'El alcalde de Zalamea': Carmelo Gómez, ¡menudo alcalde!
El que se lleva el gato al agua en esta obra es Carmelo Gómez, tan natural en su forma de ocupar la escena y de decir el verso, cuando no hay nada más artificial que hablar en verso, pues uno no va rimando ni contando sílabas por la vida.
Foto cedida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico
El alcalde de Zalamea, el Calderón con el que la Compañía Nacional de Teatro Clásico reabre el Teatro de la Comedia en Madrid, ha sido todo un suceso. Incluso dos días después del estreno uno se encontraba a profesionales, famosos o no, en las butacas y en los palcos. Y mucha gente en la puerta esperando bajo la lluvia a que a alguien le sobrara alguna entrada y se la vendiera, pues estaba puesto el cartel de que no había billetes. Expectación que ha sido creada por dos motivos. La restauración y recuperación del teatro y la vuelta de Carmelo Gómez a los escenarios, ahora que se siente abandonado y abandona el cine.
Helena Pimenta, la directora de la compañía, se puede apuntar dos tantos en esta inauguración. El primero, elegir una obra que le permite mostrar las nuevas y magníficas instalaciones de este teatro. El segundo, ya se ha dicho, es conseguir la vuelta de Carmelo Gómez a los escenarios. ¡Y qué vuelta! En el primer tanto tiene una mancha arquitectónica. Y es que cuando jarrea, como la tarde del domingo pasado, los espectadores de gallinero no oyen nada porque la lluvia repiquetea sobre el techo metálico que han puesto. Lo que ese día provocó la salida de unos cuantos quejumbrosos espectadores que no podían disfrutar de espectáculo tan esperado.
Los que aguantaron en gallinero y los que ocupaban el resto del teatro, pudieron comprobar que en lo escénico este teatro va a permitir cualquier cosa que se le ocurra a los directores de escena y los presupuestos les permitan. En este caso, desde la escena inicial del frontón, hasta las emboscadas que describe el texto. También pudieron comprobar que Helena Pimienta tiene mirada, que es capaz de crear hermosas imágenes (¡qué luz la que le pone Cornejo a esa mirada!), y que sabe mover a los actores y las masas en escena. Cosa que a veces no es fácil en esta obra en la que hay situaciones y espacios que casi se simultanean.
Sin embargo, el que se lleva el gato al agua es Carmelo Gómez. Tan natural en su forma de ocupar la escena y de decir el verso, cuando no hay nada más artificial que hablar en verso, pues uno no va rimando ni contando sílabas por la vida. Una forma de decir que contrasta con la que, en general, usa el resto del elenco, que lo hacen a la manera habitual de decirlo en España. Una manera en la que se ha enterrado el decir de los clásicos, y con ese entierro, lo que tienen que decir a sus espectadores hoy en día. Espectadores mal educados a los que ya no les importa no entender, pues van con la interpretación de la obra aprendida. La que malaprendieron tanto en colegios de pago como en institutos públicos. Nadie se libra.
Y es por eso que se sorprenden cuando se encuentran riendo con Calderón. Pero, ¿no les habían dicho que era un tipo muy serio? Risas en la que seguro algo tiene que ver Álvaro Tato, adaptador del texto. Y es por Carmelo Gómez, el alcalde de Zalamea, y, en parte, por las replicas que a veces aciertan a darle Joaquín Notario, Rafa Castejón y Nuria Gallardo, que el público tiene la sensación de que ve la obra por primera vez. Cuando el mensaje de esta obra debería oírse hoy en día alto, claro y, sobre todo, bien. Pues no es lo mismo gobernar la propia hacienda, por muy villano que se sea, que gobernarla con el bastón de mando municipal en la mano. Un bastón que le ha dado el pueblo. ¿No me digan que no es para llenar autobuses con alcaldes y alcaldesas de toda España y llevarlos al Teatro de la Comedia?