La mística de la maternidad
Lo que más ha discriminado, y discrimina, a las mujeres es la maternidad, concebida como algo que sólo nos corresponde a nosotras, sin que la conciliación haya servido de mucho y sin que se potencie lo importante: la corresponsabilidad, que es más que la conciliación. En cualquier caso, la maternidad es lo mejor de nuestras vidas y nuestra mayor limitación.
Foto: ISTOCK
Escribe la filósofa feminista Alicia Miyares que "uno de los rasgos que definen la mística de la feminidad es la cultura de la maternidad total" que deriva, entre otras prácticas, en "la crianza con apego", ocasionando ansiedad en algunas madres que además quieren seguir adelante con su vida laboral. La feminidad la representa la maternidad, de aquí que se confundan ambas. Este debate lleva años instalado entre nosotras, agudizado, sin duda, por la crisis. La vuelta al hogar que ha provocado, ha añadido una paralela magnificación de las funciones del cuidado y, de todas ellas, la más importante es la maternidad. Se la sublimado y, como corolario, glorificado la lactancia materna. "Nada representa mejor a una mujer que una madre dando el pecho a su hijo", ha dicho un eximio periodista. Y las mujeres que no tienen hijos, no pueden o no quieren dar el pecho, ¿qué son? ¿Extraterrestres?
Una psicopedagoga argentina, Laura Gutman, decía: "Un niño alimentado con leche materna será un hombre altruista y generoso", recomendando dar el pecho hasta los siete años. Una amiga nos decía que, además de un sentido, resultaba obsceno.
La famosa filosofa francesa Elisabeth Badinter, cuatro décadas escribiendo sobre el amor materno, asegura que los partidarios de la crianza natural son responsables de "una guerra ideológica subterránea" destinada a reconducir a las mujeres hacía el hogar. "Ante la precariedad imperante, añade, muchas mujeres prefieren refugiarse en la familia y la descendencia. A falta de un puesto de trabajo formidable, muchas se centran en la procreación. Asistimos a un triunfo incontestable del feminismo diferencialista, muy distinto del universalista que encarnó Simone de Beauvoir". Las defensoras de la mística de la maternidad lo justifican en su derecho a ser libres, que nadie niega, pero las que no pensamos así, tenemos también legitimidad para advertir de los peligros que para la igualdad real comporta ese discurso.
Lo que más ha discriminado, y discrimina, a las mujeres es la maternidad, concebida como algo que sólo nos corresponde a nosotras, sin que la conciliación haya servido de mucho y sin que se potencie lo importante: la corresponsabilidad, que es más que la conciliación. En cualquier caso, la maternidad es lo mejor de nuestras vidas y nuestra mayor limitación. He dicho -medio en serio, medio en broma- que las mujeres, o somos realmente inferiores a los hombres, "en poder y sabiduría", o ha sido, y es, la maternidad lo que nos ha hecho serlo de facto; además resulta que son unos años, relativamente pocos, esos que los niños necesitan un cuidado constante de nosotras, y, sin embargo, condicionan el resto de nuestras vidas, porque son los claves en la promoción profesional de las mujeres.
Una joven periodista, Isabel Morillo, escribe en un tuit "quiero trabajar sin ir con mis niños a cuestas, compartir el cuidado con el padre, y delegar en guarderías o ayuda externa cuando haga falta". Me reconfortó leerla, porque pensaba que lo mío era consecuencia de la edad y que lo moderno vuelve a ser considerar que nuestra función en la vida es la de ser madres por encima de cualquier cosa. No es verdad, somos madres y abuelas, y queremos ser además independientes. Poder decidir no sólo cuándo queremos ser madres, sino también cómo queremos serlo, y pedimos que se nos facilite la tarea, en compensación al mejor de todos los servicios que prestamos: la reproducción de la especie.
Ha sido triste que lo del bebé de la diputada en el Congreso, que, por otra parte, no es la primera vez que se produce, aunque sin tanto exhibicionismo, haya impedido que sea noticia que el nuevo Congreso tiene ya casi tantas mujeres (40%) como hombres. Ha costado mucho conseguirlo, pero ahí está. Durante muchos años ha habido mujeres madres y diputadas que nos hemos arreglado la vida como hemos podido, sin alardes. Este incremento del número de diputadas ha sido posible, conviene recordarlo, gracias a la tan denostada cuota, que hace años impusimos las feministas, con befa y mofa generalizadas. Hoy la representación política es casi igualitaria, y son las cuotas obligatorias las que están dando poder a las mujeres también en las empresas, el mundo más machista de todos. Sin cuotas no hubiera sido posible; el simple transcurso del tiempo no soluciona la discriminación femenina.
El feminismo, del que me proclamo defensora, ha hecho posible la única revolución triunfante, aunque inacabada; siempre ha sido muy plural y diverso; hay muchas formas de ser feministas, como, por otra parte, ocurre con otras cosas, pero es el único movimiento que está consiguiendo la liberación de la mujer y, por tanto, también de las madres. Por eso conviene que dejemos al margen sublimaciones contraproducentes.
Este post fue publicado originalmente en Diario de Sevilla