SpaceX: qué significa la explosión del Falcon 9 para la carrera espacial
La explosión de un cohete Falcon 9 de la compañía SpaceX, ocurrida este jueves en Cabo Cañaveral (Florida), es mucho más que un accidente. La empresa dirigida por el multimillonario creador de Tesla, Elon Musk, trató de restarle importancia al incidente, pero puede suponer un traspiés importante en la competida carrera espacial comercial.
Con el cohete, ardieron buena parte de las esperanzas de Facebook de poner en marcha su proyecto Internet.org, pues en la zona de carga del Falcon siniestrado viajaba el satélite AMOS-6, alquilado por la empresa de Mark Zuckerberg para llevar internet a áreas poco desarrolladas del planeta. Pero las consecuencias van más allá. El fracaso de la maniobra de lanzamiento siembra dudas sobre la innovación con la que la compañía había conseguido abrirse hueco en un mercado extremadamente complejo: la reutilización de los cohetes
Aún no se sabe si el Falcon 9 fallido era un cohete nuevo o uno de los que ya habían sido lanzados y que SpaceX tenía previsto relanzar en septiembre-octubre de este año. Pero si se trata de lo segundo, la empresa tendrá que hacer frente a muchas preguntas sobre su tecnología, habrá de lidiar con el escrutinio de la NASA y deberá buscar la manera de que sus competidoras no se le adelanten.
LA CLAVE: ABARATAR LOS COSTES
Desde los primeros pasos de la carrera espacial, la principal preocupación de los gobiernos ha sido reducir todo lo posible sus costes. El visionario Elon Musk vio en esa necesidad la grieta por la que introducirse en un mercado hasta entonces cerrado y llamó la atención de la NASA con una tecnología especialmente pensada para eso: cohetes capaces de llevar a cabo varias misiones.
Los cohetes utilizados para poner en órbita satélites y otros elementos sólo habían tenido, hasta 2015, una vida. Tras cumplir con su misión, caían en el mar o se desintegraban. SpaceX se propuso desarrollar las técnicas necesarias para poder recuperarlos, y lo logró. El hito histórico se produjo en diciembre de 2015: un cohete Falcon 9 logró tomar tierra tras su vuelo, precisamente en la base de Cabo Cañaveral en la que este jueves explotó un cohete del mismo modelo.
Desde entonces, la aeronáutica ha logrado recuperar varios de sus cohetes, y no sólo en tierra firme, sino en algunas plataformas marítimas, tal y como era su propósito inicial. Pero su capacidad de recuperación es sólo la primera fase de la estrategia; la segunda y definitiva consiste en hacerlos volar de nuevo. Si no es posible, o no es posible todavía, la ventaja de SpaceX se desvanecerá.
Y con ello, se desvanecerá también lo que había aparecido como un arma de competitividad de valor incalculable: presentarse como la única empresa capaz de construir cohetes más baratos y capaces de afrontar varias misiones. O lo que es lo mismo: Space X lo tendría muy difícil para seguir asegurando que es la empresa capaz de ofrecer un ahorro de costes potencial del 30%.
EL INTERÉS DE LA NASA
Los ojos del Gobierno de Estados Unidos hicieron chiribitas con la cifra. Un recorte tan drástico en los costes de lanzamiento de objetos al espacio aseguraba la preponderancia del país en la carrera espacial, abría la exploración de posibilidades para la explotación comercial del espacio y permitía poner a prueba algunas tecnologías para el siguiente gran paso espacial de la humanidad: Marte.
Los lazos entre la empresa aeroespacial de Musk y la NASA comenzaron a estrecharse. El 18 de agosto de 2006, Space X ganó un contrato para probar la entrega de carga a la Estación Espacial Internacional. El 23 de diciembre de 2008, la agencia espacial estadounidense decidió apostar por ellos y les otorgó un nuevo contrato, por valor de más de 1.400 millones de euros, para encargarse de la entrega de suministros a la Estación en al menos 12 misiones.
En 2012, la compañía se convirtió en la primera aerospacial privada en visitar la Estación Espacial Internacional: un cohete Falcon 9 consiguió poner en la órbita correcta a la sonda Dragon, que viajó solo con carga pero que había sido diseñada para el transporte de tripulación.
Con el propósito de seguir por delante en la carrera, SpaceX anunció por sorpresa en abril de este año que trabajaba en un proyecto para enviar una nave no tripulada a Marte en 2018: Red Dragon. La NASA decidió apoyar el proyecto con una inversión de alrededor de 27 millones de euros porque detectó la importancia estratégica del mismo: consigue aúnar el transporte de humanos (aunque Dragon vaya a viajar vacía en primera instancia) y la tecnología de reutilización de cohetes. Dos aspectos clave para la colonización de Marte.
UN SECTOR LLENO DE BUITRES
La explosión del Falcon 9 puede quedar en nada, y SpaceX intentará que sea así sacando a relucir su amplio historial de éxitos y la fiabilidad que el modelo ha demostrado en casi todas las misiones llevadas a cabo en los últimos años. Pero puede suponer una brecha de confianza en la posición preponderante de la compañía en el sector.
Cualquier síntoma de debilidad puede provocar que sus competidores se le echen encima. La agresiva estrategia de abaratamiento con la que Musk se hizo un hueco en el mercado no le ha granjeado demasiados amigos en un mercado que había estado monopolizado hasta entonces por United Launch Alliance, una alianza de Boeing y Lockheed Martin. ULA quedó noqueada por la irrupción SpaceX y también por la aventura aeroespacial del creador de Amazon, Jeff Bezos, la empresa Blue Origin, pero sigue buscando la senda para recuperar el liderazgo perdido.
¿Su estrategia? Por el momento, hacerse con el control del transporte espacial de mercancías con un proyecto de grandes ferrys.