Las claves para entender la crisis de Gobierno de Macron
Alexandre Benalla, el jefe de escoltas del presidente galo, se hizo pasar por policía para 'sofocar' las protestas del Primero de Mayo. Un vídeo lo ha destapado. El Eliseo guarda silencio.
Emmanuel Macron se enfrenta a una crisis de Gobierno inédita desde que llegó al Eliseo en mayo de 2017. Pese a sus poses de anuncio festejando la victoria de Francia en el Mundial de fútbol de Rusia, la falta de diálogo con la oposición en temas esenciales para el país, la aplicación de sus polémicas reformas laborales y la sombra de la dureza policial en las últimas manifestaciones (Primero de Mayo, protestas estudiantiles, huelgas del sector del tren) han llevado su popularidad al punto más bajo de su mandato: hoy, sólo el 39% de los franceses tiene una "opinión favorable" de su presidente.
Justo un caso mano dura (y de poca transparencia) ha sido la puntilla para estancarlo en su peor momento: el escándalo levantado por el ya exjefe de seguridad del mandatario, que en el pasado Día del Trabajo golpeó a varios manifestantes en París, haciéndose pasar por policía. El caso Alexandre Benalla, del que Macron aún no ha dado explicaciones en público, sonroja al partido En Marcha con nuevas revelaciones en prensa cada día, obligará hoy al ministro del Interior a explicarse en la Asamblea Nacional y está paralizando la agenda nacional.
Estas son las claves para entender lo que ha ocurrido en este Watergate francés, como lo llama la oposición, y cómo ha actuado el mediático presidente.
¿Qué hizo Benalla?
Alexandre Benalla, el ya expulsado como jefe de seguridad de Macron, está bajo custodia policial desde el viernes y la fiscalía lo imputó ayer domingo, formalmente, por cargos de violencia contra manifestantes, uso ilegal de distintivos policiales y acceso indebido a imágenes de seguridad pública. Su arresto se produjo después de que el diario Le Monde desvelara la identidad de Benalla, de 26 años, como el hombre filmado mientras golpeaba a varios manifestantes durante las protestas del 1 de mayo, portando un casco y un brazalete policial pese a ser un civil que no pertenece a cuerpo de seguridad nacional alguno.
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Según France 2, Benalla -que tenía su boda prevista para el pasado sábado- está colaborando con la justicia y ha expresado su "pesar" por lo ocurrido. Se arriesga a ser condenado a tres años de cárcel y a una multa de 45.000 euros. Para justificar su intervención, el acusado se refirió al artículo 73 del Código de Procedimiento Penal, que permite "echar una mano a la policía cuando las circunstancias lo exigen", según informa France 24.
Con él cayeron cuatro personas más: Vincent Crase, un empleado del partido de Macron que también golpeó a manifestantes el 1 de mayo, y tres funcionarios de seguridad que fueron arrestados el viernes por copiar y enviar a Benalla las imágenes de videovigilancia que lo implicaban, después de que la prensa revelara su identidad. Todos han sido imputados.
¿Cómo reaccionó el gabinete de Macron?
Ante todo, con el silencio por respuesta. En todos estos días, Macron no ha abierto la boca. En la mañana de este lunes, a través del secretario de Estado de Relaciones con el Parlamento, Christophe Castaner, ha reconocido que su responsable de seguridad tuvo un comportamiento "totalmente escandaloso" e "inaceptable" y ha insistido en que quiere que haya "sanciones", que no ha precisado.
Hasta ahora, el castigo desde el Eliseo para Benalla había sido más que suave. Inicialmente, se le suspendió de empleo y sueldo durante 15 días. La decisión se tomó pese a que las imágenes dejan poco lugar a dudas sobre la violencia con la que se empleó y, además, sólo se dio el paso cuando la prensa publicó el escándalo. Antes, nada. Luego, el equipo de Macron decidió despedirlo, pero cuando ya la fiscalía había presentado cargos.
El escándalo se agrandó cuando se supo que, pese a lo dicho formalmente, el guardaespaldas siguió disfrutando de una posición privilegiada en el palacio, hasta el punto de que hace solo unos días todavía escoltaba al matrimonio Macron. Más aún: en estos días de zozobra, justo a comienzos de mes, a Benalla se le adjudicó una vivienda oficial en una zona adinerada, el Quai Branly parisino. La misma dirección en la que François Mitterrand instaló discretamente durante años a su amante Anne Pingeot y a su hija, Mazarine. El coche oficial lo ha mantenido hasta ser imputado.
También se ha sabido que desde julio del 2017 Benalla tenía una acreditación de alto rango para acceder a la Asamblea Nacional en calidad de "empleado de la presidencia", que no se correspondía con su papel de escolta del mandatario, de la que el Gobierno no ha dado explicaciones.
Las preguntas
Este escenario deja muchas preguntas, aún sin respuesta: ¿Por qué Macron no despidió a Benalla al conocer que había participado en el primero de mayo sin deber? ¿Por qué, cuando escaló hasta la presidencia con un discurso de transparencia y cero corrupción, le siguió dando acceso a su agenda (y a su persona) y le premió con servicios de alto cargo? ¿Por qué no comparece él mismo para dar la cara y seguir teniendo esa "irreprochabilidad" que tanto propugna?
A ninguna de ellas ha respondido el ministro del Interior, Gérard Collomb, en su comparecencia parlamentaria de hoy, en una comisión especial que da cuenta de lo rápido que se ha movido la oposición en este caso, del enfado que ha generado en las bancadas no centristas. Según informa la Agencia EFE, ha derivado las responsabilidades al Palacio del Elíseo -flaco favor a su jefe-, que se ocupó de sancionar al entonces jefe de la seguridad presidencial, y a la prefectura de policía, que no puso los hechos en manos de la justicia. Aunque habían coincidido en alguna ocasión, no conocía a Alexandre Benalla, ha dicho. Tampoco sabía cuál era su cargo ni si formaba parte de las fuerzas de seguridad, hasta que su cara salió en la prensa. "Los hechos estaban siendo estudiados en el nivel adecuado", ha enfatizado, para desentenderse del tema.
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Collomb encargó una investigación interna a la Inspección General de la Policía Nacional (IGPN) el 19 de julio, un día después de la publicación del controvertido vídeo por Le Monde. Según su argumentación, no lo hizo hasta entonces porque en esa grabación había "elementos nuevos", en particular que Benalla se había servido el 1 de mayo de elementos que le identificaban como policía. Con esa investigación policial, más la judicial y la de la Asamblea, son tres las vías por las que se espera lograr respuestas de lo ocurrido, ya que no las da Macron.
Las críticas
La oposición se ha plantado. La de izquierdas y la de derechas. En pleno verano, y hasta con un debate constitucional de por medio que ha sido suspendido hasta nuevo aviso, no sueltan el bocado y piden a cada minuto que se aclare este escándalo. Porque el presidente sigue mudo, porque acrecienta su imagen de "dictador" frente a las protestas sociales, porque hay muchas lagunas sobre por qué se protege a un escolta.
El líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, es quien ha comparado el caso con el escándalo Watergate que acabó con la presidencia de Richard Nixon en EEUU. "El silencio del jefe de Estado está transformando el caso Benalla en el caso Macron", advirtió la líder de Reagrupamiento Nacional (antiguo Frente Nacional), Marine Le Pen, por su parte.
La prensa local, ante estas incógnitas, coincide en calificar el caso Benalla como un escándalo "de Estado", "troncal", "esencial". Nada de una marejadilla. Por ejemplo, en un editorial severo, Le Monde criticó que "el poder haya elegido proteger a un individuo por su pertenencia al primer círculo del macronismo, despreciando el respeto a la ley y las normas". Libération hace lo propio en otro editorial titulado directamente Mentiras, en el que afirma que tanto el Elíseo como el Ministerio del Interior "prefirieron el disimulo" al abordar esta crisis, imponiendo una sanción mínima, cuando su obligación, al saber lo ocurrido, debió ser "denunciar este caso a la justicia". Ni la denuncia vino del Gobierno ni fue rápida, sino que ha tardado dos meses y medio en mover ficha.
Un hombre joven y poderoso
Uno de los misterios que atrae e indigna a la vez a los franceses es la identidad de Benalla. Quién es este escolta que ha puesto a su jefe, el presidente, al borde del abismo. Según el relato que hace de él la prensa local, tiene apenas 26 años y una ambición desmedida. Físicamente, duro como una roca. Sus modales y maneras son igualmente pétreos, severos. "El gorila no ha sido sancionado sino protegido", escribía en un editorial Libération, usando un término que se está generalizando en el país para referirse al guardaespaldas.
Al parecer, su carrera que comenzó con 19 años en el Partido Socialista francés, para el que fue reclutado; antes había trabajado como escolta para algunos actores franceses. Ya en 2011, se le encargó la seguridad de la entonces candidata a las primarias, Martine Aubry. Ganó François Hollande y, una vez en el Eliseo, entró al servicio de un miembro de su gobierno, el ministro de Economía, Arnaud Montebourg, para el que fue chófer hasta que se produjo un accidente que lo dejó fuera de ese círculo de poder. De toda esa etapa no ha trascendido escándalo alguno.
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Su reaparición en la campa política fue en julio de 2016, cuando se convierte en el jefe de seguridad de Macron durante su campaña, cuando aún era casi un desconocido. Tras la victoria electoral de 2017, sigue con él hacia el palacio y se encarga de todo su equipo de vigilancia personal. Más allá de vigilar y coordinar al equipo, se le consideraba un hombre de confianza de Macron, hasta el punto de ser siempre del racimo escogido de colaboradores que le acompañaban, también a la primera dama, Brigitte, tanto en actos oficiales como en actividades privadas.
Ya cuando Macron apostó por este escolta hubo cierta polémica interna, pues los presidentes galos ya cuentan con un equipo especializado de protección, 77 miembros del Grupo de Seguridad de la Presidencia de la República (GSPR). Que se trajera a alguien de fuera, del partido, incomodó a estos agentes hiperpreparados. No obstante, la crítica no salió del ámbito policial, porque tampoco es algo insólito: por desconfianza en los servicios oficiales o fidelidad a otras amistades, es normal que se lleven a alguien de los suyos. Pero esta crisis hace sospechar a algunos que hay algo más. ¿Será que Macron le debe favores? ¿Que sabe demasiado? ¿Que guarda cadáveres del presidente? Las teorías conspiranoicas ya superan en este caso los guiones de House of Cards.