Tenemos que seguir hablando de Venezuela y de política internacional
Sí, hay que hablar de Venezuela, porque en Venezuela viven medio millón de españoles, cien mil canarios, muchos más con sus hijos y nietos, que sufren injustas expropiaciones y persecución casi xenófoba. Hay que hablar de Venezuela porque si Reino Unido tiene una relación especial con EEUU, España la tiene con Iberoamérica.
Foto: EFE
Lázaro Carreter les llamaba, muy finamente, "humanoides catatónicos". Otros, menos sutiles e irónicos, emplean el español popular -me resisto a llamarlo vulgar- y atajan por sencillamente tarados (mentales, intelectuales, democráticos, trileros o imbéciles. En cada campaña electoral, se dicen muchas tonterías, y también se emplea con descaro la ley del fonil (embudo): lo ancho para mí, lo estrecho para los demás.
Cuando Podemos lo consideró, metió a Grecia en campaña. La rebeldía de Tsipras molaba, y el lord de gym remilgado de Varoufakis se convirtió en el icono (muy griego) del populismo nacional de la mano de Pablo Manuel Iglesias. Consideraba la gente de Podemos que era lo adecuado. Una referencia imprescindible para situar la galaxia podemita en el contexto europeo.
Ahora, otros partidos: el PSOE, con Zapatero mediando en Caracas para que no estalle una guerra civil; Albert Rivera, también en Caracas, clamando contra un régimen ya autoritario; y el PP, que no se anda con remilgos y constituido en Gobierno en funciones, reúne al Consejo de Seguridad Nacional para corresponder a los ataques de un desquiciado presidente Maduro, que demuestra que sí, que en Venezuela cualquiera puede llegar a Miraflores. Su comprensión de la democracia es limitada: acusa a la prensa española de acoso psicológico.
Entonces Podemos, utiliza el manual del cinismo: no hay que meter a Venezuela en la campaña, lo que interesa son los problemas de los españoles. Una tontería: los españoles tienen un grueso catálogo de problemas, y en estos momentos, les importan muchos ángulos de la política internacional. Los partidos han cometido el error en el pasado más o menos inmediato de no hablar de Europa ni del mundo. El PP se ha empleado a fondo con un diseño que les ha dado buen resultado, porque en España, los electores no penalizan las trolas ni los engaños, como sería deseable para la buena salud de la democracia. Con una deuda desbocada, que supera la totalidad del PIB, con advertencias de Bruselas, que denuncia las trampas de las cuentas de Guindos y Montoro, con advertencias serias de próximas multas por tramposos, Rajoy, impertérrito, anuncia nuevas rebajas de impuestos. Que en la situación actual, es como anunciar que científicos que trabajan en un búnker oculto en La Moncloa han descubierto la rueda cuadrada. Incómoda, no usable, pero cuadrada.
Y Podemos, Carnaval te quiero a coro, echando chorros de tinta de calamar gigante para ocultar su camaleonismo, las células antisistema que, a patadas en puertas ajenas, se meten en el campo de lo penal, y el fracaso de la gestión de la mayor parte de sus franquicias y confluencias locales.
Sí, hay que hablar de Venezuela, porque en Venezuela viven medio millón de españoles, cien mil canarios, muchos más con sus hijos y nietos, que sufren injustas expropiaciones y persecución casi xenófoba. Hay que hablar de Venezuela porque si Reino Unido tiene una relación especial con EEUU, España la tiene con Iberoamérica.
Y toca hablar en esta campaña del Brexit, y de la deriva fascista de Polonia y Hungría, y de la aparición de los movimientos ultras y de sus causas. El interés de la City de Londres se impone sobre el Estado de bienestar heredero de la política social cristiana de dar de comer al hambriento, beber al sediento, vestir al desnudo, enseñar al que no sabe... Y de ese fenómeno del trumpismo, o trompismo, de trompazos, que situaría a EEUU en una situación insólita de imprevisibles consecuencias que pondría a prueba el equilibrio del ecosistema institucional soñado por sus Padres Fundadores para perpetuar la democracia.
Y hay que hablar de una OTAN que vuelve a tener sentido y que es tan necesaria como cuando había que mantener a la URSS detrás del muro de Berlín. La deriva expansionista de Putin, heredera de la zona de influencia zarista y comunista, está ahí. Ha arrebatado Crimea a Ucrania, a la que, encima, ha partido en dos; amenaza a los países bálticos, inquieta a Polonia... El Kremlin busca provocar un accidente aéreo, un casus belli prefabricado, un enemigo exterior para atontar a las masas, con las incursiones de sus cazas, y hasta del avión que llevaba al ministro de Defensa en un espacio aéreo ajeno. Todo eso en el Norte, mientras en el Sur los países árabes se han convertido en área de riesgo por la penetración del integrismo y el yihadismo.
Mientras, un general español que fue JEMAD adopta una actitud servil frente a los irresponsables que creen sensato desarmar al país y poner su seguridad bajo el mando de Greenpeace. Aceptar la jubilación es también una prueba de valor militar.
Hay una razón de mucho peso para hablar de Venezuela. Ser capaces de reconocer, como pueblo, que ese no puede ser un modelo para España. Ni para América. Ni para una Europa que tiene que imitar a Ulises y amarrarse al palo mayor de la democracia para no encallar en los bajíos por los cantos de sirenas, travestidas en socialdemócratas, con coletas o con gomina, con trabacorbatas o con piercing...