Tintín en el país de los ex-soviets: ¿una bofetada diplomática?
Más allá del folklore, de lo anecdótico, de la búsqueda desesperada del escándalo -una búsqueda, por parte de Gérard Depardieu, tan desesperada que parece rozar el suicidio-, el episodio ruso de estos últimos días da que pensar. Nos gustaría que el ministro de Asuntos Exteriores protestara por los malos modos de Rusia respecto a Francia.
Más allá del folklore, de lo anecdótico, de la búsqueda desesperada del escándalo -una búsqueda, por parte de Gérard Depardieu, tan desesperada que parece rozar el suicidio-, el episodio ruso de estos últimos días da que pensar.
No por lo ridículo de ese montaje moscovita, con pasaporte, túnica y abrazo. No por el nombre de una provincia, Mordovia -nombre hasta ahora desconocido para los que no son especialistas en la antigua Unión Soviética-, en la que se le ha ofrecido una casa y que provocaría una sonrisa, en plan Tintín y el centro de Ottokar, si no fuera la región rusa en la que una de las Pussy Riots (las irreverentes cantantes que se opusieron a Vladimir Putin y fueron condenadas por el delito) está hoy encerrada en una cárcel de mujeres. No por los motivos fiscales de un actor dispuesto, para huir de los impuestos de su país, a declarar su amor a una Rusia cuyo carácter democrático no se atreve a elogiar nadie más que él. No por la coincidencia de su interés por el nuevo zar ruso con el de Brigitte Bardot, que prefiere las violaciones de los derechos humanos al destino de los elefantes de circo tuberculosos. Sino porque estos tejemanejes grotescos, que hacen las delicias de la prensa de todo el mundo, no dejan de ser una bofetada contra Francia.
Tenemos a un dirigente ruso -cuya primera visita al nuevo presidente de Francia, François Hollande, el pasado mes de junio, fue glacial debido a las discrepancias sobre Siria-, que asume la causa de una personalidad que desafía al Gobierno francés y critica de forma explícita a nuestro primer ministro al asegurar que no es en Rusia donde se trataría de "miserable" la conducta del actor; tenemos la televisión pública rusa, que se mofa del incidente; tenemos a un dirigente extranjero que disfruta proponiendo a Depardieu un puesto de ministro de Cultura de una de sus provincias; y tenemos, sobre todo, el silencio de las autoridades francesas ante el desaire -aparte de la digna reacción de Najat Vallaud-Belkacem-, que es irritante.
Nos gustaría que el ministro de Asuntos Exteriores, el portavoz del Quai d'Orsay o, por lo menos, nuestro embajador en Moscú, protestara por los malos modos de que ha hecho gala Rusia respecto a Francia. Nos gustaría que este folletín cómico-indecente termine con una reacción de las autoridades francesas, no frente al actor, cuyo derecho a dar la espalda a sus conciudadanos es absolutamente legítimo, sino frente a un país aliado que se está burlando abiertamente de nosotros.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.