'Sueño de una noche de verano': el amor, ¡qué comedia!
Si esta crítica tuviera la capacidad de hechizar como las flores que se usan en la obra, debería ser capaz de animar al público a ir a ver esta obra que anuncia el calor de los cuerpos en verano. Cuerpos que se atraen por el hechizo que encierra una mirada. Cuerpos y corazones que se ganan fuera de las leyes de los hombres y con la libertad de los dioses.
Foto de Sueño de una noche de verano cedida por Teatro Español/Ana Himmes
Vuelvo a Shakespeare. No porque se celebren los 400 años de su muerte. No porque sea Sueño de una noche de verano, de por sí motivo suficiente. Vuelvo porque este montaje lo dirige Darío Facal. Un director con un imaginario que puede ser muy adecuado para el Sueño. Y compruebo que lo es y que además tiene mano para la comedia, la tranquila y la acelerada, que de las dos hay en esta obra. Y compruebo que, como yo, el público, que ha aplaudido de pie y ha dado bravos, sale con el corazón contento, lleno de alegría de las Naves que el Teatro Español tiene en el Matadero de Madrid.
No es de extrañar porque el montaje mezcla lo mejor de los dos últimos espectáculos que de este director se han podido ver en Madrid. Por un lado, el cuidado en la forma de decir el verso (y hasta el ripio) de El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, que estrenó en el Teatro Español. Veloz, con ritmo y comprensible para quien lo oye. Por otro, la ingenuidad y sensibilidad del montaje de El amor de Don Perlimplin con Belisa en su jardín de Lorca, que presentó en el Teatro de la Abadía dentro del Festival de Otoño a Primavera de Madrid. A las que añade una gran dosis de humor, de comedia hecha a fuego lento.
Muestra de que este director, para algunos tan moderno, conoce el medio y usa sus herramientas sin prejuicios ni aprioris. Y sabe leer, leer teatro, que monta en total libertad. La misma que reclama esta obra. A la que dota de contemporaneidad. La que anuncia la introducción musical de Room 603 que recibe a los espectadores. En este caso una contemporaneidad con cierto aspecto hipster, friki y gafapasta después de una profunda revisión de los aspectos artísticos del montaje que ha sufrido tras su estreno en el Festival de Teatro Clásico de Alcalá 2015. Obra llena de recursos usados conscientemente de manera ingenua. Como el que no quiere la cosa y la cosa funciona.
Foto de Sueño de una noche de verano cedida por Teatro Español/Ana Himmes
Algo que no podría hacer sin esa troupe de cómicos que le acompañan. Desde los más conocidos, Carmen Conesa y Emilio Gaviria (un acierto haberlo elegido para el papel de Puck), a los menos. Profesionales que se duplican, incluso se triplican, en varios personajes. Pues una obra con tantos personajes como esta solo es posible asumirla si sus actores se desdoblan.
Actores que ocupan con rotundidad y ligereza, con la comodidad que les proporciona este director, un espacio creado a partir de naturalezas muertas en una terraza en el bosque. Un espacio ocupado por sillas que recuerdan a un parque abandonado y a un dibujo de Mariscal. En el que reyes, aristócratas, pueblo llano y dioses se refocilan, se burlan y se quieren, más que eso, se aman y se desean sin que en ello haya ninguna tragedia. Más bien la alegría de vivir, de vivir este enredo amoroso, aunque sea disfrutando sus sinsabores y sus errores.
Pues de eso va esta obra. De que la vida es goce, es disfrute, es diversión. La vida que se expande ante nuestra atenta mirada y que bombea en el corazón. La vida, un clásico. Como los teloncillos con dibujos de época, antiguos, que en la parte posterior del escenario caen vaporosos a medida que se suceden distintas escenas. A medida que se sueltan palabras y versos también viejos que van de los sentidos al corazón del espectador de hoy en día.
Foto de Sueño de una noche de verano cedida por Teatro Español/Ana Himmes
Si hubiera que ponerle un pero a esta propuesta sería el de las gafas estereoscópicas. Recurso proporcionado con el programa para ver las imágenes de los teloncillos en 3D. Tal vez una reflexión sobre la mirada filtrada con la que se acude al teatro y se vive la vida. Recurso que no acaba de funcionar por lo que uno se lo quita y se lo pone, hasta que lo que sucede en escena es tan interesante y atractivo que se olvida de las gafas.
Y es que este director donde gana es en la barroca sencillez y simpleza. La que consigue con "el" Trasero (sí, así se llama uno de los personajes de esta obra) de Agus Ruíz, una especie de dibujo animado que disfrutarán por igual grandes y pequeños espectadores (estos más, pues la propuesta está muy cercano a sus juegos). O con la comicidad escondida que hace sacar a Oscar de la Fuente. O lo que hace con el resto de los actores, a los que pido perdón por no nombrar o si quiera citarlos, para evitar alargar la crítica.
Una crítica que, si tuviera la capacidad de hechizar como las flores que se usan en la obra, debería ser capaz de animar al público a ir a ver esta obra que anuncia el calor de los cuerpos en verano. Cuerpos que se atraen por el hechizo que encierra una mirada. Cuerpos y corazones que se ganan fuera de las leyes de los hombres y con la libertad de los dioses. Cuerpos llamados a abrazarse, a quererse y a reírse.