Los 3.000 metros obstáculos de Sánchez

Los 3.000 metros obstáculos de Sánchez

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Noche de viernes. 4 de marzo. Los diputados aprietan los botones. En la pantalla se iluminan 219 puntos en rojo y 131 en verde. El líder del PSOE, Pedro Sánchez, recibe por segunda vez en 48 horas el ‘no’ del Congreso para ser investido presidente del Gobierno. Frustración en el PSOE, alivio en el PP y presión de Podemos.

Desde el pasado 20 de diciembre, Sánchez (Madrid, 1972) ha vivido una auténtica carrera de obstáculos. Ha saltado vallas, ha caído en el foso de agua, ha parecido quedarse sin aliento durante muchos momentos y ha sentido incluso que tenía la victoria de La Moncloa en las manos durante algunos minutos.

Es, sin duda, el candidato que ha experimentado más subidas y bajadas durante los meses de esta brevísima legislatura. Pero este 26 de junio se perfila como su última oportunidad. Una sensación que se ha acrecentado desde la publicación de las encuestas que pronostican el sorpasso de Unidos Podemos a los socialistas.

“Hemos hecho historia”, decía en la sede del PSOE en la calle Ferraz la noche electoral. Los datos señalaban más bien lo contrario: 90 diputados y 5.530.779 votos. El peor resultado de la historia del PSOE en democracia. La lectura de la dirección socialista era distinta, habían conseguido aguantar el envite de Podemos y, además, le sacaban veinte diputados de diferencia a los morados y sus confluencias.

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Sánchez, la noche del 20-D

RIVALES FUERA Y EN CASA

Arrancaba una nueva vuelta al tartán, pero con rivales fuera y dentro de su partido. Y es que un grupo de barones entendió como un auténtico desastre el escrutinio y la cabeza de Sánchez peligraba. Aquellos días navideños hubo una auténtica guerra intestina -no iluminada por los focos- sobre el futuro del partido y el liderazgo. Muchos secretarios autonómicos miraban a Susana Díaz, que se dejaba querer, y la invitaban en privado a dar un paso adelante. Ella amagaba, al final no se ha atrevido. Mide al segundo los tiempos de su partido.

Mientras, Sánchez fue resistiendo. Nunca se le olvidará el Comité Federal del 28 de diciembre. Al final, en una reunión informal la noche anterior consiguió firmar una tregua con los críticos sobre las líneas rojas de los pactos. Por un lado, se remarcaba un “no” al PP en caso de que fuera a la investidura y, por otro, cerraban la puerta a un acuerdo con quien defendiera un referéndum de independencia en Cataluña. Una camisa difícil, apretadísima, con muchas costuras para cualquier movimiento.

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Sánchez y Rajoy

Lo que nadie intuía entonces era que Mariano Rajoy declinaría la oferta de presentarse a la investidura. Las tradiciones políticas españolas se rompían, todo estaba por explorar. Los nuevos tiempos. Además, dijo un no rotundo al líder del PP a formar la gran coalición. Una cosas siempre ha tenido clara Sánchez, el apoyo de los socialistas a los populares les llevaría a su propia desaparición.

En Génova y Ferraz hacían números. La decisión final de Rajoy: esperar y que Sánchez despertara algún día de la fantasía numérica. En cambio, Sánchez creía que podía aunar en una operación bastante difícil a Ciudadanos y Podemos con la idea de echar al conservador del Gobierno.

EL ABRAZO CON RIVERA

Otro de los momentazos políticos que nos deja esta brevísima legislatura fue el pacto de El Abrazo -en honor al cuadro de Juan Genovés trasladado recientemente al Congreso-. El PSOE y Ciudadanos firmaban un documento para abrir una “segunda Transición” y con la idea de un Gobierno “progresistas y reformista”.

Ese acuerdo no fue bien visto por parte del sector crítico de Sánchez. Pero desde su llegada a la Secretaría General, Sánchez siempre ha apelado a las bases del partido y su respaldo. Él es el primer líder socialista elegido directamente en una consulta por todos los afiliados. Corría julio de 2014 y contaba entonces con el apoyo de Susana Díaz frente a Eduardo Madina. ¡Qué tiempo tan feliz!

Esa invocación constante a las bases ha sido una de sus armas para desactivar a los barones que querían moverle la silla. Una consulta entre los 190.000 militantes le sirvió para placar a los líderes más voraces sobre los pactos. Nadie podía a responder ante esto en el Comité Federal de finales de enero. Y es que ni los viejos del lugar recuerdan tantas reuniones de este órgano ni algunas cosas inauditas: la filtración de los audios de las intervenciones a puerta cerrada.

En privado algunos de los críticos de Sánchez bramaban contra el pacto con Albert Rivera. “Tendremos que explicarlo, nos ha desdibujado ideológicamente”, comenta una fuente no contenta con la dirección de Sánchez. Pero el secretario general consiguió un amplio aval por parte de los militantes: el 79% decía ‘sí’.

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Sánchez e Iglesias, en la sesión de investidura

Y es que en política las relaciones personales cuentan, y mucho. Durante estos meses se ha comprobado que no hay química entre Sánchez y Rajoy. El presidente del Gobierno siempre le afea aquella reunión en la que recibió un “no”. Ha criticado hasta en público la actitud, no soporta ni darle la mano.

Pero es que entre Sánchez e Iglesias la cosa no funciona tampoco. En Ferraz ha sentado varias cosas como una patada en el estómago: la postulación del líder de Podemos como vicepresidente ante el rey y la frase de la “cal viva” sobre Felipe González. Asimismo, no le gusta esa figura casi de monigote que pinta el morado de Sánchez, cuando se refiere a él como guapo y le reprocha que no sea valiente para pactar con ellos (“A Pedro no le dejan”). Iglesias tiene mejor trato con Rajoy que con Sánchez, dicen fuentes de Podemos. En cambio, el socialista ha encontrado mejor sintonía con Rivera y su equipo, con los que han pasado varias madrugadas negociando y cerrando el fallido acuerdo.

Tiene una determinación casi temeraria

Lo que ha demostrado, señalan tanto partidarios como detractores, es su capacidad de aguante, de no arrugarse ante los intentos de descabalgarlo. Él dice que tiene “piel de pingüino”. Una de las cosas que define a Sánchez es su “determinación, incluso temeraria”, según comenta un socialista que lo conoce desde hace años y que le ayudó a alcanzar la Secretaría General. Ya en aquellos días decía: “Voy a ser presidente de España”.

Sánchez se la juega definitivamente este 26 de junio. Con el PSOE alicaído en las encuestas, confía en una movilización in extremis de votantes socialistas. No quiere ser el secretario general que deje al PSOE en tercera posición. Esa noche tendrá que saltar su valla más alta. ¿Caerá? ¿O volverá a seguir adelante?

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