Tres meses en Panamá, la otra Panamá

Tres meses en Panamá, la otra Panamá

Ese Panamá lleno de color y de vida, oscurecido por el paso del tiempo y del poder, es negro. Sí, negro. Negro como la piel de aquellos hombres que fueron despojados de su condición de hombres por otros hombres que decidieron que eran superiores porque eran blancos y portaban espadas de acero.

Canción recomendada: Desayuno Chino, Carlos Méndez.

Existe un Panamá que no entiendo, desatendido por la historia, cansado, golpeado. Existe en el Chorrillo, en Bocalacaja, en Tocumen, en Río Bajo o en Juan Díaz. Lo vi en la ciudad de Colón y en Portobelo. Lo huelo en el aire. Lo siento cuando escucho hablar de chombos, de afros venidos de las Antillas, de las viejas historias de los cimarrones de Bayano, de los palenques. Existe un Panamá que sabe a cerveza de jengibre y a guisos de curry. Un Panamá que nació en las bodegas de los barcos traficantes de esclavos. Un Panamá que existía en la sombra de la zona del Canal. El Panamá de los West Indians y del Silver Roll, del racismo y la segregación. Un Panamá que duele en la historia reciente del país, del que se sabe poco, que no interesa. Y que está vivo y esperando su turno.

Ese Panamá lleno de color y de vida, oscurecido por el paso del tiempo y del poder, es negro. Sí, negro. Negro como la piel de aquellos hombres que fueron despojados de su condición de hombres por otros hombres que decidieron que eran superiores porque eran blancos y portaban espadas de acero y cruces de oro. Hay quien dice que ya había africanos en América antes de que llegaran los españoles al continente. Quién sabe. La historia oficial cuenta que los primeros contingentes de africanos los trae Nuñez de Balboa. En poco tiempo, Panamá se convirtió en el punto estratégico de entrada de esclavos. Llegaban a Portobelo y recorrían a pie el camino que discurre hasta la Ciudad de Panamá. La suerte que cada uno de ellos iba a correr estaba ya echada con monedas acuñadas con oro robado. Los primeros que llegaron a Portobelo traían una semilla que se expandió por todo el continente. En el nombre de la infamia comenzaba la historia de unos hombres con cuyo esfuerzo se iba a levantar un continente.

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Puerto de pescadores en Panamá. Foto: AM.

Con ellos llegó el África yoruba al Caribe. Trajeron sus costumbres, sus bailes, sus cueros, sus creencias, sus dioses. Trajeron la negritud y la expandieron por estas tierras, al mismo ritmo al que se expandió la conquista genocida de los que llegaron del otro lado del mar. Trajeron su risa y su arte, su ansia de libertad y su rabia de esclavo. Escucharon el restallar de los látigos y vieron las carnes abiertas de sus hermanos en las cunetas. Y resistieron, a pesar de todo, resistieron. Madre África, algún día tus campos volverán a ser verdes y tus niños correrán felices. Algún día serás negra sin vergüenza, África, algún día no deberás explicaciones a los bárbaros del Norte, algún día recuperarás la sangre de tus hijos, vertida en mil ríos. África, estás en los balalaos, estás en Changó, en Eleggua, en Yemayá.

El tráfico de humanos se consolidó con la llegada de franceses, ingleses y holandeses a las Antillas menores. Todas las potencias del momento querían su trozo de Caribe. A pesar de que a principios del siglo XIX comienzan los movimientos abolicionistas en la zona, gracias a las empresas del haitiano Toussaint Louverture, el esclavismo de facto no desapareció del continente hasta bien entrado el siglo XX. Los negros siempre fueron esclavos de los blancos. Hoy lo siguen siendo, aunque hayan cambiado las formas. El mundo es blanco, es injusto, es infame en su desarrollo.

Al igual que los chinos, los afro antillanos empiezan a llegar a Panamá para la construcción del ferrocarril transístmico desde las Antillas menores. Se necesitaba mano de obra barata y allí estaban ellos. Llegaron y se quedaron. A las obras del tren le sucedieron las de la construcción del Canal. Los afro antillanos ya habían demostrado ser trabajadores duros y resistentes, de modo que cuando los EEUU se encargaron de las faraónicas obras, sus mejores obreros fueron aquellos hombres. Una vez terminados los trabajos, cuando se estableció la Zona del Canal, los descendientes de los trabajadores de las obras del Canal se quedaron.

Y entonces se empezó a llamar "chombos", despectivamente, a aquellos hombres que no hablaban castellano, a los que se ridiculizaba y perseguía por ello, y que venían del Caribe. Los negros panameños, hermanos de sangre y herencia de los chombos que ya vivían en el país, no veían con buenos ojos a sus hermanos de piel. Trabajaban y vivían a la sombra del gringo, gozaban de privilegios que para ellos eran inimaginables y eso les hizo impopulares. Da igual que fueran ciudadanos de segunda para aquellos que les empleaban, daba igual que vivieran hacinados y desatendidos. La ignorancia y la necesidad son malas cuando acucia el hambre y no hay medicinas ni comida para los niños, y la xenofobia es un recurso fácil cuando las calles rezuman desigualdad. Los chombos fueron doblemente discriminados. Por los norteamericanos, para los que trabajaban. Por los panameños, entre los que vivían. Con los años 60 llegó el fin del apartheid. Fue duro. Y nadie dice que haya terminado. Sencillamente, se difuminó. La historia escuece. Quizás no interese revisitarla demasiado.

No se hasta qué punto esa parte de la historia de Panamá está presente entre sus gentes. Pero, el otro día, recorriendo las calles de la ciudad de Colón, desde el coche, me vino a la memoria toda esa historia de discriminación y de racismo. Colón es negro, no se ve a blancos por la calle. La ciudad está dejada, se palpa el abandono. No quieres pasear por allí después de que se ponga el sol, no sabes lo que puede pasar. Y la culpa no es de los que moran esa tierra. La culpa es de aquellos a quienes no les ha interesado nunca la gente de su pueblo. Capitostes, mandamases, algún sátrapa, caciques, tiranos. Ponles el nombre que quieras. La culpa es la de los que se quedaron arriba, en sus cúpulas, de esos a los que no interesa un pueblo educado y con recursos. De esos que no quieren ver amenazado su status quo. La culpa no es de los que no tienen y rebuscan, con violencia si es necesario, donde pueden. La culpa no es de Colón. Es de quien se olvidó de Colón.

Pero la negritud panameña es un hecho. Vive en los restaurantes de Río Bajo y sabe a pulpo con coco, a icing glass, a jengibre, a manos de cerdo aliñadas con vinagreta

-saus-, a scobish -escabeche-, sabe a arroz y a curi -curry-, a guiso de burgao, que es como un bígaro muy grande, o de cambombia, que se parece a una cañaílla gigante. Permanece en la música y en la estridencia del reggaeton y la plena, vive en las costumbres de sus gentes, en sus bailes, en su luz y en su color. Un color que es el negro, el rey de los colores.

Este es el Panamá que no entiendo en su deriva, el Panamá del que no se ocupó nadie, el Panamá excluido, el Panamá del guetto, el Panamá olvidado. Ese Panamá chombo y negro orgulloso de serlo, el Panamá pendiente, el que aguarda, el que espera su oportunidad.

Ese que, a pesar de todo, no perdió la risa.

Sed curiosos.

Besos y sus cosas.