Nuestra adicción a los 'snacks' está acabando con los orangutanes
Conoce a la española que está tratando de salvarlos.
La doctora Karmele Llano Sánchez, natural de Bilbao, trabajaba de veterinaria en la isla indonesia de Borneo cuando le pidieron que tratara a un orangután llamado Jojo. Fue una experiencia que le cambió la vida para siempre.
Jojo estaba retenido de forma ilegal como mascota y, cuando lo encontró, estaba encadenado por el tobillo y rodeado de basura y aguas residuales. Karmele le quitó el grillete del tobillo y le administró la medicación pertinente, pero tuvo que ponerle de nuevo el grillete en el otro tobillo porque no había ningún lugar donde llevarlo.
Este encuentro, que se produjo en 2008, la llevó a montar un centro de rehabilitación de orangutanes. Un año más tarde, volvió para rescatar a Jojo. Tras años de malos tratos y malnutrición, había quedado inválido y habría sido incapaz de sobrevivir en la naturaleza, pero ya no volvió a llevar grilletes.
En la actualidad, el equipo de Karmele está formado por más de 250 personas de la delegación indonesia de International Animal Rescue, una organización sin ánimo de lucro para la protección animal. Se encuentran en primera línea rescatando y rehabilitando orangutanes de Borneo antes de volver a ponerlos en libertad en la naturaleza, cuando esto es posible.
En torno al 87% de la población mundial de orangutanes viven en Borneo, aunque su cifra se ha reducido drásticamente a lo largo de las últimas dos décadas. Los conservacionistas estiman que la población de orangutanes de los bosques de la isla se ha visto reducida en 150.000 ejemplares, dejando tan solo 70.000.
Algunos de los animales que ha rescatado el equipo de Karmele Llano fueron arrebatados de las manos de sus madres para ser vendidos de forma ilegal como mascotas o han pasado toda su vida en cautividad, tras unos barrotes o encadenados, como Jojo. Sin embargo, un número significativo de ellos habían quedado desamparados, en estado de inanición o huérfanos como resultado de la destrucción sistemática del bosque para conseguir un producto elaborado en masa y barato de cuyos peligros pocos consumidores son realmente conscientes: el aceite de palma.
Desde los snacks hasta los cosméticos, prácticamente la mitad de los productos envasados que vemos en el supermercado contienen aceite de palma. Para producir este aceite, están siendo devastadas enormes extensiones de selvas de Indonesia y Malasia cada año. Además de ser un considerable impulsor del cambio climático, de la contaminación, del abuso de los derechos humanos y de la explotación laboral, esta deforestación destruye los frágiles hábitats de los que dependen animales como los orangutanes, pero también los rinocerontes, tigres y elefantes.
Aunque algunas marcas anuncian con orgullo que utilizan aceite de palma sostenible —lo que implica que su producción debe cumplir ciertos requisitos medioambientales y laborales—, la realidad es que ningún aceite de palma cumple con estas condiciones, afirma Llano.
"¿Sostenible? El monocultivo no puede ser sostenible, y punto", asevera esta veterinaria de 39 años negando con la cabeza. "Si me preguntas por un aceite de palma más respetuoso con el medio ambiente, sí, sería posible, pero ahora mismo no existe".
El trabajo que realizan la bilbaína y su equipo es una labor espinosa y complicada que implica convocar a empresas, autoridades gubernamentales y comunidades para que unan sus fuerzas para devolver a estos primates a sus hábitats naturales —aunque no todo el mundo lo considere prioritario— y, en una situación ideal, eviten la necesidad de realizar rescates. Llano está convencida de que, aunque estos esfuerzos transversales entre distintas esferas son complicados de lograr, resultan esenciales, ya que las labores de rehabilitación y reintroducción, por sí solas, no son una solución.
"Es como si estás enfermo y te medicas con calmantes: tratas los síntomas, pero realmente no solucionas la raíz del problema. Y no puedes estar tratando los síntomas eternamente, ¿no?", explica.
Para ella, la solución se encuentra en la buena voluntad que muestre el sector privado de cara al medio ambiente mucho antes de que se haya producido la destrucción de ninguna selva, para garantizar que el hábitat de los orangutanes no sea devastado. Aunque algunas empresas ya se han dado cuenta de que también es bueno para ellas buscar formas de desarrollo más sostenibles, aún hay demasiadas a las que les da igual, señala.
Luego está el problema de las empresas que cuentan con International Animal Rescue para llevarse a los orangutanes una vez que han talado la selva: "Está bien que nos llamen [cuando necesitan ayuda], pero, por otra parte, no tendrían que haber arrasado la selva en la que vivían los orangutanes. Queremos proteger a los animales, queremos salvar a los animales, pero no queremos ser el servicio de recogida de basura de estas empresas. Es decir: 'Arraso todo y me encuentro a un par de orangutanes, luego vienes, los recoges y ya está, problema resuelto, ¿no?", se lamenta.
La gente ("nosotros, las personas corrientes") también tiene su papel. Como consumidores de aceite de palma, tenemos que meter presión al sector privado para que haga lo correcto, porque tenemos poder. Si dejamos de consumir sus productos, todo el sistema se viene abajo, asegura.
"No podemos seguir consumiendo tanto como hacemos y querer proteger el medio ambiente. Simplemente, no es posible. Chocolate, helados, snacks, Doritos... Se puede vivir sin eso", defiende.
Karmele Llano mantiene la esperanza de que se pueda hacer algo si se actúa rápido. "Somos la generación que está viendo cómo se produce esta extinción masiva de especies salvajes. Lo tenemos al alcance de nuestra mano y podemos hacer algo al respecto. Puede que sea demasiado tarde para la siguiente generación. Es una gran responsabilidad, pero también una buena sensación, ya que es la que nos hace seguir adelante", concluye.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.