'Escuadra hacia la muerte' o rebelarse contra la bunkerización de la vida
No está teniendo suerte la obra 'Escuadra hacia la muerte' de Alfonso Sastre, con la dirección de Paco Azorín, en el Teatro María Guerrero de Madrid. La crítica (al menos la oficial) no ha sido muy complaciente con el montaje y el público tampoco está acompañando comprando entradas. Sin embargo, cualquiera que se siente se encontrará con un teatro diferente.
Foto de Escuadra hacia la muerte cedida por el Centro Dramático Nacional.
No está teniendo suerte la obra 'Escuadra hacia la muerte' de Alfonso Sastre, con la dirección de Paco Azorín, en el Teatro María Guerrero de Madrid. Por un lado la crítica (al menos la oficial) no ha sido muy complaciente con el montaje y el público tampoco está acompañando comprando entradas. Sin embargo, cualquiera que se siente se encontrará con un teatro diferente. Pues, mientras hay muchas películas de guerra, hay pocas obras de teatro sobre ella.
No me refiero tanto a los efectos de la guerra, sus consecuencias, como obras que hagan protagonistas a los soldados en plena batalla o refriega en la guerra moderna. ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿Por qué están ahí? ¿Cómo afrontan una lucha que no va con ellos? Va con su país, va con su patria, pero no con sus personas, ni con ellos como individuos.
Patria, bandera, enemigo, incluso la forma de vivirlos y combatirlos es una imposición del poder. Un poder que se impone a través de un hombre a otros hombres. En este caso un cabo que está siempre conectado gracias a su portátil por el que le llegan órdenes brutales como forma de mantener la función y la estructura social.
Un poder que manda a sus soldados a morir en una Tercera Guerra Mundial. Una guerra que ha dejado yermo, vacío e invivibles los territorios. Donde el enemigo se intuye por los ruidos que produce, por las señales que deja, pero al que nunca se ve.
Vídeo promocional de Escuadra hacia la muerte cedido por el Centro Dramático Nacional.
Es la guerra que antecede al nuevo tiempo que ha de venir, que pone en marcha el cronómetro y la cuenta atrás de la llegada de un tiempo nuevo. Ese tiempo que comenzará cuando se acabe la obra. En esta versión, un nuevo renacer.
Un tiempo que pertenecerá a los más jóvenes. A los que la vida les condena a rebelarse contra ese poder que llega a través del pequeño ordenador. Ordenador, orden. Hombres futuros que aparecerán entre las ruinas del presente.
Personajes representados en escena por un puñado de jóvenes actores a los que no siempre se les entiende lo que dicen pero que cogen este texto de otro tiempo, un tiempo todavía cercano, sin quitarle su personalidad. Tal vez una personalidad textual que casa mal con el presente. La reivindicación sutil que ya se ha perdido. Ahora, hay que ser directo, tirar a matar a bocajarro.
Actores jóvenes con sus deficiencias, la habitual en el decir, y sus virtudes, su capacidad para cantar, pues han oído mucha música. Lo que les permite hacer recitativos con los poemas de Bertold Brecht que han sido insertados en la obra y que acompañados de riffs de guitarra eléctrica dan la sensación de concierto de Albert Plá.
Foto de 'Escuadra hacia la muerte' cedida por el Centro Dramático Nacional.
Formas, elementos, actitudes que apelan a una nueva manera de mirar este éxito teatral del pasado. Un éxito crítico y contestario que sucedió en pleno franquismo. Que tuvo algo que decir a aquella sociedad que asistió a su estreno en 1953 y que Paco Azorín no plantea como una pieza de museo sino como una pieza actual con la que trabajar para que diga, para que hable a un público nuevo, incluso nuevo para el teatro.
Un montaje que apuesta por la sutileza y la amabilidad antes que por la crudeza y la bronca. Una firme decisión de dirección que lleva antes a lo simbólico que a la realidad. Lo simbólico de la guerra, de un mundo brutal, en el que tipos corrientes y molientes, como los que se ven en cualquier calle, son capaces de confraternizar. De hablarse, entenderse y ponerse de acuerdo para acabar con ese poder impuesto.
Gente ya tan educada que, aunque sean unos iletrados, siente remordimientos y se autocastiga cuando mata a un tirano porque saben que también se mata a un hombre. Tipos que a partir de ese momento se niegan una vida verdadera, conscientes de que nada bueno puede surgir si se construye sobre un asesinato, sobre un delito, sobre un pecado.
Soldados que, como a los tipos corrientes, el poder encierra en búnkeres de hormigón (metáfora de una casa, una hipoteca, una familia) a esperar la muerte. Y frente a esta cuenta atrás, se propone una cuenta hacia delante. La cuenta de la esperanza, una esperanza activa que se enfrenta al porvenir, a lo apenas conocido y que acaba con la cuenta atrás.