Cada 23 segundos, una muerte por tuberculosis
Ese es el promedio de la enfermedad infecciosa que más mata, sólo por detrás del VIH. En ciertos países del África subsahariana como Mozambique, desde el cual escribo, cada vez hay más casos de tuberculosis a pesar de los esfuerzos locales e internacionales para controlar la enfermedad. Muchos se mueren sin haber ido a un centro de salud. Y a veces, cuando van (y se lo pueden permitir) ya es muy tarde para evitar la muerte. Lo sorprendente es que se trata de una enfermedad controlable y curable desde hace varias décadas.
La tuberculosis mata en el mundo a una persona cada 23 segundos. Ese es el promedio de la enfermedad infecciosa que más mata, sólo por detrás del VIH. En ciertos países del África subsahariana como Mozambique, desde el cual escribo, cada vez hay más casos de tuberculosis a pesar de los esfuerzos locales e internacionales para controlar la enfermedad. Los pacientes llegan a la consulta cuando la enfermedad ya es muy manifiesta, ya que debilita lentamente. Los afectados buscan ayuda sólo cuando aparecen los síntomas típicos más alarmantes, como la pérdida severa de peso, tos que no cesa o hemorragia pulmonar. Muchos se mueren sin haber ido a un centro de salud. Y a veces, cuando van (y se lo pueden permitir) ya es muy tarde para evitar la muerte. Lo sorprendente es que se trata de una enfermedad controlable y curable desde hace varias décadas.
Posiblemente estemos hablando de la enfermedad que más daño haya causado a la humanidad si contamos el número estimado de muertes y episodios de enfermedad. Es una enfermedad prioritaria para la comunidad internacional y se enmarca dentro de los Objetivos del Desarrollo del Milenio de la ONU junto con la malaria y el VIH, pero la tuberculosis carece del eco social y mediático de estas últimas.
Cerca de un tercio de la población mundial está infectada por esta bacteria. Se transmite por vía respiratoria y suele quedar atrapada en los pulmones sin producir enfermedad durante décadas. La mayor parte de las personas infectadas nunca llegarán a desarrollar síntoma alguno. Sólo un 10% de ellas sufrirán la enfermedad, cuya forma más conocida es la que afecta al pulmón con los síntomas clásicos de tos, expectoración, fiebre, sudoración nocturna, etc... si bien puede afectar a casi cualquier órgano. Lo curioso de esta bacteria contra la que llevamos luchando cientos de años (la enfermedad ha sido objeto de estudio y de literatura médica desde mucho antes de descubrirse cómo se transmitía o quién la ocasionaba) es que ha conseguido adaptarse al ser humano con el paso de las generaciones y el sueño de un mundo sin tuberculosis sigue siendo, por desgracia, tan solo una vaga esperanza.
Los casos de tuberculosis en la población española, tan frecuentes hasta hace pocos años, se han ido concentrando en colectivos vulnerables: pacientes VIH, ancianos e inmigrantes procedentes de países donde la enfermedad es más frecuente. Además, se trata de una enfermedad con evidentes vínculos económicos y sociales. De hecho, es uno de los grandes paradigmas de enfermedades asociadas a la pobreza. Por este motivo, África y Asia siguen siendo los continentes que más casos notifican y donde la enfermedad mata más. Las familias con enfermos de tuberculosis, generalmente con baja renta, tienen que hacer frente a tratamientos que no siempre proporciona el estado, provoca absentismo laboral, y si el afectado (generalmente varón quien trae los ingresos a casa) muere, los pocos ingresos desaparecen, ahondando el problema económico que existía de base, condicionante a la vez de la enfermedad. Es el famoso círculo pobreza-enfermedad. En países como Mozambique, el efecto devastador de la tuberculosis se multiplica al unirse al del VIH, tándem explosivo y, desgraciadamente, muy frecuente.
Sin embargo, no todo son malas noticias. En los últimos años hemos sido testigos de un descenso importante en el número de casos y muertes por tuberculosis a nivel mundial. Se prevé que la meta de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (interrumpir y descender el número de casos) se consiga sin problema. Seguimos disponiendo de fármacos útiles, y nuevos antibióticos y vacunas están en fase de desarrollo clínico, con perspectivas razonables de poder contribuir al control de la enfermedad en el medio plazo. Pero no podemos bajar la guardia. El éxito de los programas de control supone a menudo su propia desgracia, porque dejan de recibir prioridad y fondos, poniendo en peligro las dinámicas y logros alcanzados. Además, la creciente amenaza de resistencia a los antibióticos más utilizados contra le enfermedad hace fundamental el fortalecimiento de los sistemas de detección de casos, la mejora del diagnóstico y el correcto manejo de los fármacos disponibles.
Hoy, 24 de marzo se celebra el día mundial de la tuberculosis, recordando la famosa efeméride del descubrimiento del bacilo (la bacteria que causa la enfermedad) por parte del alemán Robert Koch en 1882. Como cualquier "día mundial" sirve para poner en relieve, informar, y concienciar a la población. Siendo una enfermedad curable, es una responsabilidad colectiva de la humanidad en el siglo XXI el dedicar esfuerzos en reducir la carga de enfermedad y muerte por tuberculosis. Y para ello, además invertir en programas de control, hemos de invertir en investigación a todos los niveles. Sólo así generaremos conocimiento y herramientas nuevas para hacer frente a los retos que la tuberculosis nos plantea.
Este texto ha sido publicado de forma simultánea en el blog de ISGlobal.