Cómo votar y no morir en el intento
Cuando disponga de un par de horas, siéntese a una mesa y tenga a mano papel y lápiz. Después, escriba: "Quiero votar"; y al lado: "No quiero votar". Tómese tiempo, no hay prisa. Pugnarán entre sí su cerebro, su corazón y el resto de sus vísceras. No puede levantarse mientras no haya tachado una de las opciones y se haya quedado con la otra.
Supongo que usted, como yo y como tantos, está preguntándose si será capaz de sobrevivir a la campaña electoral y a los discursos persuasivos que nos esperan hasta el final de las próximas elecciones generales. He de reconocer que la pregunta se las trae, y nadie está en condiciones de garantizar salir incólume de tamaña amenaza, pero precisamente por ello es preciso andarse con pies de plomo y obrar con cautela, a fin de salir, en lo posible airoso, de tanto bullicio, de tanto buzoneo y ciberbuzoneo, de tanta propaganda repetida hasta la saturación.
Si me permite un consejo, en primer lugar, usted debe apagar la tele, la radio, el móvil y la tableta, quitar las pilas a todo medio de comunicación que tenga en casa, no hojear un periódico -aunque sea deportivo- en la cafetería o en el bar, por muy aburrido que se encuentre. Deje transcurrir así 24 horas y compruebe el torrente de bienestar que se ha regalado a sí mismo, simplemente sabiendo que no sabe nada, ni falta que le ha hecho.
Después, vuelva a conectar los aparatos que guste. Allá usted.
Cuando disponga de un par de horas, siéntese a la mesa de su escritorio o del comedor o de la cocina, prepárese un buen café, y tenga a mano papel y lápiz. Después, escriba: "Quiero votar"; y al lado, "No quiero votar". Tómese tiempo, no hay prisa, es el to be or not to be de ese momento.
Seguramente, usted encontrará mil razones para inclinarse por el "quiero" o el "no quiero". Pugnarán entre sí en su cerebro, sus tripas, su corazón y el resto de sus vísceras. Se librará una dura batalla entre algunas personas y personajes actuales, coherentes o vergonzantes, y los miles de personas que dieron sus vidas y su bienestar por que algún día existiese el derecho a votar en España.
No puede levantarse de esa mesa mientras no haya tachado una de las dos opciones y se haya quedado con la otra: "Quiero votar" - "No quiero votar".
Si se ha decidido por "no quiero votar", ahora sí, levántese de la mesa, dese un paseo, si lo desea, pues como dice el refrán, "muerto el perro, se acabó la rabia". Pero si ha optado por votar y no está muy cansado, deberá seguir utilizando ese papel y ese lápiz que aún están delante de usted.
Escriba a continuación la lista de los principales partidos que se presentan a las urnas. Respire hondo, deje a un lado toda la inquina que ha ido almacenando durante estos meses pasados. Tras ese esfuerzo por alcanzar una cierta armonía con el universo y con su entorno (a este respecto, le habría venido bien la lectura meditada previa del pensamiento filosófico de Schleiermacher), vaya tachando, uno por uno, aquellos partidos políticos que ni de coña estaría dispuesto a votar, comenzando por el que más rechazo le provoca, y así sucesivamente, hasta quedarse con uno.
Llegado a este punto, observará que el grupo político que usted ha dejado sin tachar quizá no se le aparezca como la mejor candidatura electoral, sino como la menos mala. Tendrá ante sus ojos la realidad dura y nuda del mal menor. Así de real, así de saturnino. Podrá acudir como consuelo a Sigmund Freud y su principio de realidad o, si es creyente religioso, a alguna jaculatoria lenitiva, pero hay lo que hay, y la cosa es como es.
Si usted milita en algún partido político, todo lo dicho hasta ahora está de más: sin lugar a dudas, usted votará a los suyos, y punto pelota. Si no lo hace, probablemente le vendrá bien adoptar este método propuesto para no votar o votar y, en cualquier a de ambos casos, no morir en el intento.
Más aún, si a usted se le ha pasado por la cabeza que padece el infortunio de no saber decidir con prontitud y firmeza, en comparación con los antedichos militantes y voceros de las campañas electorales, recuerde siempre aquel chistecillo que hace una ristra de años me contó mi hija al salir del colegio: