Exo-Mars: Europa mide su capacidad para ir a Marte
Si Europa tiene una posibilidad de competir en la carrera por Marte, se la juega este 19 de octubre. El orbitador TGO y la sonda Schiaparelli, que se encuentran desde hace unos días en las cercanías de nuestro planeta vecino, son la baza con la que la Agencia Espacial Europea (ESA) y la agencia rusa Roscosmos pretenden demostrar su habilidad para buscar vida en el Planeta Rojo y para aterrizar en él. Son la primera fase de la misión Exo-Mars, el nuevo gran reto de la exploración espacial en el Viejo Continente.
El éxito incuestionable de la misión Rosetta, que acabó sus días el pasado mes de septiembre tras más de una década de descubrimientos fundamentales sobre el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko, ha sido una demostración de músculo por parte de la ESA, pero esto es otra cosa. Cualquier misión a Marte, que se ha convertido en algo así como El Dorado de los exploradores espaciales, no es una misión cualquiera.
Exo-Mars, desde luego, no lo es. No sólo por sus propósitos y por su presupuesto —1.300 millones de euros, un 6,7% aportados por España— sino sobre todo por su intrahistoria. El proyecto, que culminará en 2018 con el intento de situar un rover científico en la superficie marciana, nació en 2009 como una colaboración entre la ESA y la NASA. Un esfuerzo conjunto que la agencia aeroespacial norteamericana abandonó de manera unilateral en 2012. Por eso, si Exo-Mars sale bien, la ESA se habrá dado a sí misma, con ayuda de los rusos, una lección de autonomía.
Los primeros pasos de la misión han sido esperanzadores.
EL ENIGMA DEL METANO
En julio, TGO llevó a cabo con éxito el golpe de motor que le situó en la dirección que le permitirá penetrar en la órbita de Marte. El 16 de octubre, el orbitador se separó de la sonda Schiaparelli y con un nuevo embate de sus motores, se situó a unos cientos de kilómetros del planeta vecino. El momento clave se producirá este 19 de octubre, cuando el ingenio construido por la ESA se instale en la órbita marciana para comenzar a estudiar los gases presentes en su atmósfera.
El trabajo de TGO, cuyo instrumental es mucho más preciso que el de cualquier otro aparato que se haya acercado nunca a Marte, es elaborar un mapa de la distribución de los gases traza en la atmósfera del planeta. Estos gases, que pueden ser vapor de agua, dióxido de nitrógeno o acetileno, constituyen sólo el 1% de la atmósfera, pero son indicadores de procesos geológicos y biológicos, por lo que su estudio permitirá conocer algo más sobre el estado de actividad del planeta rojo.
El más importante de los gases traza, en cualquier caso, es el metano. Y en él centrará sus esfuerzos el orbitador. Aproximaciones previas han detectado que la presencia de este gas en la atmósfera de Marte varía estacionalmente, lo que ha generado diversas hipótesis sobre su origen: un proceso geológico activo de serpentinización (transformación de rocas en contacto con agua hidrotermal), la existencia de microorganismos que lo generarían a través de sus procesos metabólicos o incluso su presencia desde hace milenios en “cristales” de metano (similares al hielo) que se deshacen y lo arrojan a la atmósfera.
Diversas investigaciones han concluido que el metano procedente de procesos geológicos y biológicos presenta una estructura isotópica concreta, y TGO está capacitado para detectarla. Por eso, sus observaciones desde la órbita pueden ser fundamentales para saber si Marte es un planeta geológica y biológicamente activo y si en el pasado fue, como todo parece indicar, un planeta mucho más cálido y húmedo de lo que es hoy. El enigma, en cualquier caso, no será resuelto del todo hasta que el rover científico que protagonizará la segunda fase de la misión pise el suelo marciano, a partir de 2020.
APRENDER A ATERRIZAR
Si los cálculos del equipo de control son correctos, TGO entrará en la órbita de Marte más o menos en el mismo momento en el que la sonda Schiaparelli estará aterrizando sobre el planeta. O estrellándose contra él, porque el “aterrizador” diseñado por la ESA es básicamente un instrumento de aprendizaje: ni Europa ni Rusia han situado nunca un artefacto en Marte y el final de Schiaparelli demostrará si son capaces de hacerlo.
El ingenio atravesará la atmósfera de Marte a una velocidad de 21.000 kilómetros a la hora. Para resistir ese proceso, que aminorará sensiblemente su velocidad, está equipado con un escudo del que se desprenderá cuando esté cerca de la zona de aterrizaje, Meridiani Planum. Un paracaídas reducirá su velocidad a 250 kilómetros por hora y será entonces cuando Schiaparelli encienda sus propulsores hasta estar a unos dos metros de la superficie. A partir de ese momento, entrará en caída libre.
Los ingenieros de la ESA esperan que la estructura de parachoques (similar a la de los coches) absorba el golpe y la sonda sobreviva a la operación, que tendrá una duración total de alrededor de 6 minutos. Ocurra lo que ocurra, las dos agencias implicadas recopilarán datos imprescindibles para futuras aproximaciones al Planeta y tendrán la oportunidad de perfeccionar las estructuras, las maniobras y los sistemas de los aparatos que envíen al espacio.
Si llega sana y salva a la superficie de Marte, Schiaparelli llevará a cabo algunas mediciones. Pero sólo permanecerá activa unos cuantos días: su misión más importante es llegar.