Me perdí el nacimiento de mi hija
Me perdí el nacimiento de mi hija. No sé si nació por la mañana o por la tarde. No sé nada de su madre ni de cómo fue el parto. Me pregunto si la madre de mi hija lloró o si le dio un beso en la mejilla y le deseó una buena vida.
Me perdí el nacimiento de mi hija... porque no estuve allí. Estaba a casi 13.000 kilómetros de distancia, en Los Ángeles, cuando nació. Si busco la entrada de ese día de mi diario, veo que apunté una idea para una posible serie de televisión: "Arma letal con una mujer de protagonista" (cuesta creer que no consiguiera venderla). Estaba trabajando en ideas para pilotos de series mientras mi hija nacía. Probablemente. No sé si nació por la mañana o por la tarde. No sé nada de su madre ni de cómo fue el parto, pero, en algún momento de aquel día, nació mi hija y se la llevaron al orfanato de la ONG International Mission of Hope (IMH) de la carretera Nimak Mahal, en Calcuta (India). Me pregunto si la madre de mi hija lloró o si le dio un beso en la mejilla y le deseó una buena vida.
No lo sé. Pero, ocho meses después, mi marido y yo estábamos en la terminal internacional del aeropuerto de Los Ángeles esperando a que una mujer de la agencia de adopción nos diera a un bebé que no paraba de llorar y que llevaba un vestido rosa. ¿He dicho llorar? Era más bien berrear. "Aquí está vuestra hija", me dijo la mujer. "Durante las primeras 18 horas del vuelo se ha portado muy bien , pero se ha quejado durante las últimas cuatro".
¿Un vuelo de 22 horas? Yo también berrearía.
"Aquí está vuestra hija". Mi marido me dijo luego que era como si hubiéramos pedido un niño a domicilio y nos lo acabaran de entregar. Cuando la adoptamos, los padres no iban a la India a recoger a sus hijos. Los bebés salían del orfanato con los empleados de la agencia de adopción, que los metían en una cesta y los subían a un avión para dirigirse a aeropuertos de todo el mundo en los que conocerían a sus nuevos padres.
No estuve presente para oír el primer llanto de mi hija, ni para que una enfermera me la diera, ni para sentir el calor de su cuerpo. Ni para ver cómo abría los ojos por primera vez. Ni para que reconociera la voz que había estado oyendo durante meses. "Hola, soy mamá", le habría dicho.
En vez de eso, estaba en un aeropuerto intentando calmar a un bebé de ocho meses que no dejaba de chillar. Un biberón, un chupete, un juguete... Nada servía. Éramos unos desconocidos, una familia que ella no había pedido.
No di a luz. Me perdí el parto, bueno perder no es la palabra adecuada. "Anda, se parece a los dolores de la regla", le comenté alegremente a mi marido de camino al hospital para dar a luz a nuestro primer hijo (os podéis reír, mujeres que hayáis dado a luz). 15 horas de parto después (o sea, de dolores de regla multiplicados por un millón) me dieron la opción de elegir entre dar a luz con fórceps o mediante cesárea y elegimos la cesárea. Sí, dolió. ¿Mereció la pena? ¡Obviamente! ¿Como para repetirlo? Por supuesto.
Sin embargo, la segunda vez no pudo ser. Nuestro querido hijo necesitaba un hermano o una hermana. Después de varias incursiones en el tortuoso mundo de los tratamientos de fertilidad, descartamos esa idea y nos decidimos por la adopción, que también tenía su propia versión de tortura. Papeleo, visitas de trabajadores sociales, más papeleo... es como un embarazo de otro tipo. Estábamos esperando noticias. Un día, recibimos un paquete por correo que contenía un solo folio y una pequeña foto grapada en la que se veía a un bebé con la boca abierta en forma de O. Información de la madre: desconocida. En el orfanato la habían llamado Subhra. Al nacer pesó 1,47 kilos y midió 40,64 centímetros.
"Condiciones de vida actuales: en IMH bajo el cuidado de profesionales preparados y con supervisión de médicos las 24 horas del día".
Sabíamos que los niños estaban bien cuidados en la ONG IMH por massis ("tías" en bengalí), que recibían cariño y estaban bien alimentados. Tenemos unas cuantas fotos de nuestra hija en el orfanato, una se titula "La cuna de Subhra". En otras fotos aparece en los brazos de Urmela, su massi. Las dos parecen felices.
Probablemente, el cambio de vida de mi hija fue tan confuso para ella como para nosotros. Lo que más nos sorprendió fue el cariño que empezó a mostrar por su hermano desde el principio. Naturalmente, él estaba nervioso por la repentina aparición de una hermana. Pero ella le adoraba y quería estar con él todo el rato. Todos los temores que podía tener nuestro hijo desaparecieron inmediatamente.
Con el paso de los años, le he ido hablando a mi hija de su adopción. Del orfanato, de las massis, del amor y del cuidado de IMH, del contacto que hemos mantenido con Bal Jagat, la maravillosa agencia de adopción que nos trajo a nuestra hija.
"Pero quieres más a mi hermano porque él estaba en tu barriga", me decía.
"No, os quiero a los dos por igual. No estabas en mi barriga, pero estabas aquí", y le puse la mano sobre mi corazón. "Tengo mucha suerte de tener un hijo biológico y una hija de corazón".
Me perdí el día de su nacimiento, pero no me he perdido ni un sólo cumpleaños.
Feliz cumpleaños, hija de corazón.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.