Perfiles oscuros (III): La oveja gris kirguisa
No sabemos si Akáyev tuvo un momento shakesperiano pensando algo rollo "En qué me he convertido", pero lo cierto es que pidió a la policía que parase, dimitió y abandonó el país. Hoy enseña matemáticas en la Universidad Estatal de Moscú.
Parece que el petróleo, como el dinero, potencia por igual vicios y virtudes: cuando los noruegos descubrieron petróleo, decidieron dedicarlo a garantizar su Estado de bienestar para las generaciones futuras a través de un fondo público que sólo invierte en empresas de currículum y objetivos limpios, y que supera ya los 400.000 millones de euros. Si por el contrario el petróleo cae en manos de oligarcas o dictaduras feudales, sólo prosperan la corrupción y el despilfarro, quedando para el pueblo unas gotas de gasolina barata e impuestos bajos.
Quizás (sólo quizás), Kirguistán tiene suerte de ser el único país de Asia Central sin petróleo, pues es, también, el único "parcialmente libre" y cuyo primer presidente independiente no fue antes jefe comunista. De hecho, a Askar Akáyev hubo que ir a buscarlo a Moscú para que se presentase al cargo; estuvo años fuera de su república, investigando en Leningrado y cogestionando la Academia de Ciencias de la URSS con un perfil discreto de liberal y reformista, sin peso político ni relación con los clanes locales. Por eso fue elegido (por un consejo de ancianos primero, en las urnas después) para inaugurar la nueva era.
¿Es este un cuento de hadas? Ni en broma: pese a su historial prometedor y a la falta de petróleo como lubricante, la corona pesa, y Akáyev fue haciéndose un traje autoritario más acorde con sus vecinos, blindó su real persona y colocó a dos de sus hijos en posiciones cercanas a la sucesión, hasta que un día de 2005 la vorágine manifestación-represión terminó con los opositores ocupando por la fuerza el mismísimo Palacio Presidencial.
No sabemos si Akáyev volvió la vista a sus días de laboratorio y tuvo un momento shakesperiano rollo "En qué me he convertido", pero lo cierto es que pidió a la policía que parase los tiroteos, dimitió y abandonó el país. Hoy enseña matemáticas en la Universidad Estatal de Moscú.
Los pocos medios internacionales que llevaron la noticia no tardaron en llenar sus bocas de "revolución" en el marco naranja de Ucrania y Georgia, aunque el cambio no fue para mucho mejor: el nuevo presidente, Kurmanbek Bakíyev, también recurrió a jeep y maletín cuando cruzó la línea roja del cabreo popular en 2010. Y he aquí otra sabidísima lección: las dictaduras no sólo se sostienen en estómagos agradecidos, ignorancia y mano externa, también se apoyan unas a otras por miedo a revoluciones vecinas y buenos ejemplos en general. Bakíyev corrió a refugiarse bajo el ala de Lukashenko en Bielorrusia, donde vive no como exiliado, sino, a decir de Minsk, como un "jefe de Estado invitado".
Vídeo: Bishkek, abril de 2010: los manifestantes asedian los edificios de la policía y el Gobierno para derrocar a quien había liderado la "revolución" cinco años antes.
En medio de la de inestabilidad y tras los graves choques étnicos con las minorías uzbekas (por razones cruzadas y poco claras) al sur del territorio (el sensible valle de Fergana, compartido por tres repúblicas), puede haber cierto margen para las buenas vibraciones: este pequeño país montañoso, informal y básicamente pobre, se ha podido reorganizar con la energía de Roza Otunbáyeva, una presidenta robusta como una Dilma centroasiática. Otunbáyeva prometió que gobernaría las dificultades y luego se iría, dejándole las riendas a alguien democráticamente elegido. Así lo hizo.
Un acto sin precedentes en Asia Central.