del cansancio, a pesar del dolor, sólo porque la báscula o los medios les indicaban lo contrario?
Eso no te lo cuentan. De eso nunca se habla, pero al final, depende de nosotros que las cosas empiecen a cambiar. Que el mundo abra los ojos a una realidad más cercana de lo que creen.
Hablemos de cómo se nos enseña a resolver ecuaciones pero nunca a querernos.
Hablemos de cómo la gente que necesita un psicólogo tiene miedo de ir por considerarse débil, por ser «algo de locos».
Hablemos del miedo a mostrarnos, a hablar, a pedir ayuda. Hablemos de cómo algo tan importante como la salud mental sigue siendo algo tabú. Cómo se felicita por perder peso, pero nunca por admitir que estás sufriendo.
Hablemos de las familias y los amigos que sienten la impotencia de no entender a quien sufre, de no poder hacer nada por él. Hablemos de los que pierden a quien aman porque alguien consideró que no estaba lo suficientemente enfermo. Porque las diez camas de la unidad de trastornos de la conducta alimentaria del hospital no pudieron cuidar de los 10.000 enfermos que ocupaban la lista de espera.
Dejemos de creer que la fortaleza la marca ser capaz de saltarse la cena, correr diez kilómetros o guardarse tu mayor miedo. La fuerza está en admitir que somos humanos: que nos equivocamos, que sufrimos, que la soledad duele, que las personas necesitamos a otras personas.
No estamos solos.
Seré frágil nació con la única intención de volcar y encerrar en el papel todo lo que quería dejar atrás y, al mismo tiempo, todo lo que quería hacer entender al mundo. Su voz se hizo más fuerte, su historia más necesaria, y Sara -su protagonista- me hizo entender que a pesar del miedo, a pesar de todo lo que pudiera venir después, no podía quedarse callada. Después de haber vivido lo que era convertirte en tu peor enemigo, llorar cada vez que te pusieran un plato delante, dormir para no vivir, sudar para no pensar, arañarte para castigarte... Después de haber vivido lo que era odiarse con todas tus fuerzas, no podía permitir que la historia quedara abandonada, que la gente siguiera pensando que los trastornos alimentarios son sólo niñas a dieta.
Y después de haberme querido como nadie, no podía permitir que la gente pensara que ese infierno es infinito.
Escribí Seré frágil para recordármelo. Para mantener entre sus páginas el sufrimiento que vi y viví, y no dejar que nada ni nadie me hiciera sentir que no era válido. Para recordarme que el dolor de un trastorno de la conducta alimentaria no se mide en números.
Y sobre todo, para que todos aquellos que, como yo, un día sintieron que estaban solos, que todo estaba perdido, vieran que se equivocan. Que los días malos existen, sí, que es un camino largo y duro, pero no es eterno. Habrá un día en que las cosas cambiarán y los espejos dejarán de hacer daño.