'La sombra de Ararat', las historias de la diáspora armenia
La sombra de Ararat (teaser 2017) from Miguel Ángel Nieto on Vimeo.
Según los mapas, Armenia tiene una superficie de casi 30.000 kilómetros cuadrados. Pero este país del sur del Cáucaso es en realidad tan grande como el mundo. Una pequeña gran nación dispersa pero unida por la memoria y el cariño de sus hijos, a los que la distancia refuerza en sus raíces. A la historia de esa comunidad dispersa y coherente se acerca el documental La sombra de Ararat, del periodista Miguel Ángel Nieto, que se estrena este viernes en la Cineteca de Madrid.
El Ararat del título es una cumbre de 5137 metros de altura y resonancias legendarias, un símbolo ahora en manos de Turquía que sigue arrojando su sombra sobre los millones de armenios que lo contemplan desde el país o lo recuerdan desde el exilio. Ese pico y su significado son el hilo conductor de la aproximación de Nieto: "He tratado siempre de ocuparme de causas perdidas, especialmente genocidios y diásporas olvidados. Pero en el caso de Armenia, yo no quería tratar el genocidio como tema, sino encontrar una perspectiva diferente".
Ésa perspectiva es la de los futuros, no rotos pero sí trastornados, por el genocidio que un Imperio otomano en descomposición llevó a cabo sobre los armenios entre 1915 y 1923. "El 50% de la actual Turquía pertenecía a Armenia", explica Nieto. "El mundo está mirando para otro lado durante la Primera Guerra Mundial y Turquía aprovechó para invadir y llevar a cabo una campaña que tenía como objetivo la expansión territorial y la erradicación física religiosa".
Ese episodio negro de la historia, que muchas naciones todavía no han reconocido como genocidio aunque costó la vida a entre 600.000 y 1.800.000 personas, es la otra gran sombra que ata a los armenios a sus orígenes. "Los pocos supervivientes", relata el director del documental, "huyeron a Irán o hacia Moscú y ocultaron su identidad por miedo a perder la vida". Pero aquella tragedia se ha convertido en otra sombra, como la del Ararat, que mantiene a los armenios unidos en la distancia de Moscú, París, Los Ángeles, Irán o Beirut, donde hoy la comunidad armenia está "desguazada" por la guerra.
Este documental empieza con una amistad fraguada en una guerra: la de Nieto con un militar, ahora fallecido, en Sarajevo. "Un día, ese hombre del que luego me hice amigo íntimo me reveló que era armenio. Ante mi sorpresa, me dijo que sólo lo entendería si conocía Armenia". Y así fue: "Yo no sabía entonces ni dónde estaba Armenia. Pero cuando la conocí, sentí la historia de un país que tiene al 70% de su población dispersa por el mundo".
Hay grandes nombres en esa diáspora: el cantante Charles Aznavour, el astrofísico Garik Israelyan, el explorador Arthur Chilingarov, el chef Armen Petrossian, los empresarios David Yang o Ruben Vardanian, el músico Ara Malikian, nacionalizado en España pero orgulloso de sus raíces armenias. "Me puse a perseguir a todas estas personas y uno fue conduciéndome al otro", explica Nieto.
Así es como descubrió una historia apasionante detrás de cada uno, un mosaico de vidas que dan forma a la ruta histórica de un país y sus habitantes. La sombra de Ararat es un intento de explicar esa ruta. Dos meses de rodaje en diez países (Turquía, Líbano, Siria, Irán, Francia, Rusia, la propia Armenia y también Jerusalén), dos años de producción, un esfuerzo por "invitar al espectador a un paseo emocional por los olores, los paisajes, los colores de ese país". Y también una denuncia: "Alzamos la mano para que España reconozca el genocidio".
Miguel Ángel Nieto descubrió, sobre todo, un país "indoblegable". "Hace un mes, viajando en Turkish Airlines, me di cuenta de que en un navegador que hay en cada asiento, en el que puedes ver qué países estás atravesando, no aparece ninguna ciudad de Armenia. Es lo que hubieran deseado: borrarla por completo, pero no lo han conseguido".
"Están unidos por la identidad arcaica, la que se deriva de ser el único país que todavía existe de los que aparecían en el mapa de hace 5.000 años y están unidos por la religión. Son católicos ortodoxos y la fe en Dios sigue siendo para ellos un elemento vertebrador", explica Nieto.
Pero hay un rasgo clave que los mantiene unidas por encima de los kilómetros: "La diáspora que ha triunfado dona parte de sus fortunas para construir carreteras y servicios públicos en su país de origen". La solidaridad como elemento de unidad y memoria.