Ciudades II: Responsabilidades comunes pero diferenciadas
Entre las soluciones para hacer frente al cambio climático implantadas en ciudades de países en vías de desarrollo destaca el caso de Curitiba, en Brasil, que lleva décadas enfocada en la sostenibilidad urbana. Cuenta ya con 52 m2 de áreas verdes por persona y gracias al 'pago por reciclaje' la cantidad de papel reciclado equivale a unos 1200 árboles por día.
Vista de Curitiba, en Brasil.
En el último artículo prometí presentar soluciones concretas que se están implantando en diferentes ciudades para hacer frente al cambio climático. En este me centraré en soluciones implantadas por ciudades en países en vías de desarrollo, mientras que en el siguiente hablaré de qué se está haciendo en ciudades desarrolladas.
Esta distinción no tiene que ver con que las soluciones sean intransferibles de unas ciudades a otras (todo lo contrario), sino con un detalle de la política internacional: el principio CBDR (responsabilidades comunes pero diferenciadas, por sus siglas en inglés). Este principio reconoce que todos los países tienen la responsabilidad de afrontar la destrucción medioambiental, sin embargo, el nivel de responsabilidad debe corresponderse con el nivel de desarrollo económico de cada uno. El CBDR fue reconocido por primera vez en 1992, en la conferencia sobre desarrollo sostenible celebrada en Río de Janeiro, y ha regido toda la política medioambiental internacional desde entonces. El problema del CBDR es que, si bien es completamente razonable dar prioridad a acabar con el hambre frente a limitar el cambio climático, el cambio climático puede tener consecuencias devastadoras (hambrunas incluidas), sobre todo a medida que los países en vías de desarrollo crecen y aumentan sus emisiones. Pero el coste de un desarrollo sostenible es, de frente, más alto que el de un desarrollo insostenible (si bien, como el término sugiere, un desarrollo insostenible es a la larga mucho más caro).
Un ejemplo de este dilema es el acceso a la electricidad en India. Aún en 2012, más del 20% de la población no tenía acceso a electricidad, pero este porcentaje era casi un 50% en 1990. El país crece a un ritmo acelerado y, a medida que más personas demandan electricidad, el gobierno ha de buscar soluciones rápidas y baratas para garantizar ese acceso y evitar un frenazo en su senda de desarrollo. Esa solución ha sido tradicionalmente el carbón, cuyo impacto medioambiental no necesita presentación. Otra forma de acceder a energía elegida por ese 20% sin electricidad en sus hogares es la quema de biomasa (que sirve de calefacción, fogón de cocina y tenue luz). De nuevo, esta biomasa tiene un alto nivel de emisiones, además de efectos perniciosos para la salud (por los humos y gases generados dentro de la vivienda). La solución, por tanto, pasa por lograr que el desarrollo sostenible sea barato y accesible.
Esto es precisamente lo que está haciendo la Fundación SELCO. Mediante diferentes modelos de inversión, SELCO trae electricidad generada a través de paneles solares a asentamientos informales en lo que llaman centros de energía integrada (IECs). En estos puntos, los habitantes de los asentamientos pueden cargar sus móviles, acceder a agua potabilizada, alquilar baterías y linternas, o utilizar soportes educativos (ordenadores, televisiones, proyectores). Los diferentes modelos de inversión son clave para el éxito del proyecto, ya que se adaptan a la capacidad económica y social de cada asentamiento para adquirir un IEC. Además, los usuarios no se comprometen a una tarifa fija de pago regular, sino que acuden al IEC cuando necesitan energía (y tienen medios disponibles para costear su uso). SELCO ha implantado ya 26 IECs de los que se benefician 6074 hogares, y han apreciado un aumento en la riqueza de los asentamientos donde trabajan, además de una disminución significativa en el impacto medioambiental y sanitario del uso de energía. En particular, los paneles solares instalados ofrecen una alternativa al queroseno, que suponían un peligro tanto por los humos como por el riesgo de las llamas en espacios cerrados. Además, observaron una reducción en el riesgo de mordidas de serpientes, escorpiones y roedores, debido a la mejor iluminación de los hogares. Estos resultados son similares a los obtenidos en Brasil por el programa Luz Para Todos, que busca dar acceso a la electricidad al 100% de los brasileños.
Y precisamente Brasil nos trae uno de los ejemplos más celebrados en el ámbito de la lucha contra el cambio climático desde las ciudades. Curitiba, la séptima ciudad más grande del país, lleva décadas enfocada en la sostenibilidad urbana. Actualmente, cuenta con 52 m2 de áreas verdes por persona; en total, 400 km2 que sirven también como centros de gestión del agua procedente de precipitaciones. La ciudad cuenta también con un sistema rápido de autobuses, con un carril de uso exclusivo para buses, de modo que hasta el 80% de los desplazamientos diarios se hacen en transporte público, lo que resulta en un 25% menos de emisiones per cápita que la media de las urbes del país. El hecho de que haya un carril bus de uso exclusivo, equipara la calidad del servicio al metro, pero es mucho más barato de mantener. Además, los autobuses viejos que están fuera de servicio, se usan como escuelas móviles para educar sobre sostenibilidad. Esto, junto a los "pagos" por reciclaje, elevan el porcentaje de reciclaje a tal nivel que, por ejemplo, la cantidad de papel reciclado equivale a unos 1200 árboles por día (los adultos pueden obtener billetes de autobús, comida o efectivo a cambio de su basura, y los niños, material escolar, chocolatinas o juguetes).
Estos ejemplos muestran la importancia de una planificación eficiente para la aplicación de tecnología existente, más que de un amplio presupuesto. Nos demuestran también que el CBDR es casi un aliciente para la pereza: los asentamientos urbanos, incluso si son ilegales, tienen capacidad para implementar soluciones eficaces. Y que en efecto lo hagan debería importarnos mucho, si no por lo moral (hablamos de vidas humanas y de la conservación de flora y fauna), al menos por puro egoísmo: como dije en este blog el pasado noviembre, los refugiados climáticos ya son una realidad, y si no se hace nada, no tardarán en llamar a nuestras puertas.