El camino de Trump hacia la Casa Blanca: bienvenidos al caos
En poco menos de una semana, Donald Trump ya ha visto que ser presidente de EEUU no es un juego de fanfarronería. Quizá por eso lleva días sin decir ni pío, atrincherado en su torre de oro, de la que no sale desde que decidió irse a cenar sin avisar al llamado pool de prensa, ese que acompaña al presidente electo en cada paso. Su portavoz, Hope Hicks, aclaró que todavía no se ha creado de facto ese pool, pero la realidad es que el mensaje que transmiten es que todo está en el aire, que Trump se mueve por impulsos, y que el relevo va a ser un caos.
Sus últimos nombramientos, hechos públicos este viernes, se mueven en esa línea: ha elegido a tres políticos leales y controvertidos en puestos clave de la nueva Administración, como son el consejero de Seguridad Nacional, el fiscal general (equivalente a ministro de Justicia) y el director de la CIA. Para los dos primeros puestos ha optado por el general retirado Michael Flynn y por el senador de Alabama Jeff Sessions, respectivamente. Al frente de la agencia de inteligencia coloca a Mike Pompeo, congresista por Kansas ultraconservador, cercano nada más y nada menos que al Tea Party. Toda una declaración de intenciones.
Formar un equipo es difícil y si el encargado de hacerlo es Trump, a estas alturas ya está claro que cualquier cosa es posible. Su polémico pasado -acompañado de toda clase de agravios hacia las mujeres- y el tipo de campaña y de promesas que ha hecho, han provocado que los republicanos tengan ante sí un dilema: ¿qué hacer si el presidente les llama para ocupar un cargo? Muchos de ellos llevan toda una vida preparándose para que esa propuesta llegue, pero las circunstancias actuales -y los datos sobre quiénes serán los elegidos para el Ejecutivo- hacen que se lo replanteen. O que directamente lo rechacen, animado a compañeros a hacer lo mismo. Trump tiene un problema. El Partido Republicano tiene un problema.
“En Estados Unidos la cultura es que si tu presidente quiere algo, tú dices que sí. A todos los niveles. Pero eso ahora no está pasando; muchos ven como algo peligroso para sus carreras ocupar un cargo con Trump al frente, lo que hace que se nieguen. Frente a ellos, otros ven en formar parte de su equipo una oportunidad para frenar sus ideas más polémicas. Otros estarán encantados, claro”, explica a El Huffington Post Alana Moceri, profesora de la Universidad Europea de Madrid.
En el bando de los que tienen claro que no quieren nada con Trump está el excongresista Mike Rogers, asesor en asuntos de seguridad nacional durante la campaña del republicano, que dimitió el pasado martes. No era una figura cualquiera: este excongresista especializado en asuntos de seguridad llevaba meses trabajando en la Casa Blanca preparando el traspaso de poderes bajo la órdenes del exgobernador de Nueva Jersey Chris Christie. En su lugar, Trump ha puesto a su vicepresidente electo, Mike Pence, que ha empezado de cero y ha optado por prescindir de los hombres de Christie, como Rogers.
Ben Carson, candidato durante las primarias republicanas y que en los últimos meses se había convertido en confidente de Trump, también ha comunicado que prefiere no formar parte de su Administración. El neurocirujano retirado es el afroamericano más importante que apoya a Trump y sonaba como posible secretario de Salud.
Y entonces llegó Eliot A. Cohen, un ex- funcionario del Departamento de Estado que, con un tuit, ha mostrado al mundo cómo pueden estar sintiéndose muchos republicanos. “He cambiado mi recomendación: alejaos. Es gente irritada y arrogante. Será horrible”, escribió en su cuenta personal, escenificando que la división en el partido no ha desaparecido pese al triunfo electoral.
Cohen se había desmarcado de Trump antes de las elecciones, pero después de la victoria hizo un llamamiento a los republicanos a colaborar con el ganador. Esta vuelta de tuerca se produjo justo después de que el presidente electo nombrara a Stephen Bannon -de conocidas tendencias antisemitas y que asegura que no perdona a los que durante la campaña criticaron a Trump- como jefe de estrategia.
“Cuando uno llega a presidente tiene que llegar a muchísima gente y hacer un equipo es difícil, pero ¿por qué le cuesta a Trump? Porque hay gente que piensa que la actitud de personas que ha nombrado no es la mejor”, explica a El Huffington Post Julio Cañero, director del Instituto Franklin UAH. Moceri comparte su opinión: “Trump tendrá muchos problemas: también tiene lobbistas en su equipo de transición y su gran promesa era no contar con ellos. De hecho, él no ha parado de decir que va a cambiar el establisment de EEUU, pero lo cierto es que el bando republicano de ese sector lleva ocho años esperando ese momento, por lo que tendrá realmente imposible no contar con ellos”.
El reto que tiene ante sí Trump es el de diseñar un equipo con un doble equilibrio: el del partido a nivel interno y que sea consecuente con sus promesas, entre las que está la de cambiar el Sistema. “Es cierto que el presidente electo y su equipo están intentando darle normalidad al asunto, pero hacen movimientos que no permiten que así sea. Eso es lo que pasa con la idea que tiene Trump de que su yerno, Jared Kushner, ocupe un puesto clave en la Casa Blanca o con su intención de que sean su hijos los que gestionen sus negocios”, apunta Moceri.
El diario The Wall Street Journal, que cita a fuentes cercanas al equipo de transición, señala que Kushner estudia la posibilidad de desempeñar un papel formal en el gobierno estadounidense, como asesor o consejero del presidente, pero también baraja la opción de trabajar con él sin cargo oficial. Según este periódico, varias personas del círculo cercano a Trump también quieren tener a su lado al yerno del presidente electo. Y eso podría no gustar al resto del partido, ya que en EEUU existe una ley que impide dar un cargo del Gobierno a un familiar.
A muchos demócratas tampoco les gusta otros de los nombres que suenan estos días: el de la ultraconservadora figura del 'Tea Party', exgobernadora de Alaska y excandidata a vicepresidenta en 2008, Sarah Palin. “Palin no cuenta con mucho respaldo en el seno del partido, pero como poco de lo que está haciendo Trump es normal, eso podría no importale”, asegura Moceri.
SUS NEGOCIOS
En el aire también está otro asunto clave que podría complicarle su mandato y aumentar las suspicacias sobre sus decisiones desde el Despacho Oval. El presidente electo de EEUU tiene un complejo entramado empresarial en todo el mundo del que ahora se tiene que desprender por ley, cediéndoselo a alguien ajeno a su entorno. Por ejemplo, el flamante Hotel Trump de la Avenida Pensilvania, en el centro de Washington, está bajo régimen de alquiler a 60 años con una agencia gubernamental, la misma que una vez en el poder Trump supervisará y controlará, desde los nombramientos internos hasta normativas bajo potestad del Ejecutivo.
Ese es sólo un ejemplo de los muchos conflictos de intereses que pueden surgir para un presidente que nunca ha ejercido un cargo electo y que, pese a todo, no está sujeto a las mismas consideraciones legales que sus futuros subalternos, quienes por ley no pueden participar en funciones o decisiones de Gobierno que afecten a negocios particulares o familiares.
Según el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, que está siendo considerado para el puesto de fiscal general, la ley no obliga a Trump a poner todos sus negocios en un llamado “fideicomiso ciego”, como han hecho otros mandatarios para evitar que choquen su patrimonio y la función pública. Este tipo de fondos gestionan los negocios o capital de una persona sin que el interesado tenga ningún intercambio o influencia en los gestores.
Trump, por el momento, sólo ha dicho que cobrará como presidente un dólar al mes y no ha hablado de ningún “fideicomiso ciego” y se ha limitado a decir durante la campaña que cedería todos sus negocios a sus hijos, que, no obstante, ahora son parte del equipo de transición a la Casa Blanca, algo que contradice su mensaje de independencia.
Lo que sí ha hecho el presidente electo es seguir haciendo de sí mismo en las redes: criticando a su antojo a medios críticos con sus primeras gestiones, como ha hecho The New York Times. Una actitud anómala para un presidente electo. Y mientras, los funcionarios de la Administración Obama siguen esperando, mano sobre mano, que los republicanos se aclaren y Trump firme los nombramientos de su equipo tal y como está prescrito.