Psicología del poder: lo que se necesita para dedicarse a la política
¿Qué hará la persona que ha construido su identidad peleando contra la autoridad cuando le toque ser la autoridad? ¿Y el que prefiere dejar las cosas como están cuando tenga que gestionar un cambio o un conflicto? ¿Qué hará el desconfiado que siempre está a la defensiva con los demás cuando le toque decidir por ellos, cuándo la pasividad ya no sea una opción? No son preguntas retóricas, son preguntas concretas que deberían formularse los aspirantes a políticos.
En un momento en el que la actividad política convencional está desacreditada y la nueva tiene que demostrar su capacidad, me pregunto qué hace que algunos se metan en política.
La psicología evolutiva podría situar el origen del interés por lo social y lo político en esa etapa de la adolescencia en la que se perciben con nueva lucidez ciertas contradicciones del sistema social y se desarrolla una sensibilidad especial para detectar la hipocresía de algunas normas culturales. El descubrimiento de la doble moral forma parte del tránsito a la madurez. Con doble moral me refiero a: las cosas que se piensan pero no se dicen, las que se dicen pero no se hacen, las que se hacen en contra de lo que decimos, las diferencias sutiles entre mentir y no decir la verdad..., todos esos matices que sólo llegamos a comprender de adultos y en los que se especializan políticos y diplomáticos.
Tal revelación tiene efectos diferentes: adaptarse a lo que hay, intentar cambiarlo, sentirse víctima de un engaño, desarrollar un cinismo defensivo prematuro. Estas reacciones pueden convertirse en actitudes que, acompañadas de las oportunas justificaciones, acabarán configurando un estilo personal y un perfil ideológico. Pero sea cual sea el modelo que desarrollemos, será puesto a prueba cuando llegue el momento del poder, un momento que siempre llega, aunque sea ejerciéndolo como padre, maestro, jefe o líder de la pandilla.
¿Qué hará la persona que ha construido su identidad peleando contra la autoridad cuando le toque ser la autoridad? ¿Y el que prefiere dejar las cosas como están cuando tenga que gestionar un cambio o un conflicto? ¿Qué hará el desconfiado que siempre está a la defensiva con los demás cuando le toque decidir por ellos, cuándo la pasividad ya no sea una opción? No son preguntas retóricas, son preguntas concretas que deberían formularse los aspirantes a políticos.
Hay elementos imprescindibles para el buen ejercicio de la política, como la honradez, la preparación, cierto margen de independencia, cierta capacidad de liderazgo, etc., pero desde el punto de vista psicológico hay dos elementos que considero básicos: la consciencia de las propias limitaciones, y la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Una persona que no se conoce a sí misma y que carece de empatía no debería dedicarse a una actividad social de responsabilidad, ya sea un político (en quien delegamos la toma de decisiones) o un policía (en quien delegamos el uso de la fuerza).
Tampoco ayuda mucho que la preparación para el desempeño político se desarrolle dentro de una organización cuyos valores y cuyas prácticas sean diferentes de los que defiende a nivel social, ya que cuando no se consigue enlazar lo que se proyecta a nivel macro con lo que se vive a nivel micro, hasta la lucha política puede convertirse en una forma de alienación.
Ni me imagino lo desagradable que debe de ser pasarse años trepando, alejados de una vida social normal, de los amigos, de la vida familiar, sin que nos guste la escalada, para terminar haciendo lo que dicta el aparato. En esos momentos y en esas condiciones no me extraña que muchos busquen justificaciones que disminuyan su disonancia cognitiva: "No somos más que un reflejo de la sociedad".
No es que la integración personal y las habilidades sociales garanticen una buena acción política, pero la forma en que se resiste la presión, el umbral de tolerancia a la frustración, la empatía, el modo de ejercer la autoridad, el liderazgo, la capacidad de trabajo en equipo, la asertividad, etc., son elementos fundamentales para el desempeño de cualquier función directiva. Hoy parece haber cierto acuerdo sobre la necesidad de adoptar otra forma de gobernar, pero no hay que olvidar que para gobernar de forma diferente hacen falta personas capaces de ejercer el poder de forma diferente.
¿Alguna receta? En primer lugar, hay que acabar con un malentendido interesado: una cosa es ser un representante público elegido como un diputado o un concejal y otra cosa muy distinta ejercer una función ejecutiva. Ser elegido democráticamente convierte al elegido en representante público legítimo, pero no garantiza su capacidad de dirección, aunque en España la administración esté tan politizada que hasta los institutos tecnológicos, las agencias y centros de investigación, tengan al frente a un político o un politécnico.
A los políticos que ejercen funciones ejecutivas hay que exigirles lo mismo que a cualquier directivo: someterse a un proceso de selección riguroso (que garantice aptitudes y actitudes) y a un sistema de rendimiento de cuentas objetivo; y ofrecerles también las mismas condiciones: formación para la adaptación al puesto, si fuera necesario, y reglas de juego claras y precisas.
No sé si los movimientos que proponen alternativas al sistema actual se plantean estas cosas o las consideran irrelevantes como ha ocurrido hasta ahora. En ese caso, ya pasarán por la consulta.