Esta familia lleva un año sin comprar ropa
En junio de 2015, Emily Hedlund se propuso algo: pasar un año entero sin comprar ropa.
Al principio pensó que podría intentarlo sola. Pero como era la encargada de comprar ropa para su marido y su hijo, decidió ampliar el experimento e incluirlos. Hedlund calculó que gastaba cientos de dólares cada año en tiendas de segunda mano, en compras impulsivas en tiendas baratas de moda rápida, en cosas por las que ella y su familia no tenían mucho apego y que nunca se habían llegado a poner.
Hedlund pensó que juntos tenían suficiente ropa como para vestirse durante un año. Sólo había un pequeño problema: estaba embarazada —su segundo hijo nació dos meses después de empezar este reto— e iba a necesitar ropa de distintas tallas. Afortunadamente, tenía mucha variedad de vestidos de verano, ropa de deporte, leggings y vaqueros de su primer embarazo.
Hedlund compartió su propuesta en Facebook y en su blog personal para llevar un registro. Y, para evitar tentaciones, se dio de baja de los boletines de correo electrónico de tiendas de ropa que no dejaban de llenarle la bandeja de entrada con anuncios de ofertas.
Funcionó. A excepción de un par de zapatillas para correr, ni Hedlund ni su familia compraron ropa durante un año. Al ejercer la austeridad, se dio cuenta de algo: el sorprendente despilfarro que caracteriza a la industria textil. Hedlund se dio cuenta de que a este problema contribuyen personas como ella, personas que compran demasiada ropa que no necesitan o no quieren de verdad.
A escala mundial, se compran más de 80.000 millones de prendas de ropa al año. En comparación con otros gastos, los estadounidenses compran más ropa que nunca, pero gastan menos. Estas compras alimentan a una industria en la que la polución, los residuos y las condiciones de trabajo peligrosas son considerados como el precio que hay que pagar por hacer negocios, una verdad incómoda que Hedlund descubrió a medida que progresaba su experimento.
"Existe un lado oscuro en la industria de la moda del que había oído hablar, pero del que en realidad no era consciente", explica Hedlund. "No es algo que tuviera en mente cuando empecé con esto, pero ahora es algo que me hace querer seguir sin comprar ropa".
No es ingenuo pensar que las acciones de una persona pueden influir en una industria universal que gana millones y que es conocida por su falta de transparencia. Los consumidores pueden presionar a los distribuidores para que ralenticen la hiperproducción que genera tantos residuos, explica Christina Dean, fundadora de la organización Redress, que trata el asunto de la reducción de residuos en la industria de la moda.
Al controlar el consumo —es decir, al comprar menos—, los consumidores "mandan un mensaje más claro a los mandamases que producen millones de prendas cada año: que no quieren comprar tanto y que no quieren comprar ropa barata de mala calidad", afirma Dean.
Hedlund, que vive en San Luis (Misuri), empezó a pensar en cuál era su lugar en este sistema cuando, hacia la mitad de su experimento, invitó a un grupo de amigos a su casa para intercambiar ropa. Llegaron con bolsas de basura llenas de prendas que no querían (la mayoría de tiendas como H&M y Forever 21). Cuando dieron por finalizado el intercambio, la mayor parte se quedaron sin dueño.
"Fueron muchísimas", afirma Hedlund con sorpresa. "No podía creerme cuántas quedaron". Después, dejó las bolsas de basura en su salón, para donarlas más tarde. "Estas cosas te dan una idea de la cantidad de exceso de consumo que existe".
Hedlund empezó a intercambiar ropa en su casa. La cantidad de ropa que nadie quería la hizo darse cuenta de los problemas del despilfarro y del exceso de consumo.
Hedlund se ha propuesto llevar a cabo más desafíos: reducir las compras de comida y no comprar (casi) nada durante un mes. Forma parte de una comunidad de blogueros que responden a la cultura consumista con una filosofía minimalista y un estilo de vida caracterizado por la limpieza de objetos innecesarios o por vivir en casas pequeñas.
Incluso existen negocios que, en contra de la lógica, animan a que la gente compre menos. Cladwell, una aplicación minimalista de compra de ropa, ayuda a sus clientes a tener un armario con menos prendas pero de mejor calidad con el objetivo de luchar contra el despilfarro de la industria de la moda.
"Nosotros, como sociedad, hemos llegado a meternos en este lío a base de consumir", explica Blake Smith, fundadora de Cladwell. "Creo que no podemos salir de esto consumiendo de la misma manera".
No obstante, eso de congratularse por vivir de forma minimalista ha atraído muchas críticas. Por ejemplo, para las personas con falta de recursos, estas celebraciones de "menos es más" pueden parecer un lujo más que un sacrificio.
"El minimalismo es una virtud cuando se elige y resulta muy revelador que los seguidores del minimalismo sean principalmente personas de clase media sin problemas económicos", escribió Stephanie Land en The New York Times en julio. "Para las personas que tienen problemas económicos, la idea de decidir tener todavía menos cosas no es una opción".
Hedlund lo entiende. Pudo vivir durante un año sin comprar ropa para sus dos hijos porque una amiga que tiene cuatro hijos le regaló abrigos, guantes, calcetines y zapatos de segunda mano.
En esta foto aparecen Shiloh y Malachi, los hijos de Hedlund, con ropa de segunda mano.
Los que toman medidas drásticas para restringir sus hábitos de compra consideran que se trata de una manera de llamar la atención sobre un aspecto de la vida cotidiana que antes subestimaban.
Cuando Andrew Morgan comenzó a grabar The True Cost, un documental sobre las consecuencias humanas y medioambientales de la industria de la moda, prometió no comprar ninguna prenda de ropa hasta que no terminara de rodar el documental (un proceso que duró dos años).
"Quería volver a empezar. Quería alejarme un poco y decir 'quiero descubrir cuáles son mis creencias y dónde quiero comprar las cosas", explica Morgan. "Fue una reflexión genial". Dejó la costumbre de comprar prendas baratas y de mala calidad en tiendas de moda rápida y ahora compra casi siempre en tiendas de ropa de segunda mano.
Hedlund tardó un tiempo en cambiar sus hábitos. Al principio echaba de menos la sensación de comprar y tener cosas nuevas, incluso echaba de menos ir de compras como tal. Cuando empezó el otoño, sintió la necesidad de comprar leggings de lana, botas de cuero y otras prendas de ropa propias del frío. Incluso hizo una lista de cosas que quería comprar cuando se acabara el año sin compras.
Pero, a medida que pasaba el tiempo, la necesidad de comprar empezó a desaparecer. En los tres meses que han pasado desde el final de su reto de no comprar ropa, se ha comprado dos vestidos de tres dólares cada uno (menos de tres euros) en tiendas solidarias. Ni siquiera ha vuelto a mirar la lista que hizo ni tiene intención de hacerlo.
"La verdad es que no necesitaba esas cosas", comenta Hedlund. "Simplemente, pensaba que las necesitaba".
Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.