¿Qué le pasa al mundo? 5 motivos que explican el Brexit y el triunfo de Donald Trump
Reino Unido ha dicho ‘sí’ a salir de la Unión Europea, en Estados Unidos ha ganado las elecciones presidenciales Donald Trump, en Austria Norbert Hofer podría convertirse en el primer jefe de Estado ultraderechista en Europa desde el fin de la II Guerra Mundial y en Francia el auge del Frente Nacional es incuestionable… ¿Qué está pasando? ¿Se ha vuelto loco el mundo? No: la gente está votando guiándose por un sentimiento común, basado en el descontento con la globalización y el establisment liberal de las democracias avanzadas. Los líderes que lo han entendido han sido capaces de conectar con la gente y, lo que es más importante, convencerles de que ellos acabarán, de una patada, con sus temores.
Detrás de ese sentimiento que lleva al apoyo a partidos y movimientos anti-establishment y anti-globalización hay dos factores determinantes: la percepción de que se está dando un declive económico de las clases medias y la creciente xenofobia, que ha salido del armario. Así, los ciudadanos han dado su apoyo a partidos de extrema derecha (o izquierda) que reivindican la soberanía nacional que sienten que han perdido a manos de los mercados globales o de una UE que ya no funciona.
Pero detrás del apoyo a estas ideologías hay algo más que la desigualdad y la xenofobia, tal y como se explica en el informe de Elcano -Causas del rechazo a la globalización: más allá de la desigualdad y la xenofobia- presentado este martes y que se basa en el análisis de las causas de este rechazo. Miguel Otero y Federico Steinberg, autores de este estudio, consideran que la gente tiene "razones y derecho a estar enfadada" y en ello han influido otros tres motivos que determinan la situación actual: las nuevas tecnologías, la crisis del estado de bienestar y la crisis de la democracia representativa.
El cambio tecnológico está creando ansiedad a la ciudadanía, que es consciente de que sus puestos de trabajo pueden ser sustituidos por avances de diversa índole. La robotización y la inteligencia artificial suelen presentarse como grandes avances para nuestras sociedades, pero avanzan tan rápido que a mucha gente le asusta. Por ejemplo, el robot ya está, a día de hoy, presente en muchos sectores, desde la industria del automóvil y la aeronáutica a los astilleros. Esto hace que se necesite menos mano de obra, algo que afecta a amplias capas de la sociedad.
"La gente pierde su trabajo y esa sensación de la pérdida de control de la sociedad lo que está haciendo es aumentar la brecha generacional. Los más mayores se ven amenazados por los jóvenes, a lo que se suma la brecha entre el mundo urbano y el mundo rural. Esto ha influido tanto en el voto del Brexit como en el voto a Trump", han explicado ambos autores durante la presentación.
Para ilustrarlo ponen un ejemplo: cómo muchos millenials (nacidos entre 1980 y el 2000) raramente van a la sucursal del banco y gestionan su dinero a través internet. Esto aumenta la brecha tecnólogica y la división que después se ve reflejada en cómo se vota. En efecto, si uno realiza una radiografía del voto en ambos casos, ve cómo el perfil del votante a favor del Brexit es rural y de avanzada edad, mientras que el que ha votado al magnate también es mayoritariamente mayor y de zonas industriales.
Así, según los autores del informe, lo que se expresa con el voto protesta no es una queja por los empleos que se pierden, sino el miedo a perder más en el futuro o a entrar en la categoría del trabajador pobre. Millones de votantes poco cualificados o del mundo rural consideran que el Estado no les ayuda a subirse a la ola tecnológica.
Para explicar este punto los autores tiran de historia: Robert Gilpin dijo en los 80 que el progresivo aumento del Estado de Bienestar puede crear grupos de interés proteccionistas. Y también ponen un ejemplo: el de las pensiones. Fue Otto von Bismarck el que introdujo el primer sistema de pensiones, en el año 1881. Entonces, la gente se jubilaba a los 65 años porque la esperanza de vida estaba en los 65. Ahora, sin embargo, la jubilación se mantiene en los 65 (en algunos casos se ha aumentado hasta los 67), pero la esperanza de vida en la mayoría de los países desarrollados ronda los 80. "En un mundo cada vez más competitivo y globalizado, ese nivel de gasto social es difícil de mantener", se recoge en el informe, que también cita cómo, en muchos países europeos, la mayoría de la población considera las pensiones "un derecho adquirido irrenunciable". De ahí que se fomenten ideas como la de introducir controles de capital para retener la riqueza dentro del país.
De ahí también que aumente la oposición al acuerdo de libre comercio entre EEUU y la UE (TTIP) y al TISA, que buscan liberalizar servicios. "La sensación es que la globalización beneficia sobre todo a clases altas del establishment y existe el temor de que la riqueza salga del país", se explica en el informe.
Muchísima gente no se ve representada en sus líderes. Es más, desconfía de ellos y, por lo tanto, en las instituciones democráticas. Consideran que no tienen voz y que los expertos que forman parte de la elite se beneficia del sistema actual, por lo que no ofrecen soluciones que vayan a favor de la mayoría.
En este sentido, en el informe se recoge cómo la crisis financiera de 2008 ha sido un auténtico punto de inflexión: "la percepción de que el sistema político y judicial actual beneficia a las elites se habría visto confirmada cuando el contribuyente tuvo que rescatar a los bancos mientras que muy pocos de sus gestores han tenido que pagar por sus errores". A esto hay que añadirle, según han explicado este martes Otero y Steinberg, cómo a lo largo de los últimos 20 años la clase política "ha dejado que los tecnócratas resuelvan sus problemas". Así, los políticos se han escondido bajo el velo de soluciones técnicas y han acordado que los bancos centrales sean independientes y estén encabezados por tecnócratas protegidos del escrutinio público y democrático.
"Se está haciendo cada vez más evidente que sólo con política monetaria no se pueden resolver los problemas estructurales que tienen las sociedades desarrolladas", se recoge en el texto. Es más, los últimos años han puesto de manifiesto cómo la clase política no ha sabido explicarle a la población las reformas que hay que hacer al Estado de bienestar para hacerlo más sostenible, lo que, en definitiva, es la única manera para que la población participe de la globalización.
La suma de todo esto es la que ha provocado que que muchos votantes estén dispuestos a dar su apoyo a candidatos que usan un lenguaje más próximo al ciudadano de a pie y que prometen soluciones fáciles a problemas complejos.
La primera es una básica: la de ser consciente de que las cinco causas actuales interactúan y son reales. Todas esas realidades, subrayan Otero y Steinberg, amenazan a la sociedad abierta y al orden internacional de las últimas décadas y que ha generado al calor de la globalización grandes beneficios económicos, pero que ha producido crecientes desigualdades materiales y de oportunidades en las sociedades avanzadas.
Entre las recetas a aplicar para revertir esta situación citan, por ejemplo, introducir mecanismos "compensatorios para los perdedores de la globalización" que redistribuyan mejor los enormes niveles de riqueza que genera, subrayar las ventajas de la diversidad y preparar a la ciudadanía contra el cambio tecnológico dándole recursos para adaptarse al cambio. "No se trata tanto de proteger frente a los efectos de la globalización como de empoderar a los ciudadanos para que puedan aprovecharla lo máximo posible", puntualizan.
Otra de las líneas de actuación que apuntan es la necesidad de poner en marcha mejores políticas de integración de los emigrantes y refugiados. Este punto es "clave", aseguran.
Mantienen que también hay que explicar mejor los límites a los que se enfrenta el Estado del bienestar y qué reformas necesita para poder ser sostenible, en concreto, hablan de las pensiones.
Finalmente, abogan por abrir nuevos espacios y canales públicos para que la ciudadanía pueda sentirse más y mejor representada.