La fiebre del amianto
Una epidemia no tan oculta ni tan impune.
Amianto, asbesto, uralita (viene a ser lo mismo)
Mi familia no termina de creerse que me interese un tema como el del amianto. He comprado el libro Amianto: una epidemia oculta e impune de Paco Puche. El prólogo es de Soledad Gallego-Díaz y a Puche lo pudimos ver con Jordi Évole en Salvados, donde contaba cómo las empresas del asbesto hacían lobby y cómo la industria del amianto se convirtió en un caso paradigmático de los llamados "mercaderes de la duda". Nada de eso me ha hecho interesarme por el asunto. El verdadero motivo es que he pasado buena parte de mi vida junto a unas naves con uralita; ese peligroso material lo retiraron, con las precauciones oportunas, hace apenas unos meses. Lo he tenido frente a mí y como si nada.
El acopio de información del libro es propio de un persistente periodista de investigación. Se describen seis formas naturales de amianto (un mineral que aparece cristalizado de forma fibrosa), y tres de ellas se han comercializado: el amianto blanco, el amianto azul y el amianto marrón. En una vivienda cualquiera puede encontrarse este mineral en más de veinte lugares: techos, suelos, aislamientos, etcétera. En todos los medios de transporte motorizados se ha usado amianto (coches, aviones, barcos y trenes). Es más, en los años cincuenta hubo una verdadera fiebre del amianto. Si se respira, puede producir cáncer y asbestosis. Según los cálculos de la Organización Mundial de la Salud, más de cien mil muertes anuales son atribuibles a la exposición laboral al asbesto. La familia Schmidheiny se convirtió en el gran cártel del amianto y Stephan Schmidheiny en un genocida.
Pensarán que exagero, pero es que esa acusación no es mía. Podrán comprobar fácilmente que estoy "fusilando" algunas líneas del libro... y es que no he podido resistirme a "plagiar" [sic] un poco de la obra de Puche en el mes que muchos recordaremos por el bochorno de los plagios, tanto los supuestos como los reales.
Amor por las rocas, odio al amianto
Durante años soñé con hacer periodismo de investigación. Otra opción igual de entusiasta era hacer periodismo de viajes, pero ya ven que a estas alturas no voy a ser la nueva Nellie Bly. En todo caso, el esfuerzo periodístico e investigador es el principal motivo por el que leo con interés obras como la de Amianto. Eso, y que el autor prefiera estar del lado de las víctimas. El apasionado odio de Paco Puche por el amianto es equiparable al amor que profesaba mi profesor de geología por las rocas. Esa intensidad y placer por aprender sobre lo inerte me parecía envidiable.
Y me sigue pareciendo envidiable, así que no se sorprendan si un buen día me da por escribir con fervor sobre la tectónica de placas.