Justin Trudeau, ¿fachada o sustancia?
El primer ministro de Canadá encandila al mundo por atractivo, encantador, sociable, comprometido... Analizamos sus políticas para saber si están a la altura del mito.
Allá por 1972, el entonces primer ministro canadiense, Pierre Trudeau, ofreció una cena oficial a su homólogo, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. Música clásica, buena comida y el brindis de rigor. Dice la leyenda que el norteamericano, a dos años de ser el primer y único presidente de su país en dimitir del cargo (¿Recuerdan? Aquella gesta periodística llamada Watergate), levantó su copa de champán, miró a su alrededor y reparó en un bebé de menos de cinco meses que estaba por allá. Entonces dijo: "Esta noche vamos a prescindir de las formalidades. Me gustaría brindar por el futuro primer ministro de Canadá, Justin Pierre Trudeau".
Bendecido desde la cuna, Justin Trudeau (1971) es hoy el 23º primer ministro de su país y el líder internacional de moda, uno de los más admirados, queridos y respetados del momento. Con dos años de gestión ya a sus espaldas, ha puesto a Canadá en el mapa del que se había desplazado en los últimos tiempos, recuperándola como una tierra abierta, inclusiva, "un ejemplo para el mundo", como escribe The Economist. Trudeau es hoy una marca de éxito.
Parece que no hay quien se resista a su encanto, mezcla de chico bueno pero fresco y echado para adelante. Un príncipe de Disney. Un Ken de Mattel. Pero también un Ironman. Un Clark Kent rockero. Así lo han pintado los medios, entregados, en todo el planeta. Mandatarios mundiales le sonríen y lo miran embelesados, aparcadas las desavenencias ideológicas o los intereses económicos en liza cuando le estrechan la mano. Barack Obama, Donald Trump -y su hija Ivanka-, Isabel II -y la esposa de su nieto, Catalina de Cambridge-, Michelle Bachelet, Angela Merkel, Emmanuel Macron, Enrique Peña Nieto... Todos a sus pies. Pero ¿qué hay detrás de esta estampa que arrebata? ¿Es Trudeau un buen gestor, está haciendo una Canadá mejor? ¿O todo es fachada y relaciones públicas, pura promesa amplificada por las redes sociales?
Es la pregunta que salta estos días, cuando le salpican los Papeles del Paraíso, la exclusiva del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) en la que se señala a un empresario amigo de la familia como sospechoso de evasión de impuestos. Stephen Bronfman habría estado moviendo millones de dólares a sociedades offshore de las Islas Caimán, millones como los que dio para financiar la campaña electoral del actual premier canadiense, cuando aún no era la estrella que es hoy ni contaba con los apoyos de sus compañeros ni del electorado. Bronfman duplicó los fondos para los liberales en apenas dos años.
LOS LOGROS
Trudeau no tenía la política entre sus prioridades vitales, pese a sus orígenes. Decidió optar por la Literatura, los mismos estudios que cursó su madre, y trabajó como profesor pero también como portero de discoteca o entrenador de esquí. Picoteando. No fue hasta el año 2000, cuando murió su padre y él se encargó de hacer un emotivo discurso en su funeral, cuando se le encendió la bombilla a algunos líderes del Partido Liberal. "Este chico comunica bien y tiene madera". Hasta 2013 no logró el liderato de la formación -aún se le veía como ese hijo de famosos que fue creciendo en las portadas de las revistas, más cercano a la farándula que a la política-, pero lo hizo al fin con un contundente 80% de los apoyos.
Ese es el primer mérito del joven Trudeau: logró unir una formación deslavazada en la oposición, tras una década de gobiernos conservadores. En octubre de 2015 ganó las elecciones y desde entonces su popularidad interna nunca ha bajado del 60%. La luna de miel dura aún con los 35 millones largos de canadienses, pese a todos los matices.
El investigador americanista Sebastián Moreno explica que los tres principales valores de Trudeau son "haber imprimido a los ciudadanos un optimismo desconocido en décadas, disparar la proyección internacional de Canadá y reforzar su imagen de país moderno y acogedor, una lectura simple pero que funciona a grandes rasgos". A su juicio, el país había "dimitido" de tener peso en la escena internacional y Trudeau ha hecho que "regrese, restableciendo un multilateralismo" que, entiende, había aparcado Stephen Harper, su antecesor.
"Los ejemplos son diversos y, aunque los medios se han quedado con las imágenes, con los iconos, detrás hay política también: ir a recoger a los primeros refugiados sirios al aeropuerto y entregarles mantas, presentarse como locomotora verde en la Cumbre del Clima de París, comprometerse a mandar entre 600 y 700 soldados a misiones de paz abandonadas...", enumera. El contexto, añade, es importante. "En un momento de proteccionismo y populismo crecientes, cuando EEUU apuesta por el veto migratorio, cuando se potencia el aislacionismo, el nacionalismo y hasta la xenofobia y el racismo sin careta como en determinados puntos de Europa, este primer ministro llama a mirar al otro, bien sea para integrarlo o para hacer negocios y cerrar proyectos con él", indica.
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Trudeau está acometiendo la gestión ordenada de los flujos migratorios, con especial atención a los refugiados y solicitantes de asilo -la llegada de unos 40.000 refugiados procedentes de Siria es su mejor carta de presentación- y la integración de la diversidad -con un 30% de nacionales nacidos fuera del país-. También está impulsado la reconciliación con los pueblos indígenas, desplazados, asimilados a la fuerza -un proceso en el que aún le queda mucha tela que cortar-, y se ha mostrado comprometido con los derechos de los homosexuales, con gestos públicos de esos que llamamos ejemplarizantes, como acudir al desfile del Orgullo. De sí mismo dice que es un feminista y lo constata con su gobierno paritario -"Porque estamos en 2015", explicó a quienes aún le preguntaban por la razón del equilibrio en su gabinete- o sus 650 millones dedicados a salud reproductiva y su defensa del derecho al aborto hace pocas fechas.
Como detalla Ryan Maloney, redactor jefe de Política en la edición canadiense de ElHuffPost, el Gobierno liberal también ha aprobado leyes sobre muerte digna -para reconocer este derecho en condiciones médicas "graves e irreversibles"- y para legalizar la marihuana; su horizonte es el verano del año que viene y su intención,"reducir los problemas sociales que causa el uso ilegal del cannabis".
PROMESAS
Maloney explica que Trudeau también ha aumentado los impuestos a los ciudadanos más ricos y ha bajado los de las clases medias. Hasta ahí, en consonancia con sus políticas más progresistas, aún asumiendo el riesgo de más déficit. Sin embargo, en campaña prometió "reducir la pobreza y los salarios más modestos y equilibrar el presupuesto en cuatro años", un punto esencial para sus seguidores que finalmente ha abandonado.
Con el paso de la legislatura, va desmantelando algunas políticas conservadoras de sus predecesores, pero lo hace aún lentamente. Por ejemplo, ha planteado un plan de ayuda a los working poor,esa clase trabajadora que, aún con empleo, tiene problemas para llegar a fin de mes. Sin embargo, con el paquete de medidas que ha aparcado, no va a lograr el giro prometido. El número de canadienses pobres era del 15% en 1997, pasó al 9 en 2010, al 10 dos años después y ahora ronda ligeramente de nuevo el 9%, siendo el 20º país del mundo con menos pobreza, según la ficha de la CIA, pero el logro tiene más que ver con la recuperación económica de su zona que con las políticas concretas de Trudeau.
La decepción no sólo es en lo social. "Está tomando decisiones impopulares también para los votantes de izquierda. Sobre todo, rompió su promesa de campaña de reformar el sistema de votación", abunda Maloney. Era algo muy esperado, hasta el punto de que 400.000 personas ayudaron a dar ideas respondiendo una encuesta online que tardaba más de media hora en hacerse. Los liberales hicieron acopio de información pero luego pararon el proceso por "falta de consenso".
Además, sus rivales conservadores le están asaeteando especialmente con la subida del gasto y la deuda creciente, "fuera de control", denuncian.
EL ANTI-TRUMP
Los que defienden sin fisuras al primer ministro de Canadá lo hacen, entre otras cosas, por ser un "anti Donald Trump", cara y cruz de la moneda. Pero Maloney mira debajo de la etiqueta y sostiene que algunos de los ciudadanos querrían que su mandatario fuera "más enérgico" con su contraparte en Washington a la hora de oponerse a su "retórica". Les gustaría "especialmente dada la reputación del primer ministro como campeón de la diversidad", abunda.
Sin embargo, en la sociedad canadiense hay quien entiende que Trudeau sí está haciendo lo suficiente en este plano, que ha sabido "encontrar un equilibrio adecuado con el impredecible Trump en la puerta de al lado". Para ver su capacidad para nadar y guardar la ropa nos hace falta que avancen las dos legislaturas norteamericanas. Queda mucho.
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MENOS PURPURINA
Entre los que se quejan de que Trudeau es "más estilo que sustancia, demasiado interesado en lo simbólico y en los selfies", como lo resume nuestro compañero canadiense, están los que recuerdan un dato: que por ahora, dos años, ha aprobado muchos menos proyectos de ley de los que sacó adelante su predecesor en el mismo tiempo de legislatura.
La economía canadiense, aún, no pasa por su mejor momento. Los años del peor trago de la crisis se han superado aparentemente, pero la caída de los precios internacionales del petróleo no han ayudado a la recuperación. La tasa de desempleo es del 6,6% -a mayo de este año-, cuando en 2016 fue del 6,9, poco avance real, aunque se estén incrementando los planes de formación profesional o la enseñanza de idiomas -por comparar, en España ahora mismo el paro afecta a casi el 18% de la población-.
Trudeau está tratando de iniciar programas de participación público-privada que faciliten la creación de puestos de trabajo, pero no han supuesto una sacudida realmente importante del sistema. "Es lento, pero lo estamos intentando y con fuerza", defiende. Con la sanidad, el problema de la desatención en zonas aisladas o la falta de especialización en algunas enfermedades es igualmente una deuda pendiente.
El hombre que nos deja alucinados hablando de computación cuántica y que rema en el Niágara para defender el medio ambiente también es un gestor que a veces se contradice. Quiere vender al mundo la cara más verde de Canadá y ha introducido un nuevo impuesto sobre las emisiones de carbono para combatir el calentamiento global. Pero, a la vez, está impulsando la construcción de un oleoducto que hasta el expresidente de EEUU Barack Obama bloqueó por razones verdes. En su casa cuenta con una feroz oposición de grupos preservacionistas y de algunas poblaciones indígenas, por cuyo territorio deben pasar las tuberías del Keystone XL, que pretende llevar crudo desde Alberta a Nuevo México. Un suelo que consideran sagrado.
El proyecto podría tener la capacidad de transportar unos 830.000 barriles diarios de crudo hacia Estados Unidos. Trump, ya en marzo, destrozó lo hecho por Obama y aprobó esta infraestructura. Actualmente la línea de tuberías ya conecta Canadá con Nebraska y la idea es ampliar la red hasta llegar a las refinerías en el Golfo de México. Trudeau enfatizó entonces: "Es una medida que será de gran ayuda para los trabajadores canadienses y las arcas del Gobierno". Su plan de emisiones puede saltar por los aires por culpa de este proyecto, por más que se prometan 42.000 empleos. Difícil equilibrio para contentar a la fuerte industria petrolera y a los grupos preservacionistas. Nadar y guardar la ropa.
En política exterior, la Canadá de Trudeau que es emblema de acogida y diversidad también hace como todo el mundo: le sigue vendiendo armas a países que violan los derechos humanos como Arabia Saudí. En marzo de 2016 firmó los permisos de exportación armamentística de su país a Riad por un valor de 15.000 millones de dólares. Se escuda en que está sencillamente cumpliendo con compromisos de gabinetes pasados.
A Trudeau -nadie parece escapar...- también le ha estallado un escándalo que obliga a analizar su comportamiento ético: la Oficina del Comisario de Conflictos de Interés y Éticos del Parlamento le está investigando por pasar las vacaciones navideñas con el actual Aga Khan en su isla particular de las Bahamas, un viaje para el que usó un avión privado de este magnate, de notable ascendencia en Canadá. De acuerdo con las leyes nacionales, los parlamentarios y sus familiares no pueden aceptar regalos que puedan "influir" en sus decisiones y eso es justo lo que se investiga, si fue un regalo y en qué términos. El político liberal ha defendido que el Aga Khan, el multimillonario líder de los musulmanes ismaelitas, es "un amigo de su familia". Como informó la Agencia EFE, es la primera vez que este departamento, creado en 2007, investiga a un primer ministro.
Como concluye, pese a todo, Ryan Maloney, "los canadienses no están acostumbrados a tener una celebridad como líder, pero muchos parecen inclinados a darle espacio para crecer".
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El joven Justin Trudeau.