Carmen, Suárez y el Rey
Carmen fue, en 1976, la jefe de Gabinete de Adolfo Suárez. Amiga personal del entonces príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, se convirtió en mano derecha de Suárez. Rubia, hermosa, aristocrática, independiente, contestataria, inteligente, de ella construyeron pronto estereotipos.
Estos días hace 14 años que Carmen Díez de Rivera murió víctima de un cáncer. La eurodiputada del PSOE tenía 57 años. Nueve meses antes la había entrevistado con motivo del Día de la Mujer Trabajadora. Al saber que le quedaba poco tiempo de vida, me pidió que contara su historia en un libro.
Carmen fue, en 1976, la jefe de Gabinete de Adolfo Suárez en el primer Gobierno semidemocrático de España. Amiga personal del entonces príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, se convirtió en mano derecha de Suárez desde finales de los 60. Rubia, hermosa, aristocrática, independiente, contestataria, inteligente, de ella construyeron pronto estereotipos: roja peligrosa y diabólica para la derecha recalcitrante del momento y pija antipática para parte de la izquierda, que no la consideraba una de las suyas. Carmen transitó por tierra de nadie, y pagó un precio por ello. Entre otras cosas, el olvido.
Para rescatarla de esa relegación me apresuré a publicar, en 2002, Historia de Carmen (Planeta). Con sumo cuidado, volqué el contenido de las cintas grabadas y de las entradas de sus diarios en un libro. Me agobiaba la responsabilidad de hacer pública su desgarradora historia personal, hasta entonces desconocida por el gran público. Carmen ya no estaba para explicar por qué había querido que se supiera el gran trauma de su vida: a los 17 años se enamoró de su amigo Ramón Serrano-Súñer Polo, y sólo cuando anunciaron su deseo de contraer matrimonio se les advirtió que eran hermanos de padre. Su madre, la marquesa de Llanzol, mantuvo una relación adúltera con Ramón Serrano Súñer, ministro y cuñado de Franco.
Nada más publicar el libro, me marché a vivir fuera de España y formé una familia. Al regresar, en 2009, empecé a recibir correos electrónicos de lectores interesados en comprar un libro ya descatalogado. Había estudiantes que me preguntaban por el papel de Carmen en la Transición. Simultáneamente, observé la publicación de alguna novela que hacía hincapié en ese otro estereotipo que se construyó de ella: la bella rubia que mantenía relaciones con el rey y con Suárez. O con los dos, quién sabe.
No me considero la biógrafa oficial de Carmen. En todo caso, accidental. Cuando en el camino se cruza una persona como ella, uno se siente obligado. Al menos yo me sentí así. Por eso este otoño he recuperado su historia. Esta vez, en la reedición, bajo el título Carmen, Suárez y el Rey: el Triángulo de la Transición. Su historia personal era ya de sobra conocida, tocaba ahora insistir en su vertiente política, en esa estrecha relación con los dos principales protagonistas del desmantelamiento del franquismo. En su lucha por la legalización del Partido Comunista, algo que consideraba crucial en contra del criterio de Suárez y, en menor medida, del rey.
También tocaba destacar esa visión política adelantada a su tiempo que le hacía exclamar: "¡En 23 años de democracia nos hemos aprendido todos los trucos a la italiana!"
Yo añadiría que en 2013, con 37 años de democracia, somos más que serios competidores de la manera italiana de hacer política, si por eso se incluyen la corrupción, el estancamiento, las listas cerradas, los privilegios, el reparto de los botines de guerra en la justicia, la administración y las empresas públicas, y demás.
Decía Carmen, en 1999: "La política no puede ser una profesión permanente o una renta vitalicia. Creo que hay que estar siempre en transición. Desgraciadamente, en la clase política y la periodística están convencidos de que ya lo hicieron. Se equivocan".
Ustedes juzgarán si tenía, o no, razón.