Nacho Duato en Madrid: el encuentro de lo popular con lo bello
Este post sobre la vuelta de Nacho Duato a los escenarios españoles, en concreto al Teatro Real, se podría haber titulado El regreso del hijo pródigo. Un hijo que ha vuelto con todos sus talentos. Talentos que no ha malgastado, sino que los ha multiplicado, de alguien al que se le han abierto las mejores puertas para regresar.
Foto: Yan Revazov
Este post sobre la vuelta de Nacho Duato a los escenarios españoles, en concreto al Teatro Real, se podría haber titulado El regreso del hijo pródigo. Un hijo que ha vuelto con todos sus talentos. Talentos que no ha malgastado, sino que los ha multiplicado, de alguien al que se le han abierto las mejores puertas para regresar. También se podría haber titulado, jugando a la provocación, Frotándose la entrepierna con el tutú, como algún crítico ha recordado que Nacho Duato hacía en una de sus coreografías. Un frotamiento que, por cierto, ha resultado muy fructífero a tenor de los dos programas que ha presentado en Madrid y de su trayectoria profesional. Serían dos títulos de artículo polémicos pero no reflejarín lo que ocurre en el teatro cuando se ve cualquiera de los dos programas que ha presentado la Staatsballett de Berlín bajo la dirección artística del coreógrafo español. Y no lo haría porque en ninguno de ellos se recogen las palabras "popular" y "belleza" o sus sinónimos.
Popular y bello es el ballet de La bella durmiente, el primer programa presentado. Porque bella es la música de Chaikvoski (aunque la interpretación por la orquesta era mejorable). Y lo son todos los elementos escénicos y las figuras coreográficas creadas para esta propuesta. Es cierto que nada asombra por nuevo o diferente, excepto la bruja, aunque la idea de travestirla, es decir, embutirla en un cuerpo de hombre, se haya visto recientemente en el mismo teatro en la representación de la ópera de Hansel y Gretel (otro cuento infantil, ¡qué curioso!). En este ballet, todo es tan bonito y los bailarines tan buenos que el público aplaude casi cada número, cada escena. Sobre todo, ese público que no suele acudir al Real y que en esta representación abundaba, y al que el público de toda la vida le afeaba, con la mirada, la conducta de aplaudir tanto, hasta que ellos tampoco pudieron contenerse y les acabaron acompañando.
Público diferente al que llenaba el teatro en el segundo programa, el programa contemporáneo. De nuevo el espectador habitual del coso madrileño se diluía en una marea de chicas monas y chicos monos, de aspecto alternativo y, en cierto modo fashionistas que, no se sabe si porque se acerca el otoño o en honor a Duato, vestían colores grises, marrones gastados o negros (colores habituales en las propuestas de este coreógrafo) y habían abandonado el colorido del verano. Un público más educado que esperaba a que terminase cada una de las tres piezas para aplaudir, y que las analizaba en los intermedios. Aplausos que iban in crescendo a medida que pasaba la velada. De la nueva Static Time de Duato a And the sky on that cloudy old day de Goecke. Y de esta última a la ya conocida White Darkness también de Duato. Aplausos que se intensificaron cuando el coreógafo español salió a saludar. Aplausos provocados por la belleza de la música (una pena que fuera grabada, ¡con la orquesta que tiene el Real!), la escenografía y la danza contemporáneas.
Aplausos para una belleza popular y contemporánea, la que ofrecen compañías como la Staatsballett de Berlín. Que pone recursos a disposición del talento. Así consigue no solo belleza, sino cultura y público al que ofrecer un contenido. Aunque en esta ocasión sea para hablar del mal que se lleva a nuestros seres queridos, de aquellos que nos gusta rodearnos. Amenazados, condenados siempre a abandonarnos y quedarnos quietos, extasiados, en una blanca oscuridad. ¡Qué bonitos son los cuentos en los que a esos seres los despertamos con un beso! El simple beso del amor, como en La bella durmiente. El amor que permite el reencuentro, como el que se ha producido entre Nacho Duato y el público español.